725 PALABRAS

Vericuetos

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Los vericuetos, la mayor parte de las ocasiones son meras metáforas que afilan las plumas de escribir para describir procesos escarpados, complejos, dificultosos... En síntesis, cualquier vericueto es un antónimo preferente de los caminos de luz expeditos, de las puertas abierta de par en par y un sinónimo del proceso de un parto complejo, por ejemplo, o de la dificultad de vivir, especialmente en los aputinados tiempos que nos mantienen prisioneros de nosotros mismos, o de la permanente actividad zancadilleante de un sistema que cada vez apuesta menos por el hombre y más por su propia realimentación. Pero, aun así y a pesar de ello, es la propia dificultad la que ha movido históricamente al hombre a alumbrar grandes gestas, a base de convertirse en un perpetuo rompedor de sus propios records.

El hombre vence al hombre renaciendo de sus propias cenizas a base de asumir los vericuetos como parte del camino, porque, sépase, a pesar de su infinita capacidad de ser cansinos, los vericuetos contribuyen a forjar a la persona por cuanto que exigen mantener en buen estado de uso todo el amplio arsenal herramental con el que la Naturaleza dota a los animales, especialmente a los dudosamente denominados «racionales».

En este sentido, esta mañana me he acordado de Rubén Blades, el cantautor panameño y de su estribillo aquel de «la vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida...». Para evitar la amenazante paranoia implícita quiero pensar que a cualquiera en mi situación le habría ocurrido lo mismo.

No eran aún las 07:00. Era noche cerrada aún cuando al salir de casa y pisar la acera he sentido un clic interno. En menos tiempo del que toma la diezmillonésima de un pispás me he encontrado dentro del universo de un vericueto alto y crecido, de esos que se aparean entre ellos y se multiplican estableciendo relaciones de interdependencia. Cada vericueto es una especie de submundo dentro de otros vericuetos mayores.

Toda vez tomada consciencia del asunto, el miedo, que es la respuesta emocional adaptativa frente a la amenaza de lo desconocido, me puso en guardia y me aconsejó que me pegara contra la pared para evitar sorpresas traicioneras, y hasta, ¿por qué no decirlo?, sorpresas depravadas, ¡anda que no, que cuando los vericuetos atacan no son capaces de todo y más...! ¿Qué habría sido de nosotros, los animales, sin el miedo como antena y como herramienta de atención y defensa?

A juzgar por las diversas pláticas vocingleras que resonaban ecoicas, el vericueto en que me hallaba tenía toda la pinta de ser la hijuela de un andurrial mayor. No hube de esperar mucho para percatarme de que, efectivamente, la algarabía más próxima provenía de un vericueto mayor con declarada intención política y con cierto predicado de tinte profundamente fatuo.

Después de pensarlo, repensarlo y requetepensarlo, cada vez estoy más convencido de ello: por un lado, Vox debería elevar una consulta a sus bases proponiendo el cambio de nombre de la formación por el de Exabrupto, que es mucho más contundente y representativo de la innecesaria y desproporcionada vehemencia modal con la que arremeten en sus intervenciones contra todo lo que no forma parte de su mismidad autoimpuesta. Por otro lado, Podemos y el Ministerio de Igualdad debieran estar a la altura de sus prédicas e interpretar que el verbo poder como pila bautismal del nombre del partido que cogobierna y desgobierna el país, junto con su significado intrínseco basado en el poder inmanente de un ministerio, bien debieran ser razón más que suficiente para interpretar que en la política con mayúsculas no vale todo ni otorga patente de corso para manosear las palabras y las ideas, especialmente cuando es la ira en su estado más atrabiliario la que espolea al corcel de la sinrazón.

De casi todos es conocido que la razón es a la buena educación y a la cortesía –y hasta a la dicacidad llegado el caso–, lo que la sinrazón es a la grosería marrullera y bajuna inaceptable. Y me permito apuntar que esta aseveración es axiomática porque forma parte del código de las buenas maneras políticas, si bien, de más en más y a la velocidad del rayo, es evidente que los políticos profesionales que viven de serlo so pretexto de dejar su vida por los ciudadanos, en su más amplio espectro, parecen desconocerlo. Un dolor incurable esto...

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