El Teatro Municipal de Marbella es más por dentro de lo que parece por fuera. La fachada es algo antigua. Las letras azules de gran molde que coronan el techado recuerdan a algo que vivió su mejor época en otra vida. La marabunta que había en la calle, elegante, con trajes de gala, sin embargo, hacían intuir que se iba a vivir algo grande. Las formas suelen retratar a la gente y había intención de entrar muy rápido. Nada que ver, pues, lo que se intuía con lo que había luego dentro. Una zona de butacas elegante que corresponde a lo que flota en el imaginario colectivo. Porque Marbella todavía es Marbella. Con gente maqueada y bien puesta. Una apuesta segura para quien gusta de un cóctel bien servido. Esta ciudad nunca falla con las interpretaciones estilizadas de siempre. Cuando la gente que acude forman parte de un club aunque algunos ni se conozcan. Aquí no hay que venir a buscar oropel. El oro parece y plata no es, no se conjuga por aquí. Marbella debe competir como el lugar con más viudas por metro cuadrado de España que ahora disfrutan de una segunda vida bastante desahogada. El dinero de uno estaría más seguro en sus manos que en un banco. Los problemas, a veces mal resueltos, que retumbaban del Congreso de los Diputados en Madrid eran la temática principal en muchas de las conversaciones. Había gente del PP que si estaban tristes, lo disimularon muy bien. Los del PSOE, si estaban feliz, también.

Un pequeño inciso más tarde, se tomó asiento en una butaca elegante, forrada en un terciopelo y de tacto agradable aunque con poco margen para el ensanchamiento horizontal. Empezó a sonar por los altavoces una voz de timbre mecánico, de estas que quedan bien en cualquier ascensor: «Atención, el acto va a comenzar en cinco minutos». El elenco de esta obra teatral era un reparto bien puesto, de superproducción. Primeras espadas, actores secundarios menos conocidos y figurantas en la sombra que sostienen el raccord. Sergio Scariolo, Vicente del Bosque y Manuel Santana. Rafael de la Fuente, en ese papel de galán de otra época y que lo lleva en la sangre, aunque ni siquiera quería serlo. David Delfín como garantía del atrezzo. Luego, como instituciones, Protección Civil y la Librería Mata. Este es el resumen de los premiados de ayer. Medallas de la Ciudad de Marbella y nuevos hijos adoptivos. Subió al escenario para recoger la medalla de los héroes de naranja Jesús Eguín. En su discurso reivindicó la labor de los voluntarios e incluso se atrevió a citar a Churchill. Sus muchos membretes en la solapa, desde luego, iban bien a juego. Para leer hay que alejarse del ruido. Andrés Mata, el librero, se emocionó en el recuerdo a los que ya no están. Para leer hay que alejarse del ruido, algo que viene muy bien para lo que se viene encima.

Luego, Rafael de la Fuente. Suyo fue el aplauso más duradero. Contó, incluso, con la presencia del autodenominado «club de fans de Rafael de la Fuente». Quien siembra, recoge y ahí estaba la prueba viva. A veces se olvida que no hay que esperar a la enfermedad para hacer los homenajes. Pues ahí estaba Manuel Santana, as de la raqueta, gracias a los dioses, recuperado de lo suyo. Ya es hijo adoptivo. Al igual que Sergio Scariolo y Vicente del Bosque. Gente venida de fuera, pero que siente Marbella como si fuera suya. El antaño seleccionador, repartidor de felicidad absoluta, lo resumió así: «Hace muchos años tomé la decisión de pasar varias épocas del año en la Costa del Sol y soy muy feliz». No cabe olvidar a David Delfín, nombrado como hijo adoptivo a título póstumo.