Crónicas de la ciudad

Del hotel de Hoyo de Esparteros y la estética

Aunque en Málaga estemos curados de atropellos urbanísticos, el hotel de Moneo siempre evocará las maniobras y lamentables derribos que lo hicieron posible

El hotel de Hoyo de Esparteros, la semana pasada desde el otro lado del Guadalmedina.

El hotel de Hoyo de Esparteros, la semana pasada desde el otro lado del Guadalmedina. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

Como ciudad costera y española que se precie, nuestra evolución urbanística ha sido de todo menos ejemplar. Málaga está plagada de horrores que, como artefactos lanzados por una potencia enemiga han caído en nuestra trama urbana durante décadas. El final del Franquismo ni mucho menos suspendió el acoso, con especial saña en el Centro, sino que se ha perpetuado hasta nuestros días. Pero el bombardeo ha sido tan intenso y prolongado que muy pronto nos insensibilizamos y en un gesto de generosidad suprema o espíritu de supervivencia en una ciudad tan bravía, hasta le encontramos su gracia al artefacto intruso.

Ocurrió con el edificio de La Equitativa, que aunque nunca entró en la Historia de la Arquitectura, el detalle de los tres huevos y sus aires de ‘autárquico minarete’ hicieron que muchos malagueños lo miraran con simpatía. Y sin embargo, cuánto más habría ganado la ciudad si se hubiera rehabilitado lo que La Equitativa terminó de destruir: la casa palacio de la familia más importante de Málaga, los Larios.

Estos días, ahora que está terminado el edificio de Rafael Moneo, el que arrasó con el Hoyo de Esparteros y se comió media calle, con todo el derecho del mundo hay malagueños que miran con generosidad este edificio.

Cierto que desde el punto de vista arquitectónico tampoco es memorable; de hecho, hace unas semanas, en un foro público, un arquitecto residente desde hace décadas en Málaga y discípulo de Moneo lo enmarcaba dentro de la «obra mala» de su maestro y tristemente para los políticos que, para variar, peroraban que iba a ser «un referente para Málaga», tampoco ha resultado muy original: recuerda demasiado a una veterana obra del Premio Pritzker, el centro comercial y de oficinas L’illa Diagonal de Barcelona, inaugurado hace casi 30 años.

Eso sí, contemplado como un ente abstracto y siempre que no llueva calima el edificio es bonito. La pregunta es si valió la pena plantar un hotel con las hechuras de un Corte Inglés que acabó con unas vistas de 230 años; si fue adecuado desproteger y demoler un edificio del autor de la calle Larios para acoplarlo, fuera de contexto y en forma de pastiche. Y si mereció la pena remover Roma con Santiago, la normativa del Centro Histórico y poner de acuerdo a socialistas y populares para plantar un edificio que sólo ha resultado un referente del poco ejemplar urbanismo autóctono.

El gran José María Valverde empleaba una frase que viene al pelo: «No hay estética sin ética». Por eso, para muchos malagueños este hotel nunca será hermoso, porque siempre evocará maniobras y derribos inexplicables en la más oscura tradición local.

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