Opinión | Miradas

Mala consejera

Mala consejera

Mala consejera / Juan José Millás

El taxista llevaba sintonizada una emisora de música clásica. Sonaba la Primavera, de Vivaldi, cuyos compases hacían juego con mi estado de ánimo, más bien eufórico, y con la luminosidad del día. Eran las ocho de la mañana y parecía que estábamos estrenando el mundo. En esto, el conductor me observó a través del espejo.

- ¿Se ha dado cuenta de que escucho música clásica? -preguntó.

-Claro -dije yo con fastidio. No me apetecía hablar.

- ¿Y no le extraña? -insistió.

- ¿Por qué iba a extrañarme?

-Por mi aspecto. No tengo aspecto de escuchar a los clásicos. Fíjese en el piercing de la oreja y en el de la nariz, y en el tatuaje del cuello. Me cuadrarían más el rock o el rap, ¿no cree?

-No lo había pensado -respondí de mala gana.

En realidad, sí lo había pensado, pero el odio me inducía a llevarle la contraria.

-Pues yo no hago otra cosa que darle vueltas al asunto -añadió él-. Me detesto por no escuchar la música que corresponde a mi estética. Pero he intentado escuchar otra y me aburre.

-No sé qué decirle, intenté concluir.

El hombre me miró con rencor. Esperaba que yo tomara partido a favor o en contra de su dilema.

- ¿Usted no tiene contradicciones entre su manera de vestir y sus preferencias musicales?, machacó. No se rendía.

-La verdad es que no tengo preferencias musicales. A ratos me gustan unas cosas y a ratos otras, dependiendo de la situación, supongo. En cuanto a mi ropa, tampoco pierdo mucho tiempo en elegirla. Me pongo aquella con la que menos llamo la atención.

-Es usted un poco neutro -expuso con expresión de asco-. No es de esas personas que toman partido.

-La verdad es que no, despaché para fastidiar.

El hombre apagó la radio, se hundió en un silencio hostil y comenzó a conducir de manera algo brusca. Llegué a mi destino un poco mareado y arrepentido de no haberle dado la razón. Suelo dársela a todo el mundo, excepto cuando me levanto eufórico. La euforia no es buena consejera.

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