Testimonio de Alicia | 25N - Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer

"Tuve que desaparecer, como si ya no existiera"

Con 59 años y superviviente de una relación de maltrato físico y psicológico, ha cambiado el miedo y las pesadillas por el deseo de justicia y de protección para las mujeres, los niños y las niñas, para poner fin a la violencia de género y vicaria, que desde 2003 ha acabado con la vida de 1.237 mujeres y 49 menores en España. «Ya no me callo ni una. Apoyarnos, ayudarnos y todo lo que se necesite»

Alicia, nombre ficticio, relata los años de maltrato que sufrió por parte de su marido, que llegó a tirarla por un balcón desde un tercer piso, dándola por muerta. Hoy desborda optimismo pero no duda en exigir justicia frente a la violencia machista

Málaga arrastra dos décadas de violencia machista con 51 mujeres asesinadas y 18 menores huérfanos

Alicia se tapa el rostro con sus manos, en la calle Alcazabilla.

Alicia se tapa el rostro con sus manos, en la calle Alcazabilla. / A.I.M.

Ana I. Montañez

Ana I. Montañez

Todas las mañanas, Alicia [nombre ficticio] se coloca delante del espejo, se observa con tranquilidad y se dice a sí misma: «Hoy, a comerme el mundo». Es el ritual con el que esta mujer de 59 años ha decidido empezar cada día de su vida, la que conserva, como repite sin miedo, «de milagro», por lo que se encarga de disfrutarla en cada café, en cada cerveza o en un simple paseo.

Esta mujer, que tuvo que desaparecer «como si ya no existiera en el mundo» junto a sus dos hijos, ha cambiado el miedo y las pesadillas por el deseo de justicia y de protección para las mujeres, los niños y las niñas, para poner fin a la violencia de género y vicaria, que desde 2003 ha acabado con la vida de 1.237 mujeres y 49 menores en todo el país. «Ya no me callo ni una. Protección para las mujeres, para los hijos, para todo lo que haga falta. Apoyarnos, ayudarnos y todo lo que se necesite». Esta es su historia:

Un viaje «muy penoso»

No había cumplido los 30 años cuando Alicia llegó a Málaga «en un coche de policía con dos niños chicos y una maletilla». Recuerda aquel viaje «muy triste», «muy penoso», incapaz de contener las lágrimas pese a los intentos de los agentes por consolarla.

No traía apenas ropa ni dinero y se dirigía a una casa de acogida para víctimas de violencia de género. Dejaba atrás su pueblo en otra provincia, su hogar, su familia, sus amigos, su trabajo y una relación de maltrato físico y psicológico que aguantó durante años y que todavía se resiente en su cuerpo.

Cuando se subió a aquel coche acababa de recibir el alta en el hospital donde estuvo ingresada durante meses después de que su marido la lanzase por el balcón de su casa, en un tercer piso. Ella acababa de anunciarle que se quería divorciar y que se marchaba de casa. «Me encontraron allí muerta, muerta en un charco de sangre. Él se había ido al bar a beber y cuando fueron a detenerlo dijo que no había hecho nada, que me había caído yo sola. Todo eso me lo contaron después». Sus dos hijos dormían en la casa cuando la policía los encontró.

La caída la dejó sin andar mucho tiempo, perdió dientes que hoy tiene postizos y se rompió el brazo que su agresor ya le había fracturado años antes en el transcurso de otras palizas, en las que también le llegó a destrozar una pierna y dos costillas.

Aquello la obligó a pasar por numerosas operaciones y duras rehabilitaciones con las que consiguió recuperarse, aunque aún le duelen los huesos y siente molestias en la cara. «En fin, pero estoy viva por lo menos».

Ya en el hospital la advirtieron de que no podía volver a casa y fue cuando tomó la decisión, la definitiva después de varios intentos, de marcharse de allí, alejándose por fin de una relación de violencia machista que comenzó tras nacer su primer hijo, con Síndrome de Down, que él no quiso reconocer.

Un cuchillo bajo la almohada

«Cuando nació empezó a cambiar de una manera horrible. Ya era todos los días una pelea, todo gritando, borracho y diciéndome que yo estaba casada para cuidarlo a él, no a los niños, que los tirara a la basura», rememora Alicia, que aún se estremece al evocar los seis meses que pasó durmiendo con un cuchillo jamonero debajo de la almohada, con el que su marido la amenazaba con matarla si se levantaba por la noche a atender a los niños. «Me decía ‘aquí te corto el cuello, delante de ellos’».

Hubo noches en las que llegaba a casa bebido, sacaba a Alicia a rastras a la calle y la obligaba a dormir en un pequeño jardín que tenía la vivienda. «Me gritaba que yo era un cáncer y que no merecía vivir».

Cada vez más violento y controlador, iba a buscarla al bar cuando quedaba con su amiga, le rajaba las faldas que usaba para trabajar y le tiraba las pinturas. «Me decía que así dónde iba, que parecía una puta. Te hacía sentir horrible».

No la creyeron

En dos ocasiones fue a denunciarlo ante la Guardia Civil. La primera vez no le hicieron caso, ya que un conocido de su pareja trabajaba en ese cuartel. «Me decía que no podía creerse eso de su amigo. Yo me fui a casa llorando, toda asustada, sin saber que hacer porque pensaba que el amigo se lo iba a decir y ya terminaría de matarme».

La segunda vez, en el cuartel de un pueblo cercano, Alicia volvió a intentarlo y esta vez sí la creyeron. «Dijeron que no se podía haber negado a que yo pusiera la denuncia, que era una cosa muy grave». De nuevo, aterrorizada, fue a recoger a sus niños y se volvió a casa en un taxi para que él no se encontrara la casa vacía.

Alicia se tapa el rostro con 
sus manos, en la calle
 Alcazabilla.  aim

Las manos de Alicia. / .

Hoy en día aún tiene muy presente que, pese al terror que sentía, durante una de las últimas discusiones la semana antes de que la lanzase por el balcón, ella le espetó que iba a «luchar, a pelear» por sus hijos. «Los voy a educar, que es mi obligación, y si tú no los quieres, yo sí. Tú te quedas ahí, haces lo que quieras, porque yo a mis hijos me los llevo». Y en el aire, durante días, la amenaza de él: «Cuando tú quieras, cuando seas capaz, porque es que te mato a ti y a ellos».

«Muerta en vida»

«Cuando salimos del hospital fue muy duro, porque yo no tenía ni ropa para vestirme, porque no me cogieron ni ropa. Fueron a mi casa dos muchachos, dos policías, a recoger los documentos de los niños y los míos, ya está». Recuerda Alicia que fue una de las enfermeras que la había estado cuidando la que le trajo ropa nueva y con esas prendas se fue.

Después de aquello llegaron los juicios, «muy violentos», describe, en los que sufría desmayos y tenía que presenciar los ataques de su marido, que llegó a pasar seis años en la cárcel. «Una locura, pero cuando me vine aquí me pusieron protección policial, me dieron un móvil, que lo tuve un año. Estuve como en una pesadilla, no me veía como una persona. Yo estaba muerta en vida».

Pese a esa protección, él fue a buscarla en varias ocasiones cuando cumplió la condena, llegando a presentarse un día en el colegio de sus hijos con un cuchillo, por lo que tuvieron que cerrar las puertas del centro y encerrar a todos los niños. «Yo llamé a la policía con el teléfono que me dieron. Me dijeron que, por lo que más quisiera, no saliera del apartamento. Pero yo salí corriendo en busca de mi hijo, y allí no me mató de milagro».

Recuerda aquellos años de «pánico», en los que si alguien se le acercaba por la espalda, no podía evitar ponerse a gritar. «Pero me volqué en el trabajo y gracias a eso salí para adelante. Estaba al trabajo, a mis hijos y a mi casa. A los tres o cuatro años empecé un poco a hacer mi vida más normal, diciéndome que tenía que salir para adelante, que no me podía echar a morir».

No fue fácil, pero lo logró, también arropada, cuenta, por el apoyo de instituciones como el Instituto de la Mujer o el Ayuntamiento de Málaga. «Salí de la casa de acogida y me pagaron el primer mes de alquiler cuando cogí un piso, en el que no tenía ropa ni cacharros».

Un piso en el que pasó ocho años «maravillosos» junto a sus dos hijos, con los que hacía una piña, donde empezó de cero, con tres platos, tres cucharas y tres cuchillos. «Lo preciso», señala. «Y una cama de matrimonio donde dormíamos los tres hasta que pude empezar a trabajar y ganar dinero».

«No hay derecho»

Años después, Alicia es un torrente de optimismo que desborda a todo el que tiene al lado. Sostiene que ya no hay pesadillas, que ya no hay miedo y que «la vida es muy bonita por muchos problemas que se tenga».

Reconoce que el 25N lo pasa «más nerviosa» al asistir a «tantas muertes» que engrosan un registro de víctimas de violencia de género «donde ella podría haber estado». Por eso, insiste, en pedir justicia. «Porque no hay derecho, no hay derecho a que pase esto».