Opinión | El Palique

Los bordillos y Putin

Tres veces no he ido ya a la Plaza Roja, donde sucede el desfile que estoy viendo acongojado

Vladímir Putin.

Vladímir Putin. / REUTERS

Ahora puede tener más influencia en nuestras vidas Putin que el concejal del distrito. Toda la vida persiguiéndolo para que arregle unos bordillos, al concejal, no a Putin, y a lo mejor llega antes un bombazo nuclear y nos manda a los bordillos y a los que esperamos su arreglo al infierno en pocos minutos.

Lo bueno de una guerra nuclear es que duraría poco. Eso piensa uno viendo el desfile en la Plaza Roja del Kremlin, con Putin jugando a los soldaditos y empleando una retórica belicista que pone las emociones (negativas) de punta. La primera vez que no fui a la Plaza Roja fue en un viaje organizado del que me bajé a tiempo para reinvertir el dinero en una oferta de última hora de la misma agencia de viajes: una semana en Pekín a mitad de precio. Son los quiebros del destino. Lo que pudo haber sido y no fue. En el mercadillo de falsificaciones de Pekin, que es más grande que Cáceres, me compré un reloj y dos camisas de la marca del caballo. Una encogió tanto al primer lavado que se la hubiera regalado a un niño de seis años pero no tenía ninguno a mano. Creo que fue por aquel entonces cuando decidí que es bueno tener un niño en casa. La otra camisa me duró un poco más, aunque me daba cosa ponérmela, dado que el caballo y el jinete de polo que llevaba subido el tal caballo tenía un tamaño que si bien sería exagerado calificar de descomunal, adjetivo del que se abusa descomunalmente, bien podría decirse que era grandote. Vamos, que casi ocupaba el bolsillo de la pechera. cuando las camisas de esa marca no llevan en verdad bolsillo en la pechera.

La segunda vez que no fui a Moscú fue con motivo de una feria turística. Mi periódico se disponía a mandarme, hace muchos años, pero no sé si fue el arrebato ahorrador de mi empresa, la repentina inversión a la baja de un anunciante o la decisión equivocada de un mando intermedio la que me dejó en tierra. Yo había empleado horas durante las semanas previas en aprender cómo se dice en ruso dos cervezas, buenas tardes, no soy periodista y aquí a qué hora se cena. También en aprender estadísticas sobre gasto medio de turistas rusos, número de pernoctaciones, porcentajes de rusos en hoteles patrios, y todas esas cifras que pueden revestir de rigor una crónica sobre una feria de turismo.

La tercera vez, tranquilos que es la última, fue con motivo de un congreso profesional de agencias de noticias, pero cierta desida, el anuncio de una ola de frío, el acceso a tiempo de la lista de integrantes en la expedición y seguramente la imposibilidad de ausentarme de mi ciudad tantos días, hizo que de nuevo no fuera a la Plaza Roja, a Moscú, que ahora sigo viendo por la tele. Putin oteando a las tropas como hacía Breznev, Kruschev o Gorbachov. El avisado lector esperaba en esa enumeración, no cronológica, a Stalin, pero la he evitado por previsible y por no acabar en uve el nombre.

El desfile está durando más que un desfile de cojos, eres más lento que un desfile de cojos, se decía en mi niñez, ahora no se dice, ahora nada puede cojear de políticamente incorrecto. Ese desfile está durando más, digo, supongo que para amedrentar a occidente y a Ucrania. Tal vez mi concejal también esté viendo esto y, reflexionando sobre lo vano de los empeños humanos, decida no arreglar los bordillos de mi barrio. Total, si no al borde, estamos al bordillo de una guerra total.

Suscríbete para seguir leyendo