Opinión | Notas de domingo

Perder el conocimiento

perder el conocimiento

perder el conocimiento / Jose María de Loma

Lunes. El audaz aventurero que llevo dentro tiene hoy el día intrépido: voy a coger el metro. En fin, yo que he vivido en Madrid y que me he perdido en el de Nueva York me veo intimidado por el de mi ciudad y su sistema de adquisición de billetes. No eres tú, soy yo. No llevo efectivo ni veo a quién preguntar. Ni voy tan lejos ni los taxis son tan caros.

Martes. Fue tan buen actor secundario que renunció a protagonizar su vida. Un cuento corto: la novela ha muerto. Prefiero sudar tinta que ideología.

Miércoles. En la redacción hay más mamparas que gente. Nos vamos a tomar café y entonces queda la estancia tan aireada, ‘ventaniabierta’ y vacía que lo mismo se nos vuelan las noticias. Comento con mi director Los Durrell. Nos gusta. Y eso que no somos hombres de mucha paciencia con las series.

Jueves. Pues sí que está animado Palo Cortado. Jamón al centro, acierto seguro, verdinas con marisco y un pargo a la parrilla. Llega a saludar Javier Sánchez, que es un tipo auténtico, un gran periodista y un experto gastronómico de los de verdad. Clubragut se llama su revista blog. Sánchez me recuerda lo amigos que fueron su padre y el mío. Y me suelta, casi imitándolo, una frase que el mío solía decir mucho. Creo que nunca dominaré que ese nudo se vaya formando en la garganta cuando alguien me habla así de mis padres. De hecho, no sé si quiero dominarlo alguna vez. Llega un momento en el que paradójicamente hay que luchar contra el hecho que la herida pudiera ir cerrándose. El dolor atenuado es una forma de olvido. A veces. No lo sé. En una mesa a lo lejos atisbo al director de la Ser en Málaga, José Manuel Atencia, con el que estaré esta noche de tertulia junto a Antonio Méndez. Atencia recomienda mucho la nueva novela de Manuel Jabois (Miss Marte). Por cierto: la descripción que Jabois hace de un alcalde de recuerda un poco bastante a Francisco de la Torre. Y es antológica y jocosa y va de whatsapp en whatsapp. Veo a un zurupeto y a un petrimetre, a unas amigas de Ciudadanos. Un empresario me saluda jovial (aunque también podría escribir que un empresario jovial me saluda) y mi amigo y yo apuramos el albariño comentando la actualidad. Cuando en realidad lo que querríamos es que no hubiera virus y hartarnos de copas, meterle fuego a algo (no en aras de la libertad de expresión) y perder, un poco, el conocimiento. Si se pierde el conocimiento ha de ser siempre con gente que conoces. Pero él debe ir a una notaría, así de provechosa es la vida de mis amigos. Y yo he de irme, no sé, supongo que a mi casa a escribir. A las puertas de su parking hay un amago de abrazo. Me meto en las manos en los bolsillos y camino la tarde, que va cuesta abajo, no sinuosa y atrayente. Recta hacia el silencio.

Viernes. No es un viernes cualquiera. Es el prólogo a la Semana Blanca, seña de identidad malagueña, hecho diferencial educativo malaguita. Que no hay colegio en diez días, vamos. U once, que el lunes uno es fiesta. Bien. Paciencia. Al zagal dormido logramos vestirlo de andaluz. Paladeo la frase: ves-tir-lo de an-da-luz. Es la indicación del colegio. En fin. Camino del autobús me parece que acompaño a un tópico con piernas y no a un niño. El fajín blanquiverde lo lleva, sí, que me parecía que se nos había olvidado.