Opinión | Notas de domingo

Calma bendita

Alejandro Sanz.

Alejandro Sanz. / EP

Lunes. Día de Andalucía. 28 de febrero. Prefiero el 4 de diciembre, la verdad. Aquel del 77 fue en cierta medida la refundación del sentimiento de identidad. Son las ocho de la mañana y yo por mi parte refundo la apetencia por los dulces y hoy en vez de pan con aceite opto por unos bollitos de leche. Mi hijo los rechaza con un gesto mientras lee ‘Diario de Greg’. Veo la retransmisión de la entrega de medallas, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla. Manuel Alejandro, el legendario compositor, dice antes de sentarse al piano que ama a Andalucía y que también «la bebe». Tal vez lo propio hoy a la una y media, día festivo, no fuera una cerveza y sí una copita de manzanilla. Como se me ponga el cuerpo festivo soy capaz de comprar unos langostinos de Sanlúcar, aunque hoy todo está cerrado. Habla, y hasta canta emocionadamente el himno andaluz, Alejandro Sanz. No sé por qué no ha hecho un dúo con Manuel Alejandro. El realizador nos regala planos del público e intento cotillear si hay algún conocido, saludado, amigo, Pokémon e incluso compañero de colegio. Los hay. Andaluces levantaos: para volver a ser lo que fuimos conviene vestirse bien y acudir a La Bahía, cuatro mesas, que cambia de ubicación en el Centro Histórico de Málaga. El matrimonio que lo regenta tiene una larga trayectoria hostelera, antaño en La Malagueta, luego cerca de la calle Nueva. Él es gintonista y especialista en vermús. Ella ejerce de jefa de sala. De salita. Berberechos al vapor. Alcachofas de verdad. Platos de cuchara. Cocina honesta y tradicional, que diría un crítico. Con la merluza a la bilbaína me da por pensar en la articulación territorial de Andalucía, aunque mejor es no retrasar lo inevitable y afrontar la elección: copazo o postre. Ya en casa, sustituyo la merecida siesta por la lectura de Muñoz Molina y me pongo a trabajar. De los dedos, haciendo la portada, salen palabras raras y escalofriantes. Kiev, invasión, muerte, fuego, bombardeos. Al final de la semana, Vargas Llosa dirá en La Térmica, citando a Mitterrand, que el nacionalismo es la guerra. Una peste, también, digo yo.

Alejandro Sanz interpreta el Himno de Andalucía en la gala de entrega de Medallas de Andalucía

Martes. En el plató de Hoy en Día, Canal Sur, hablamos con ucranianas que nos dan testimonio sobre sus familiares, sus ciudades y pueblos. Bebés que lloran en sótanos. Chavales de 18 años con pierna amputada. Su estado de ánimo es combativo. «Ahora ha llegado la verdadera cohesión de Ucrania y los ucranianos. Ahora sí seremos invencibles», dice una de ellas. Salgo y me hago un selfie. Aprecio la luz del sol, el hecho de que quede un gran trozo de día por delante. Aprecio que haga buena temperatura y que el almuerzo apacible y rutinario esté asegurado. La vida en paz. Un paseo, un café en La Opi con los compañeros, un cine, ir al súper, una serie. Una normalidad. Bendita. Se podría ir todo al carajo si Putin insiste. Ser optimista es creer que todo puede empeorar pero no tanto.

Miércoles. El aforismo que más me gusta es el de después de comer. Me quitaría del vicio, pero a ese me resultaría muy difícil renunciar.

Jueves. Me escribe el diputado, ya exdiputado pronto, Pablo Montesinos para agradecerme una columna que le dediqué. Informo de tal suceso a Amaya y me dice: pues decías en el texto que por Málaga lo único que ha hecho es venir a comer paella algún fin de semana. Glub. Releo el artículo. Yo no sé qué es peor releerse o que te arranquen un ojo. A ver, a ver: lo sustancial de la columna era resaltar que Montesinos ha exhibido lealtad y fidelidad. Que es un tipo íntegro y que no quiere vivir de (esta) política toda la vida. Alguien me lee. Al menos, Amaya y Montesinos. No puede negarse que tengo un público variado y selecto.

Viernes. Los bares de hotel. Ahí sí que se está a salvo del mundo.

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