Opinión | El palique

Más arroz, cariño, que soy ministrable

Ábalos, Sánchez y Calvo, en el Congreso.

Ábalos, Sánchez y Calvo, en el Congreso. / EFE

Anda el patio revuelto con la posibilidad de que haya crisis de Gobierno. Unos dicen que es un señuelo para que no se hable de los indultos. Otros afirman que Sánchez necesita un Ejecutivo más político, como si el de ahora estuviera compuesto por agropecuarios, filatélicos o saltimbanquis, que viene de saltabancos, o sea, charlatán, vendedor. El Gobierno ha tenido a bien filtrar que quizás haya cambios y ha vuelto lo de toda la vida: la inquietud del subsecretario, el nerviosismo del asesor, el canguelo del ministro y el no me ocupes la línea no me vaya a llamar el presidente. Cada vez que hay una crisis de Gobierno o en vísperas de ella, alguien saca un artículo en el que recuerda que Franco cesaba a los ministros mandándoles un motorista a su domicilio. El motorista portaba la fatídica carta: «Gracias por los servicios prestados». Hecho. Pero a mí lo que me interesa es el uso moderno, indagar si se cesa vía whatsapp, llamada fría y corta o si se cita al afectado para despedirlo. Lo de nombrar nuevos ministros es más fácil. Supongo que después de estrenar el cuarto de baño de La Moncloa, lo segundo más placentero para un presidente ha de ser pegar un telefonazo a alguien para decirle que lo va a nombrar ministra o ministro. Hay ministros quemados y gastados que precisamente se quedarán porque si se les despide tomaríase como triunfo de la oposición. Hay ministros notoriamente inútiles y desaparecidos que nadie sabe qué va a ser de ellos y luego está Ábalos, que manda mucho en el PSOE y tendrá palabra en todo esto. Tal vez a esta hora haya ya un alcalde, consejero, dirigente, etc. que sepa que va a ser ministro. O lo mismo es todo un globo sonda hasta que Sánchez compruebe cómo han ido las primarias andaluzas, que pueden certificar su bajón o impulsarlo. Lo único seguro es que Miquel Iceta va a continuar, no sería de recibo (de la luz) que al recién llegado se le largara tan pronto. Sánchez no tiene cuaderno azul, como Aznar. Pero tendrá una lista de ministrables. Ah, qué bello término, qué sublime condición. Ministrable, oiga, soy ministrable. Ponme un poquito más de arroz, Mari Carmen, hija, que ya soy ministrable. Mira, mira, esa señora que se acaba de tomar un cortadito es ministrable, afirma un camarero de tertulia con un cliente en la barra.

Los ministrables son legión pero no legión extranjera y sí legión patria, legión de engañados, desengañados, inocentones, petulantes, postergados o triunfantes. Es más fácil ser ministro que ministrable: siendo ministro puedes no hacer absolutamente nada y no desentonar, pero para ser ministrable hay que trabajárselo, currarlo, decirlo, intoxicar, aparentar, incluso brillar en alguna disciplina de la vida, no necesariamente en el pasilleo, la adulación, la lisonjería y la militancia mansurrona. Saber llevar una cartera con porte conviene.