Opinión | Palique

Adiós, coherencia

Playa

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La coherencia ha muerto. Su entierro tuvo lugar en el Congreso de los Diputados y al mismo asistieron sus consolados viudos y viudas que ruegan un copazo y un voto por su alma. Al inicio del oficio se produjo un incidente, cuando un político le recriminó a otro su falta de coherencia por asistir al entierro. Entonces, el interpelado le recordó que la coherencia estaba muerta y que como por tanto ya no hacía falta que palabras y hechos tuvieran concordancia, le iba a arrear un sopapo. Sopapo que, en efecto, se produjo. Sopapo que cualquier cronista atinado tildaría de certero y definitivo. El político noqueado, que a causa de la falta de coherencia debería haber caído para atrás, cayó sin embargo para adelante, manchando con sangre de su nariz la camisa de una diputada, la calva de un diputado y el uniforme de un bedel, que tiene a una hija preparando oposiciones a notarías que se está despistando a causa de un mozo de Jaén que ya la ha llevado tres o cuatro veces a ver películas subtituladas. La coherencia ha muerto, viva la coherencia, gritó en el entierro un diputado monárquico, que si fuera coherente habría defendido al Rey. Unos pocos secundaron la proclama, si bien, con la coherencia muerta, lo suyo era ser incoherente, así que el más entusiasta del grito fue un antimonárquico con corbata verde. La autopsia de la coherencia fue ocultada a la opinión pública pero un periódico que me resultaba coherente difundió que había grandes dosis de veneno demagógico, visceralidad y odio de tercera división, de ese que es fácil de conseguir y barato y que se administra en algunas columnas, programas de televisión y hasta púlpitos. Pulpitos, no. Pulpitos, con aceitito y pimentón, los que se metieron, con una frasca de vino blanco helado, algunos asistentes al entierro cuando este acabó. Libres de coherencia decidieron celebrar que estaban a dieta almorzando en un asador cercano chuletón con patatas fritas y tocino de cielo de prepostre. En incoherencia, los veganos se unieron al ágape y los más amantes de la carne pidieron lechuga. A los postres, un orador anciano recordó que ahora, con la coherencia muerta y la incoherencia reinando, había que ser incoherentes, aunque bien pensado, si eres incoherente con la incoherencia estás siendo coherente. Otro orador, que se autotildaba de dandy friolero y que por tanto iba con tanga y pajarita como única indumentaria, propuso un brindis por la incoherencia, lo que originó que recibiera botellazos de sus admiradores y piropos por parte de sus detractores. 

Los familiares de la coherencia, la dignidad, la memoria y la verdad, que se había quedado muy delgada, no sabían si llorar, comer acelgas, organizar una fiesta o dormir en un concesionario de motos. Optaron por ausentarse del lugar aunque la memoria, que la jodía siempre se acuerda de todo, propuso refugiarse en el cerebro de un niño que con descaro trufado de inocencia, cóctel sabrosísimo, les preguntó si tenían chicles de fresa y que qué era el futuro.