Opinión | El ruido y la furia
Abismos
Llevamos tiempo mirando al abismo. Un año, según las cuentas más o menos oficiales. Pero en realidad, siendo exactos, no miramos a un abismo, sino a diferentes abismos. Miramos al abismo de la enfermedad y de la muerte, tangibles, próximos, palpables. Es verdad que todo nacido viene con la herida de la muerte («así es la vida/de muerte herida», dice un viejo verso mío del que no me avergüenzo del todo), pero a veces nos es dado olvidarlo por momentos, vivir como si fuésemos eternos, y ser felices. Pero hace un año que cohabitamos con la presencia constante del contagio, del dolor, de la muerte, con la certeza de lo efímero.
Ante el abismo conviene quedarse quieto, no dar un paso para evitar despeñarse, pero ese paso que no das en estos momentos te lleva a otro abismo, el de la miseria. Cada día, a cada rato, me acuerdo de comerciantes, hosteleros, de toda esa gente que ve su negocio cerrado sin posibilidad de trabajar, asfixiados de deudas, de facturas, de impuestos que no han sido suspendidos. El abismo del hambre es del mismo linaje que el de la muerte. Y no parece haber muchas soluciones, ninguna salida.
Ahora que se ha puesto de moda el ajedrez gracias a una serie de televisión, he caído en la cuenta de que estamos en una situación que en ese juego tiene nombre, Zugzwang. Viene el término del alemán Zug, que significa ‘jugada’, y Zwang, que viene a ser ‘obligatoriedad’. Es un lance en el que cualquier movimiento permitido supone empeorar su situación, caer en jaque mate, y estás obligado a mover. Pues así estamos, en Zugzwang.
Decía al principio que llevamos un tiempo mirando al abismo. Ya nos advirtió Nietzsche que cuando miras largo tiempo a un abismo también éste mira dentro de ti. A lo mejor es lo que se le ha pasado por la cabeza a M. Rajoy cuando ha escuchado a ese abismo que responde al nombre de Bárcenas pronunciar su nombre como si fuese el eco, repitiéndolo tres veces. Al parecer, Bárcenas prometió silencio a cambio de inmunidad para su esposa, pero no ha habido vacuna y el tipo ha soltado la lengua. La ley del silencio tiene sus reglas. Más que ley, es un contrato. Yo callo, tú cumples. No deja de ser un hermoso oxímoron que el silencio dependa del cumplimiento de una palabra. Pero no está en la naturaleza de la mayoría de los políticos cumplir su palabra, como no está en la naturaleza de la mayoría de los canallas mantener el silencio. Es lo que pasa con los abismos, que siempre estás a un pequeño paso de caer en ellos y despeñarte gritando cuando ya nadie puede rescatarte.
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