Opinión | Notas de domingo

Humor y urgencias

hUMOR Y URGENCIAS

hUMOR Y URGENCIAS / Jose María de Loma

Lunes. ¿Y si comemos por ahí? La frase dinamita el lunes, explota en la cara de la rutina y la destruye. Lunes de cuestarriba de enero. La mañana se llena de expectativas y así se hace menos fatigosa. Las mesas en el Mercado del Carmen están al aire libre, bajo un sol aliado. Coquinas, gambas, boquerones, jibia. Todo fresco y raudo. Bullicio moderado. Breve sobremesa. Doy un paseo, que tiene la longitud justa, hasta casa, donde me hago otro café. Percibo a través de la ventana como levísimamente los días comienzan a ser algo más largos. Me pongo a trabajar con un cuerpo como de jueves.

Martes. «Es señal de falta de sentido del humor tratar de definir el humor» (Chesterton).

Miércoles. Como no nos apetece que este día pase tan pronto a la historia, nos vamos a tomar el aperitivo de la cena al bar del Only You. La calefacción en el tono justo, el ambiente art decó y los confortables sillones me reconcilian conmigo mismo, algo malhumorado y enfriado esta tarde. Vino de la Ribeira Sacra y aceitunas gordas y algo verdes. De vuelta, planeando qué tomaremos de cena en casa y qué serie veremos, cruzamos un gran número de calles vacías; la gente va algo aterida, veo bastantes capuchas y pocas bufandas. Un ciclista en manga corta y calzón mínimo. Parece que lo han puesto ahí solo para que yo sienta frío. Alguna misión hay que tener en la vida. El edificio de Correos está fantasmal, para rodar una película de susto. La mugre que tienen sus bajos pareciera producida como por una micción inmensa y caudalosa de toda la ciudad expelida un lustro atrás. O dos.

Jueves. A veces solo escribo para poder emplear el verbo deambular. Deambulo. Una hora caminando y hablando por teléfono. Sin rumbo. La caminata, no la conversación. Frío impropio. Imagino un árbol cuyas hojas fueran páginas de periódico. En otoño bastaría con plantarte, nunca mejor dicho, debajo de ese árbol frondoso e ir leyendo las páginas que cayeran. Una página de Deportes, otra de Pasatiempos, al rato una de Política. Árboles de derechas o izquierdas, sensacionalistas o sensacionales, aburridos o económicos. Más frío.

Paso por la Casa del Libro y hago lo único que puedo hacer en tal caso: entrar. Y allí está el sorpresón del día, en la mesa de novedades: una nueva edición de ‘El cuaderno gris’, de Pla. En Destino. Con el prólogo, y la traducción original del catalán al castellano, de Dionisio Ridruejo y su mujer, Gloria Ros. Una delicia el texto aclaratorio de Ridruejo, describiendo como ¡deambulaba! por el pasillo de su casa en Calella en 1973, cargado de folios, consultado adjetivos a Ros, puliendo el texto de Pla. No alcanzaría a ver Ridruejo el texto publicado. Murió poco antes. A Pla hay que leerlo estudiando su adjetivación, mascándola, tomando notas, aprendiendo. «Era de color amarillo desesperado». Hay que deambular mucho por sus libros. Me vuelvo a mi santa casa.

Viernes. Tener un hijo es censarse en la intranquilidad. No es nada pero estamos en Urgencias. Ese «estamos en Urgencias» retumba en el cerebro produciendo dolor de sienes. Brincazo cardiaco. «He tenido que llorar», me informará Rafa más tarde. La frase es el colofón a una vivísima y lógica explicación del incidente.

Para que al día no le falte intensidad, aventura vespertina en el centro de salud. Que acaba bien. También. «Nada, nada, como mucho un dolorcillo en el brazo y algo de malestar leve este fin de semana». Camino con mi tercera dosis viendo anochecer, contemplando viandantes, escrutando escaparates y adjudicando formas a nubes bajas de las que en cualquier momento pudieran llover églogas o epitalamios. El bloody mary me lo va a poner usted con una gota de manzanilla. Sin vodka.