Mirando atrás

Málaga y la apertura de los psiquiátricos

El profesor jubilado de la UMA Antonio Porras Cabrera cuenta en ‘Locos de desatar’ sus recuerdos de la Reforma Psiquiátrica, que vivió como enfermero en el Hospital Civil y en varios centros de salud mental, en un periodo tan lleno de cambios como 1977-1987.

Antonio Porras, esta semana, delante del Hospital Civil.

Antonio Porras, esta semana, delante del Hospital Civil. / A.V.

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

«La idea del libro es mostrar a una generación, que no se puede imaginar lo que era aquello, lo que ocurría allí y cómo se produce el tránsito de una institución marginal, donde el loco no tenía ningún derecho y el psiquiatra podía hacer lo que quisiera a -con la nueva Ley de Sanidad- convertirlo en un paciente con todos sus derechos», resume Antonio Porras Cabrera (Cuevas de San Marcos, 1951).

Este profesor titular jubilado de la UMA es el autor de ‘Locos de atar. Vivencias de la Reforma Psiquiátrica en Málaga (1977-1987)’ (Ediciones del Genal), que describe una década de trabajo como enfermero en el antiguo Psiquiátrico del Hospital Civil y en algunos centros ligados a esa reforma como los centros de salud mental de Coín y el del Hospital Noble.

El libro, cuenta el autor, está narrado como si se tratara de una charla con su nieta Carmen, que le va preguntando cosas de su vida a su abuelo.

El libro de memorias de Antonio Porras.

El libro de memorias de Antonio Porras. / A.V.

Antonio Porras, que preside la Asociación de Profesores Jubilados de la Universidad de Málaga (Asprojuma) y es licenciado en Psicología, diplomado en Enfermería y especialista en Salud Mental, explica que con 17 años se marchó en busca de un futuro mejor a Barcelona y allí compaginó su trabajo de auxiliar con los estudios en una escuela de ATS.

En 1977 termina de formarse como enfermero, la constructora donde trabajaba cierra y ya casado y con una hija, la familia decide regresar a Málaga. Como explica, en Málaga se encontró con que la Diputación convocaba tres plazas de ATS para Psiquiatría. «Decidí optar porque aunque ganaba más dinero con una clínica y con el desempleo, esa era mi inquietud profesional», confiesa.

No les des la espalda

Como curiosidad, la noticia de que iba a trabajar en alguno de los pabellones psiquiátricos del Civil fue recibida por su entorno con preocupación. «Me decían, ¿dónde te has metido?, incluso que no les diera la espalda. Luego, veo que allí había gente muy pacífica, salvo algunos de cuando en cuando, y mis compañeros me apoyaron y arroparon», resalta.

El malagueño comenzó trabajando en el pabellón 20, el de las mujeres. En esos pabellones no sólo encontró instalaciones de otra época -salas dormitorio donde se alineaban las camas sin la más mínima intimidad, por ejemplo-, también comprobó que algunos pacientes llevaban allí desde la posguerra, ingresos «que dejaban cierto tufillo a represión política más que a intencionalidad terapéutica», escribe en la obra.

Antonio Porras, primero a la izquierda, con otros compañeros del Psiquiátrico del Hospital Civil en 1979.

Antonio Porras, primero a la izquierda, con otros compañeros del Psiquiátrico del Hospital Civil en 1979. / Archivo Antonio Porras

Y también se topó con remedios de otro tiempo, por eso pudo asistir a una sesión de electroshock a una paciente. «Para mí, como profesional, fue un choque tremendo, porque el electroshock produce una especie de crisis epiléptica y yo, ante cualquier crisis de este tipo, salía corriendo para atenderle pero ahí no puedes hacer nada más que lo establecido por el protocolo».

Y sí, reconoce que hubo un único caso en el que un paciente que se negaba a que le aplicara una medicación le amenazó de muerte: «Me dijo, yo me voy a poner la medicación pero yo te tengo que matar», recuerda.

El pabellón 21.

El pabellón 21. / Archivo Antonio Porras

Antonio dejó entonces que pasaran unos días para que al hombre le hiciera efecto el tratamiento. «Me senté con él y le comenté que en mí podía tener un apoyo. Le desmonté la paranoia y a partir de ahí no tuve más problema, aunque luego me enteré, cuando yo ya no estaba en el hospital, de que mató a un monitor».

el mismo hospital se montaba un mercadillo para ofrecer las obras que realizaban los pacientes en sus diferentes talleres.

el mismo hospital se montaba un mercadillo para ofrecer las obras que realizaban los pacientes en sus diferentes talleres. / Archivo Antonio Porras

Un caso muy curioso fue el de un profesor de cerámica de gran pericia, capaz de hacer piezas casi calcadas de la cerámica precolombina. Resulta, cuenta el autor, que se trataba de un antiguo anarquista que tras la victoria de Franco se marchó a Sudamérica, donde se formó y más tarde regresó a España.

Como recuerda Antonio Porras, las obras realizadas por los pacientes en ese tipo de talleres luego se ponían a la venta en un mercadillo periódico dentro del Hospital Civil.

La reforma

Pero el motor principal de estas memorias es la reforma psiquiátrica, un cambio protagonizado por los propios trabajadores que en los años 70 no dejaron de reivindicar «mejoras de la calidad de vida y la posibilidad de reinserción de los pacientes», cuenta.

En el libro, que está prologado por Luis Torremocha, director del Hospital Psiquiátrico en esa etapa, se narra con detalle el importante paso que dieron los profesionales al salir a la calle y llevar a los pueblos una par de veces por semana las consultas de psiquiatría. «En La Transición, el que un ayuntamiento ofreciera a su pueblo de forma gratuita un especialista en psiquiatría -y planificación familiar, que también iba-, era un éxito político», recuerda.

Manifestación de trabajadores de Psiquiatría en el Civil.

Manifestación de trabajadores de Psiquiatría en el Civil. / Archivo Antonio Porras

A Antonio Porras le tocó cubrir el Valle del Guadalhorce y en menor medida la comarca de Ronda, así que hizo cientos de kilómetro en coche -con algún accidente serio incluso, del que escapó por suerte con vida- y realizó «seguimiento domiciliario» de los pacientes que habían dejado el manicomio y estaban integrándose.

Y para vencer la resistencia de algunas familias a hacerse cargo del paciente, recuerda que casi siempre se les otorgaba un reconocimiento de discapacidad «superior al 65%» lo que permitía concederle una ayuda mensual.

Fue un cambio gradual del sistema que terminó deparando centros de salud mental, una vez consolidadas las consultas. El trabajo que realizó entonces en Coín, donde estaba este centro, y su entorno lo recuerda como «uno de los momentos más bonitos que he vivido».

Antonio Jurado (con bigote), empezó a trabajar en 1985 el centro de salud mental del Hospital Noble y cubrió la zona de los Montes. En la foto, a la derecha de pie, el entonces gerente Paco Puche.

Antonio Porras (con bigote), empezó a trabajar en 1985 el centro de salud mental del Hospital Noble y cubrió la zona de los Montes. En la foto, a la derecha de pie, el entonces gerente Paco Puche. / Archivo Antonio Porras

En 1985 pasó al centro del Hospital Noble, donde coincidió con el gerente Paco Puche, el famoso librero. Allí cubrió además los Montes. La reforma fue cerrando los viejos manicomios mientras se creaban las unidades de media y larga estancia, las unidades de agudos en los hospitales... un proceso del que este vocacional enfermero fue testigo durante una década crucial que trajo dignidad y calidad de vida a la salud mental.

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