Mirando atrás

El Siglo de Oro asoma en el Centro de Málaga

Gracias al tesón de tres socios y al arquitecto Antonio Díaz Casado de Amezúa, se ha recuperado un inmueble del siglo XVII al borde de la ruina en la calle Nuño Gómez, que albergaba un lagar, del que quedan restos. La casa tuvo ampliaciones y reformas del XVIII al XX.

Antonio Díaz Casado de Amezúa (izquierda) y Javier Font, uno de los socios propietarios, esta semana en el patio del edificio.

Antonio Díaz Casado de Amezúa (izquierda) y Javier Font, uno de los socios propietarios, esta semana en el patio del edificio. / Álex Zea

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

A pocos metros del solar de la extinta casa natal de Cánovas del Castillo -su última parte original fue demolida en 2004-, un inmueble que ni siquiera aparecía en la lista de edificios protegidos del PGOU y que bordeaba la ruina ha sido recuperado gracias al tesón de tres socios y del arquitecto malagueño Antonio Díaz Casado de Amezúa.

Zaguán con artística rejería de forja, la antesala del patio con columnas.

Zaguán con artística rejería de fundición, la antesala del patio con columnas. / Álex Zea

Tras dos años y medio de trámites y el mismo periodo de tiempo para las obras de rehabilitación, el número 17 de la calle Nuño Gómez ha resultado una fuente de sorpresas, pues la parte más antigua es del siglo XVII y conserva ampliaciones y reformas de los siglos XVIII al XX en las que, muchas veces, el propietario buscó conservar lo antiguo, con lo que los siglos se fusionan y complementan en esta renacida casa de tres plantas que albergará 14 apartamentos turísticos.

«Yo aquí cumplí un sueño que era restaurar un edificio del Centro Histórico», confiesa el abogado y economista Javier Font, quien junto a un hermano y un socio del País Vasco se embarcó en esta aventura.

Vista del patio del inmueble.

Vista del patio del inmueble. / Álex Zea

Habla en el patio de la vivienda, desprovisto ya de cerramientos acristalados del XIX, lo que ha permitido ‘liberar las columnas’. y ampliar el espacio original. El patio tiene una fuente central y se accede tras un zaguán con una artística reja de fundición.

Como detalla Antonio Díaz, la casa original «tuvo su zaguán en la esquina, con una entrada en recodo que es totalmente nazarita, herencia de la ciudad medieval».

En el siglo XVII, explica, el patio era una zona «de trabajo de la casa, de caballerizas, de entrada de carros». Huellas del Siglo de Oro se encuentran en algunos de sus muros y paredes originales de piedra y ladrillo o en sus forjados de madera con bovedillas curvas, entre otros elementos.

La prueba de que en el XVII el patio y la planta baja eran un espacio de trabajo lo demuestran, en pleno Centro de Málaga, los restos de un lagar de viga para exprimir la uva, del mismo tipo del que se conserva en el Lagar de Torrijos. Los restos se han integrado en una de las habitaciones gracias a mamparas acristaladas en el suelo. «Han salido hasta botellas de vino», cuenta el arquitecto.

Los restos del lagar, en pleno trabajo de rehabilitación. El lagar ha quedado integrado en el suelo de una de las habitaciones.

Los restos del lagar, en pleno trabajo de rehabilitación. El lagar ha quedado integrado en el suelo de una de las habitaciones. / Archivo Antonio Díaz Casado de Amezúa

Su teoría es que este inmueble, que tendría originalmente su propia huerta como era habitual en la época, perteneció a una familia ligada a la producción agrícola, industrial y comercial que lo fue transformando con el paso del tiempo, con una importante reforma en el XIX, cuando, como ocurrió con buena parte del Centro, las grandes viviendas unifamiliares pasaron a ser plurifamiliares.

Como precisa, durante el Siglo de Oro la casa llegó a tener fachada y acceso al río y a la vega que entonces se extendía más allá del Guadalmedina. En una de las habitaciones, unos viejos muros conservan unas grandes ventanas tapiadas que mirarían al río. El propietario tendría sus viñas en los Montes y el vino lo elaboraría en este rincón de la ciudad.

La planta noble

Llama la atención la caja de la escalera de mármol, de grandes proporciones; por ella se sube a la segunda planta, la planta noble donde estaban los salones, el despacho... las salas principales de la vivienda.

Las paredes próximas a la escalera lucen una sillería fingida, «reconstruida a mano con un carboncillo», cuenta Javier Font, que entra en el antiguo salón principal para mostrar los suelos de baldosas de comienzos del XX y de aires modernistas. «Había muchas piezas deterioradas pero las cuatro esquinas estaban intactas, así que hemos quitado las piezas rotas y compuesto el suelo original, más pequeño», comenta.

MLG 20-12-2023.-A la parte noble de la casa se accede por una escalera de importantes proporciones.

A la parte noble de la casa se accede por una escalera de importantes proporciones. / Álex Zea

Antonio Díaz explica que en todas las habitaciones se han respetado los muros originales porque han añadido una segunda pared y así poder meter todas las instalaciones sin dañar nada. «Reduces el espacio pero al separarte de los muros medianeros de piedra que resultan más fríos, sobre todo en invierno, te da más calidez», detalla Javier Font.

El cuidado también se aprecia en los techos con adornos de escayola, que también han sido respetados y en cuanto a las puertas históricas que han podido mantener, se han destinado para las alacenas y pasos de instalación, con las «tripas abiertas por si hay que hacer una renovación inmediata», sin necesidad de romper nada, precisa el arquitecto.

Detalle de los suelos recuperados.

Detalle de los suelos recuperados. / Álex Zea

Una escalera más modesta, con los ‘mamperlanes’ originales -los listones de madera que rematan los peldaños- comunica con la tercera planta, la zona privada de la casa, donde se encontraban los dormitorios de la familia y el servicio.

La cubierta del XVII

En un par de habitaciones puede admirarse una de las grandes sorpresas de esta restauración que apareció tras un falso techo: una armadura de cubierta de cuatro aguas del siglo XVII de inequívocas reminiscencias mudéjares, con un tirante en forma de escalera horizontal que sujeta este precioso tejado y que evita que se abran los muros en los que se apoya.

Vista parcial de una antigua armadura de cubierta de cuatro aguas del siglo XVII. La intervención del XIX respetó las tres cuartas partes de esta armadura del Siglo de Oro.

Vista parcial de una antigua armadura de cubierta de cuatro aguas del siglo XVII. La intervención del XIX respetó las tres cuartas partes de esta armadura del Siglo de Oro. / Álex Zea

«A mí lo que me emociona es ver cómo una persona del XIX mete cuatro palos y demuele estrictamente lo necesario, puede ser por economía de medios», cuenta Antonio Díaz. De esta forma, se conservan tres cuartas partes de esta cubierta del Siglo de Oro y el resto es del XIX. En otras partes de la casa, por cierto, conviven los forjados barrocos con los de los siglos siguientes.

Y siguiendo con los techos de la última planta, en algunas tablas de los altillos se aprecian a simple vista sellos a fuego de cinco ingenios azucareros de Cuba y hasta una fecha, 1875. El arquitecto explica que el propietario de la casa aprovechó estas maderas buenas, «sin xilófagos» para los altillos.

Sello a fuego de un ingenio azucarero de Cuba.

Sello a fuego de un ingenio azucarero de Cuba. / Álex Zea

Para Antonio Casado Díaz de Amezúa, esta intervención muestra lo equivocado que en Málaga resulta «menospreciar de dónde venimos y si es viejo, lo tiramos».

No sólo no hay que menospreciar lo antiguo por sistema «sino enseñarlo y potenciarlo», considera. El número 17 de la calle Nuño Gómez es la prueba palpable.

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