EL CONTRAPUNTO

En un oscuro laberinto

El mal absoluto no deja de ser un fenómeno bastante estúpido y feo. Así está cincelado en los circuitos cerebrales de algunos de nosotros

Alucinante cerebro.

Alucinante cerebro. / Tomas Saraceno.

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Es obvio que hay personas que jamás aprenden de sus errores. Por lo tanto no es sorprendente que un equipo de eminentes neurólogos estadounidenses hayan descubierto algo importante en sus investigaciones científicas. En los cerebros de algunos de los voluntarios que participaron en ese experimento, el córtex del cíngulo anterior cerebral, responsable de importantes funciones cognitivas racionales, permanecía muchas veces inactivo.

Las noticias de la ilustre BBC a las siete de la mañana suelen ser la primera ventana que abro cada día sobre el mundo exterior. Las de la pasada semana no fueron mucho más duras que las de los otros días. Tampoco traían a la pantalla del tan portentoso como ubicuo artilugio que conocemos como televisor unos reflejos más alarmantes que aquellos que la realidad nos suele suministrar diariamente antes de la hora del desayuno. Pero aún así, esta vez había en las noticias que nos daban la fiel y admirable Sally Bandock y sus colegas algo especialmente inquietante. Quizás porque ya lo esperábamos: continúa incansable la destrucción de los tesoros que pueblan el alma y el acontecer de lugares sagrados, tantas veces mártires de su propia historia. Esta vez parece que han sido unos edificios de viviendas y unas fábricas que albergan unos centros de generación de energía o unos almacenes de alimentos. Los narcisistas autores de estos atentados contra lo más emocionante que el ser humano ha creado pecando contra la vida, la inteligencia, la sabiduría y la belleza, han querido recordarnos los bárbaros que ellos siguen ahí. Como unas termitas insaciables. Con el mismo sadismo y la misma indiferencia que aún podemos percibir en las borrosas imágenes de los campos de exterminio de la reciente historia europea. El mal absoluto no deja de ser un fenómeno bastante estúpido y feo. Así está cincelado en los circuitos cerebrales de algunos de nosotros.

En la portentosa ciudad de Dresden, donde patrullaba en otros tiempos un poderoso caudillo y carcelero llamado Vladímir Putin, se evocaban los tiempos atroces. Era en la antigua Alemania del Este. A la que llamaban la DDR. Ahora es de nuevo mi amada ciudad mágica, renacida de las ruinas. La Florencia del Elba, la del Canaletto y los civilizados monarcas de la antigua Sajonia, la de la bellísima Iglesia de Nuestra Señora.

En sus calles, un número considerable de ciudadanos se manifestaron contra la llegada de refugiados provenientes de Siria y de otros lugares vecinos. Todos maldecidos por aciagas deidades y sus agentes en este planeta. Huyen éstos de viejas y crueles tiranías, donde ahora los sirvientes del nuevo y siniestro Califato destruyen los mármoles sagrados de Palmira. Donde en una de sus columnas, los ágrafos verdugos que se disfrazan de ángeles de la muerte exhibieron, como en el mostrador de una carnicería, los restos de aquel anciano arqueólogo que fue asesinado cruelmente. Aquel buen hombre que había dedicado su vida al conocimiento y a la protección de aquella ciudad santa y sus legendarios tesoros. Como en otros lugares y otros tiempos lo fueron los protectores de una de las más nobles hijas de Roma, en la antigua Hispania. No les olvidaremos.

Supongo que quizás sea posible vencerlos. A los malvados. En las trincheras de la primera guerra mundial nuestro maestro y amigo Gerald Brenan se refugiaba en su imaginación, mientras hacía guardia en su puesto del quinto batallón del Regimiento de Gloucester. En la batalla del Somme. La que en 1916 hizo posible de una tacada un millón de muertos. Soñaba entonces el soldado Brenan que en algún rincón del mundo le esperaba un lugar sin nombre y sin guerras. Al que un día viajaría con sus jóvenes pensamientos y sus libros. Y donde el sol brillaría bondadoso, convirtiendo la naturaleza de aquellas generosas tierras de Andalucía en una generosa fiesta. Sería como el hilo de Ariadna, «la más pura». ¿Nos llevarán lejos del oscuro laberinto?

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