Opinión | CONTROL C + CONTROL V

Dos barras

Imagen de archivo test de antígenos positivo

Imagen de archivo test de antígenos positivo / DADO RUVIC/REUTERS

Llego a casa, enciendo la chimenea, nos ponemos un vino… Termino el día y creo que ha estado bien. Hablamos de electricidad, de monstruos y de guerras. Contamos una anécdota tonta y nos reímos. Toso. Tengo un ligero catarro desde hace días. Vuelvo a toser. Nadia, que siempre está al quite, me sugiere que me haga un test de antígenos. No estoy muy convencido. El plató de la tele en invierno es muy frío y siempre estoy al borde del resfriado. Si es cierto que los síntomas son extraños, tienen algo de inédito. Finalmente accedo y me hago el test. Una barra y a los pocos minutos otra barra. Es positivo. «¿Dos barras significa que soy positivo?», pregunto. Dos barras ahí, frente a nosotros, aunque yo solo veo dos barreras, como un límite o una frontera, que me paralizan por completo.

Me quedo quieto. Insisto en repetir el test. Nadia accede. Otra vez, las barras que son barreras. Está claro, soy positivo. Buuumm. Uno nunca piensa que le va a tocar pero ya está aquí. Me pongo la mascarilla en casa y me siento un extraño. Cancelamos todo lo que tenemos en los próximos días. Hacemos llamadas y enviamos mensajes. Hablo con los jefes e ideamos un plan B. Luego me aíslo en mi habitación y tengo la impresión de que no es mi habitación, una sensación como de falsa realidad, de decorado. Pasan las primeras horas de mi cuarentena y no hay nada heroico en este instante.

Tengo algo de fiebre y me duermo por desgaste. Deben ser las tres de la mañana. Sueño que todos estamos en una pista de hielo. Patinamos y nos abrazamos. No tenemos miedo. No hace frío. Suena Army of Me, de Bjork. Alguien, creo que es mi Tío Antonio, coge el micrófono y dice: «la guerra en Ucrania ha terminado». Entonces aparece Vladimir Putin, que es un caballo blanco que gruñe como un oso, llorando, pidiendo comida, claves para ver HBO y una tregua. Una mujer negra le acaricia. Todos aplaudimos y vuelve la música y el patinaje. Está claro que tengo algo de fiebre.

A la mañana siguiente, hago una lista de cosas pendientes y de las cosas que tengo que cancelar. Me pierdo una visita a la Cueva de la Victoria, mañana, y el estreno de ‘La Mancha Negra’ de Enrique García, este viernes en el Albéniz, con las ganas que tenía. Me pierdo un bolo increíble con motivo del Día de Andalucía, una presentación que me hacía mucha ilusión. Me habían llamado desde la Junta. Qué putada. Pero, sobre todo, me pierdo abrazar a mi mujer y a mis hijas. Lo apunto también en la lista. Vernos y hablarnos en la distancia no mola nada. Me hago a la idea de que tengo que parar, al menos una semana y, como soy así por naturaleza, empiezo a degustar la movida. Sonrío, pienso y me dejo llevar.

Leo, escribo, escucho podcast, veo pelis pendientes y contesto un montón de mensajes que me enviáis. Es genial saber que hay tanta gente ahí fuera. A veces, soy yo el que manda mensajes o hago llamadas como el que lanza al mar una botella con una carta dentro. A veces, tengo respuestas y vuelvo a sonreír. Miro por la ventana. Ha empezado a llover mansamente. Me acuerdo de Escudero, nuestro hombre del tiempo. Ha vuelto a clavar su predicción. Qué grande. Llueve poco pero llueve y yo pienso en Febbraro, el argentino, cuando dijo aquello de «cuando llueve comparto mi paraguas, si no tengo paraguas, comparto la lluvia». Estoy aquí solo y comparto todo con vosotros. Ahora, de alguna manera, entiendo a los que ya pasaron por aquí, positivos en Covid, aislados, enfermos…

Pasa otro día. Llevo dos años dando noticias de la pandemia. He hablado de ello en la radio y en la tele. He escrito mucho aquí, en el periódico, y he tenido tiempo de reflexionar sobre este macabro baile de máscaras. Recuerdo escribir sobre mi madre y su aislamiento por positivo al principio y el miedo que tuvimos en casa. Recuerdo la historia de María José Gálvez, una enferma grave de Covid, cuando me dijo que le dolía la piel y yo me pregunto, todavía ahora, cómo debe ser que te duela la piel. Aquella columna la llamé ‘Cemento helado y polvo de yeso’. Funcionó muy bien. Recuerdo los miles de muertos, el Palacio de Hielo, las calles vacías… Ahora yo aquí, tranquilo, positivo con las tres dosis puestas, y pasándolo como un retiro sabático y pensando.

Pienso en lo injusto que ha sido todo, en lo mal que lo hemos pasado y en las secuelas que nos quedan por pasar. Pienso en lo maravilloso de la ciencia y que estas vacunas nos han salvado la vida a tantos. Pienso en la suerte que tengo y en la mala pata de otros que cogieron el Covid antes. Pienso que no hay mal que por bien no venga, ni mal que cien años dure. Pienso que estoy descubriendo el silencio, que los días son capaces de tener otro ritmo. Todo está calmado. Ya queda menos.

Este finde tendré el alta. Ya no tengo síntomas. Miro por la venta y vuelve a llover. Bendita lluvia. Ya no tengo pesadillas ni fiebre. Me da igual haberme perdido cosas estos días, excepto los abrazos. Acabo esta columna, casi 1.000 palabras. Le mando un mensaje a Loma: «cambio de idea, te envío otra columna». Y aquí está la columna. ‘Dos barras’ y ahora entiendo, por fin, que no son dos barreras, ni un límite, ni una frontera, quizás dos puentes, ya digo, nada heroico.

Suscríbete para seguir leyendo