Opinión | De buena tinta

El abrazo de Luna

Este servidor de ustedes difícilmente podría solucionar a golpe de columna de opinión toda la problemática social, económica y política que, desde un inconmensurable engranaje anclado en pilares milenarios que parecieran retrotraerse al mismísimo origen de los tiempos, vuelve a levantar a nuestro país en torno al tema de la migración. Ustedes estarán de acuerdo conmigo en que este mundo dista ya mucho de ser aquel paraíso que se nos refería en el Edén: quién sabe si por anhelos de protección, o tal vez por rechazo al otro, o quizá desde el momento en que alguien agarró un palo y trazó una línea infranqueable sobre la tierra. Sea como fuere, es por ello que Silvio Rodríguez nos canta la clara evidencia: «no encuentro más que fronteras hacia cualquier dirección». Sin ser analista político ni social, pero sí ciudadano del ancho mundo, me diera la sensación, quizá desde el sentido común, de que esas grandes cuestiones migratorias tan indisolublemente adjuntas a la mismísima realidad de España jamás encontrarán una solución de consenso unitario en el solo marco de una reunión de gabinete. Las realidades complejas precisan respuestas complejas y, en ocasiones, antes que emitir pronunciamientos unitarios y tajantes sobre la trama, me pareciera preferible desglosar la misma para ir superando escalones sin necesidad de retroceder. Quizá sea, pues, necesario comenzar a trazar líneas rojas en este delicado engranaje: líneas rojas que, de alguna manera, desde su propia delimitación, nos vayan iluminando el horizonte hacia una postura relativamente aceptable o, por lo menos, no vergonzosamente errada. Como lluvia de ideas, bolígrafo rojo en mano y tomando como punto de partida lo obvio, lo cual no es una mera simpleza sino una clara herramienta para comenzar a conjugar consensos, bien podríamos plantar sobre la mesa la general idea de que la migración debe de ser regulada a fin de evitar, entre otras cosas, por lo pronto y por ejemplo, las explotaciones que, en el marco de lo delictivo, aflorarían ante la ausencia de control: situaciones extremas tales como, verbigracia, la trata de personas con propósitos de esclavitud laboral, sexual o de cualquier otro tipo que vulnere la libertad y la integridad del ser humano. Por tanto, habida cuenta de este ejemplo extremo, resulta concluyente que, irremediablemente, debemos distinguir desde lo normativo una migración legal y una migración ilegal. Sobre los términos que configuren el contenido de lo que llamamos migración ilegal se cocerá el denso caldo de esta receta. No entremos ahí, de momento, pues ahora mismo sólo buscamos dibujar el mapa general del sentido común. Que el Gobierno de Marruecos, frente a una referida ofensa y a modo de represalia, abra o cierre sus fronteras utilizando como arma arrojadiza ciertos tramos poblacionales vulnerables, adolescentes sin futuro inmediato o familias con bebés a cargo es una clara y estrepitosa acción feudal, inmisericorde e inhumana. Además, independientemente de toda consideración contextualizada desde las más grandes e inabarcables magnitudes generalistas de lo legal, lo alegal o lo ilegal, el concreto y particular abrazo que un ser humano dona a otro para consolar el sufrimiento, la ruina y la desdicha se alza indiscutiblemente como una acción loable y natural que emerge de los mejores rincones que aún conserva la naturaleza humana. Por el contrario, cualquier comentario que, desde la ofensa chabacana, ordinaria y bajuna, ya sea a cara descubierta o bajo el parapeto de las redes sociales, ataque no ya los términos generales de una determinada posición, sino el particular gesto de ese concreto abrazo, no hace más que publicitar a las claras la bajeza moral del emisor y de los grupos que consienten, amparan o promueven el mensaje. Yo no conozco a Luna, la cooperante de Cruz Roja que, desde una fotografía que ya ha atravesado medio mundo, abrazaba en pleno llanto a un migrante subsahariano, pero su particular gesto, objeto que ha sido de insulto y linchamiento desde las redes sociales, me parece tan digno de aprobación como sorpresivo en cuanto a sus reacciones: pues todo lo humanitario debiera ser, simplemente, natural e incuestionable, y no anecdótico y controvertido. Y es que parece que, en ocasiones, para posicionarse, no hace falta siquiera analizar posturas ni debatir durante horas interminables enunciados programáticos: a veces, tan sólo basta mirar a aquellos que uno tiene enfrente de su línea roja.