Historias del deporte

El delantero sin tierra

Delio Onnis, nacido en Italia y criado en Argentina, es uno de los goleadores más grandes y desconocidos por el gran público pese a convertirse en el máximo artillero de toda la historia de la Ligue 1 francesa con 299 tantos

Delio Onnis celebra un gol con la camiseta del Mónaco.

Delio Onnis celebra un gol con la camiseta del Mónaco. / JUAN CARLOS ÁLVAREZ. málaga

JUAN CARLOS ÁLVAREZ

«Yo me ocupo de los goles». Con esa sencillez explicaba Delio Onnis en qué consistía su misión en el fútbol. Toda la vida recurrió a la misma frase, desde que era un chico que compartía equipo de aficionados con su padre en Argentina hasta cuando se convirtió en el goleador más importante que ha tenido la Liga Francesa en su historia. Una vida entera patrullando el área con las medias bajas a la espera de la mínima ocasión para explotar ese don que consiste en parecer inofensivo durante buena parte de los partidos y convertirse en una alimaña en cuanto surge la oportunidad. Eso hizo Delio Onnis toda la vida, aunque pasase inadvertido para el gran público.

Su caso resulta llamativo porque su fama, escasa, no se corresponde con lo exagerado de sus cifras goleadoras. Seguramente tiene mucho que ver con su nacionalidad o con las vueltas extrañas que dio en la vida. Nació en Italia en 1948 donde las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial eran evidentes y con tres años se subió con sus padres a un barco con destino a Buenos Aires. Creció como argentino sin llegar a serlo nunca. Sus padres no arreglaron los papeles y eso hizo entre otras cosas que no pudiese comenzar a jugar al fútbol federado hasta los dieciséis años. Los domingos era el delantero centro del equipo de aficionados en el que jugaba su padre, donde el origen y los pasaportes importaban más bien poco. Allí fue donde por primera vez «se ocupaba de los goles» como él mismo decía. Fue Almagro el primer equipo «serio» en el que militó. Resuelto el problema de su permiso –aunque siguió sin ser argentino de pleno derecho porque los amigos se lo recomendaron, ya que así se libraría del servicio militar– los técnicos del equipo de Buenos Aires adivinaron en él esa habilidad innata para moverse por el área. No era un prodigio técnico, uno de esos futbolistas que llenan los ojos de inmediato por sus habilidades. Delio era un liquidador. Remataba todo lo que le caía, casi siempre a un toque. Sus números comenzaron a hablar por él y no tardó en fichar por Gimnasia y Esgrima de la Plata. En «El Lobo» se disparó su producción anotadora, con lo que empezó a estar en el radar de los grandes equipos argentinos del momento, que no podían dejar pasar esa capacidad para convertir en gol cualquier cosa que enviasen los compañeros que tenía el protagonista.

Pero antes se produjo uno de esos giros inesperados en su vida. En 1971, durante el parón de enero en la Liga Francesa los dirigentes del Stade de Reims se fueron a Argentina en busca de un recambio para el gran Raymond Kopa que estaba a punto de jubilarse. Hacía tiempo que los clubes franceses, cansados de las tarifas de los futbolistas del centro de Europa, habían vuelto la mirada hacia el más económico mercado argentino hasta el punto de que Francia acabaría por convertirse en la puerta de entrada de muchos de los mejores futbolistas argentinos de los años setenta. El objetivo de los dirigentes del Stade de Reims era el «Mago» Obberti, que era la gran figura en aquel momento de Newell’s Old Boys. Lo siguieron en diferentes partidos y estaban totalmente convencidos de su elección hasta que se sentaron con el futbolista para cerrar el acuerdo. Se encontraron entonces un problema serio: la mujer de Obberti no quería salir de Argentina para instalarse en Francia. Solo contemplaba la opción de mudarse a España. Obberti evitó cualquier conflicto familiar y rechazó el acuerdo. Los dirigentes del club francés encajaron como pudieron aquel golpe y, convencidos de que no podían regresar con las manos vacías, se acordaron entonces de aquel delantero de Gimnasia y Esgrima que habían visto en un partido la semana anterior contra Newell’s. Se llamaba Delio Onnis y también les había gustado mucho. Se reunieron de urgencia con los dirigentes del club argentino y a las pocas horas ya habían cerrado el trato. Delio Onni dijo sí de inmediato. Mucho más cuando supo lo que iba a cobrar en Francia.

Onnis no entendió de periodo de adaptación ni nada por el estilo. Desde que puso un pie en el vestuario los compañeros descubrieron a un delantero de verdad. En sus dos primeras temporadas en el club anotó 22 y 17 goles respectivamente, cifras que en un equipo que acababa de regresar a Primera y que solo buscaba la permanencia eran más que prometedoras. Solo fue el comienzo de un tiempo extraordinario. En 1973 el Stade de Reims se hizo con los servicios de otro delantero argentino: Carlos Bianchi. Las pocas plazas para los jugadores extranjeros complican la presencia en el club de los dos delanteros argentinos.

Onnis encontraría la mejor solución para ese pequeño problema. Al poco de llegar a Francia, durante la visita a Montecarlo para jugar un partido de Liga, Onnis se había quedado completamente prendado del principado. Tanto es así que compró varias postales para guardarlas en su casa y envió algunas a Argentina para que las viese su madre: «Sería tan bonito vivir en un lugar así», le escribió. Pues fue precisamente el Mónaco, que también acababa de regresar a la máxima categoría, quien llamó a su puerta en ese momento. Onnis sale corriendo hacia allí casi sin preguntar lo que van a pagarle. La comunión con su nuevo club, con la ciudad, es perfecta. En el Mónaco Delio Onnis vive siete años extraordinarios en los que marca casi doscientos goles y por primera vez se siente como una estrella. Allí se pone en valor todo lo que hace, la gente corea su nombre, le reconocen por la calle, le ponen su nombre a los niños recién nacidos situaciones y sensaciones que no viviría en ningún otro lugar. Incluso 1976, un año crítico que acabó con el descenso a Segunda, no afectó para nada a la relación entre ambos. Permaneció en el club para devolverlo de inmediato a la máxima categoría y el idilio llegó aún más lejos porque cuatro años después de ponerse la camiseta rojiblanca por primera vez el Mónaco logró el título de Liga, el tercero de su historia. No contento con eso al año siguiente obtienen la Copa de Francia. Onnis es una celebridad que comparte buena parte del protagonismo en Francia con su compatriota y amigo Carlos Bianchi. Durante diez años se reparten el título de máximos goleadores del campeonato (cinco para cada uno) y dejan sin opción ninguna a futbolistas como Platini, Lacombe o Rocheteau, los grandes artilleros de la selección francesa de finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Incluso el propio Platini se molesta cuando algún periodista se lo pregunta a modo de reproche: «Pero ¿cómo quieren que seamos máximos goleadores con dos gigantes como Bianchi y Onnis ahí?».

Pero los idilios también se acaban. En 1980 el Mónaco pensó en hacerse con los servicios del austriaco Krankl que estaba a punto de dejar el Barcelona. El delantero argentino ya no encajaba en sus planes y durante meses le dieron largas para renovar el contrato. Finalmente, Krankl rechazó la propuesta del Mónaco y sus dirigentes se fueron desesperados en busca de Onnis que se sintió traicionado y ya no quiso escucharles. Con lágrimas en los ojos se marchó del equipo en el que había sido tan feliz y se fue a otro modesto que acababa de ascender como el Tours. Tres años allí y luego otros tres en el Toulon. En todos ellos siguió sumando algún título de máximo goleador de Francia pese a tratarse de clubes modestos y cumpliendo con su objetivo de que sus equipos no pasasen apuros. Una vida entera metiendo goles, sin apenas lesiones. En 1985, con 37 años, decidió que había llegado el momento de pararse y descansar. Con más de cuatrocientos goles a cuestas en toda su carrera es uno de los grandes delanteros del fútbol argentino y con 299 es el máximo goleador de la historia en la Ligue 1 francesa, un récord que parece fuera del alcance de cualquier otro futbolista. Sin embargo es uno de esos delanteros silenciosos cuyo nombre apenas resuena cuando se habla de los grandes de su tiempo. Se ha endiosado a futbolistas con mucho menos. Posiblemente el asunto de su pasaporte jugase en su contra porque nunca fue convocado por ninguna selección nacional. En Italia le consideraban un argentino; en Argentina no le veían como uno de los suyos por no haber tenido nunca el pasaporte… y por si fuera poco sus días de gloria llegaron en un campeonato algo remoto para el gran público como es el francés. «Soy un vagabundo internacional» llegó a declarar. Solo cuando pasea por Mónaco, donde vive varios meses al año para estar cerca de sus hijos, percibe el cariño y la gloria ganada a pulso cada semana. Fuera del principado Delio Onnis nunca recibió el reconocimiento que merecía por sus números y por esa impresionante carrera de más de diez años en Francia. Un tipo que hacía algo tan sencillo como «ocuparse de los goles» cada domingo.

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