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Del techo de cristal al techo de silicio

Enrique Benítez

Enrique Benítez

No es necesario que se aproxime el 8 de marzo para recordar las desigualdades que perjudican a las mujeres. La expresión techo de cristal (glass ceiling) es bien conocida, aunque se recuerda poco a su autora, Marilyn Loden, una consultora de negocios que la utilizó en 1978 para contestar a los integrantes de un panel masculino que pretendían saber y explicar por qué las mujeres no progresaban socialmente.

Los tiempos cambian, y por supuesto el techo de cristal sigue existiendo. Las barreras invisibles y las cofradías masculinas que dificultan el avance de las mujeres y su llegada a puestos decisivos permanecen. Pero las nuevas tecnologías están llegando con nuevas amenazas, hasta el punto de que la profesora estadounidense Elana Zeide ha acuñado una expresión igualmente afortunada y descriptiva: el techo de silicio.

El silicio es un mineral asociado a los chips, es decir, a la revolución tecnológica y digital. Silicon Valley es el área de California donde se concentran las empresas más avanzadas, con permiso de Seattle. El techo de silicio, sin embargo, no hace referencia a la ausencia de mujeres en las carreras tecnológicas, a la masculinizada industria de lo digital ni a la brecha existente entre hombres y mujeres en el mundo digital. Su contenido es más inquietante y tiene que ver con los sesgos algorítmicos.

En los Estados Unidos se habla de la sociedad puntuada (scored society), concepto de 2014 de David Gunkel y Danielle Citron. Todo se mide y se puntúa. Recordemos esos dispositivos que nos animan a valorar la atención recibida en, por ejemplo, El Corte Inglés, el control de aeropuertos o las cadenas de comida rápida. En el mundo anglosajón todo el personal de hostelería pide que se dejen buenas referencias en TripAdvisor o páginas similares. El cliente es el poseedor del dinero, así que el cliente manda y exige. El dinero siempre tiene razón, aunque no la tenga.

El ejemplo de la hostelería sirve para los trabajos, las escuelas y cualquier escenario que podamos imaginar. Todos tus datos son gestionados por algoritmos que te puntúan para conseguir un crédito, cambiar de trabajo, aspirar a una promoción laboral o acceder a una universidad. Los algoritmos deciden qué oportunidades mereces, y cuáles no. En esa competencia salvaje medida por las máquinas, las mujeres vuelven a salir perdiendo, como ha ocurrido siempre, por los siglos de los siglos. La tecnología, decían, nos hará libres. Esa historia me suena.

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