Opinión | El Palique

Ronda matinal

Cierta creatividad entre los autores de letreros de ‘Se vende’ o ‘Se alquila’. Un grafitero vive en la zona

Un autobús de la EMT.

Un autobús de la EMT.

El viandante detecta un menor trasiego de oficinistas y vislumbra algo despobladas las terrazas de los desayunaderos. Dos señores se atizan un cigarro y una copa de anís cerca de un conciliábulo de señoras que toman churros. El cielo está nublado y no gastaríamos dos líneas en comentarlo si no fuera porque es un nublado ceniciento, de dudosa adjetivación, plomizo si acaso. Tal vez no sea un cielo y sí una nube inmensa que se ha posado sobre la ciudad para contemplar ociosa y tumbada sus afanes. La mítica cafetería Ibiza, que hace décadas servía de abrevadero a periodistas y políticos que intercambiaban cotilleos a la hora del aperitivo, llevaba tiempo en decadencia o cerrada. Su local anuncia la pronta apertura de Pepa Revuelo, una cervecería.

El parque infantil cercano está poblado por tres criaturas que más que jugar parecen danzar de un lado para otro, tal vez buscando el sol o aún no imbuidos del conocimiento necesario para subir al tobogán. La madre de uno de ellos vigila el carrito y mira el móvil. Atisba el paseante más locales desocupados y una creatividad importante en los letreros de se alquila o se vende. Un grafitero vive en la zona. Ausencia de palomas. Caminando hacia el centro, el escaparate de una agencia de viajes exhibe sueños y destinos, playas y cruceros. Está cerrada. Dos hombres hacen cola a las puertas de una peluquería. Uno es calvo. En el quiosco, también cola. De cinco, tres han pedido periódicos. Uno, agua. Otro, tabaco. Tráfico mortecino, los semáforos parecen exhaustos. La acera del puente de Tetuán es como una inmensa pista no se sabe muy bien de qué. Guiris en camiseta de tirantes. Se llevan los sombreros, gorros, boinas. Tal vez obligadamente por el calor. Pero sin sol, se pregunta uno si no harán sudar más de la cuenta. Tal disquisición mental acompaña al observador hasta la Alameda, donde unas pegatinas señalan un carril bici. Las paradas de autobús mezclan a muy diversos tipos humanos y constituyen no sabe uno si un crisol o una heterogeneidad que no se ve en otros sitios. Bueno sí, si se ve. Subo a uno. Cazo conversaciones, antropólogo de autobús a media jornada. Once personas: dos libros, siete móviles, dos ensimismamientos. No sé cuál va a ser mi parada. Suena el teléfono. Ah, qué placer a veces ignorar un requerimiento. Qué dulce picor da la irresponsabilidad.