HOJA DE CALENDARIO

Tomates contra Van Gogh

Antonio Papell

Antonio Papell

El comportamiento del clima en ambos hemisferios durante el año 2022 está mostrando una anormalidad excepcional que culmina una etapa de varios años de progresivo calentamiento y de fenómenos extraordinarios en su intensidad y en su reiteración. En términos puramente científicos, no es prudente vincular la meteorología ocasional a reglas empíricas que, si acaso, deberían abarcar la observación de muchos años para resultar creíbles. Sin embargo, en términos políticos es razonable argüir las anomalías climáticas como recordatorio de que la comunidad científica ha advertido de la necesidad imperiosa de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para que el planeta siga siendo habitable y se ponga fin al proceso autodestructivo generado por las sucesivas revoluciones industriales.

La presión de la comunidad científica ha sido considerablemente exitosa y el 12 de diciembre de 2015, en la COP21 de París, las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (CMNUCC) alcanzaron un acuerdo histórico para acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono. El Acuerdo de París consigue por primera vez que todos los países tengan una causa común para emprender esfuerzos ambiciosos para combatir el cambio climático y adaptarse a sus efectos, con un mayor apoyo para ayudar a los países en desarrollo a hacerlo. Puede decirse, en fin, que traza un nuevo rumbo en el esfuerzo climático mundial.

Posteriormente al Acuerdo de París se han realizado progresivos esfuerzos tendentes o objetivos relativamente ambiciosos. En el caso de España, el Gobierno aprobó en 2020 la Estrategia de Descarbonización a Largo Plazo (ELP 2050) que permitirá reducir un 90% las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en 2050 con respecto a 1990. El 10% restante será absorbido por los sumideros de carbono. La comunidad internacional ha realizado declaraciones y propuestas en este mismo sentido… Hasta que la guerra de Ucrania, que ha provocado una gran crisis energética, ha descabalado todas las estrategias y ha dado nuevamente preferencia a la necesidad de abastecimiento de energía frente a la urgencia, ya reconocida, de renunciar a las fuentes contaminantes e incrementar la producción de energías renovables y limpias.

Es hasta cierto punto natural que el conflicto de Ucrania distraiga la atención de la comunidad internacional, pero no por ello la urgencia de los planes de descarbonización es menos perentoria. La inversión en generación eléctrica mediante fuentes renovables debe mantenerse a su velocidad de crucero, la electrificación del transporte ha de continuar y la investigación de nuevas energías limpias tiene que proseguir. La diplomacia global debe mantener estos objetivos y la opinión pública ha de abonarlos mediante todos los gestos necesarios. Lo que no significa que sea lícito recurrir para ello al sabotaje. Acciones como la que emprendieron los activistas de Just Stop Oil contra el cuadro ‘Los girasoles’ de Van Gogh en la National Gallery de Londres -se arrojaron botes de sopa de tomate contra el cuadro, felizmente protegido por un cristal- no solo no facilitan la toma de conciencia necesaria sino que frivolizan el problema. El caso no está aislado: un grupo conocido como The Tyre Extinguishers ha rajado los neumáticos de más de 10.000 vehículos de lujo en todo el mundo; y el pasado febrero, ecologistas activistas destruyeron un gasoducto en construcción en la Columbia británica…

El procedimiento no es nuevo. The New York Times, en un breve ensayo de Andreas Malm titulado ‘¿La sopa de tomate en cuadro de Van Gogh ayuda a la causa climática?’, recuerda que la sufragista Mary Richardson acuchilló en 1914 ‘La Venus del Espejo’ de Velázquez también en la National Gallery, cuatro años antes de que el sufragio femenino fuera reconocido.

El cambio climático no es una moda ni un derecho subjetivo que pueda ser defendido mediante estridencias sino una necesidad vital que tiene que generar unanimidad y convergencia entre generaciones y creencias. Por ello, hay que evitar la trivialización del asunto y que llevarlo a los grandes foros políticos de la mano de los propios estadistas. Solo así podremos conseguir que se consiga lo que hoy no pasa de ser, por desgracia, más que un objetivo remoto y dudoso.

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