ARTE-FASTOS

Actos y consecuencias

'Sin título', de Francisco Silva.

'Sin título', de Francisco Silva. / L. O.

José Manuel Sanjuán

José Manuel Sanjuán

Dudo mucho que haya influido la casualidad en la decisión de Francisco Selva (Tánger, 1940) de colocar, nada más entrar en la galería, dos cuadros de gran formato, similares características técnicas y una temática concreta: masas cuasicompactas que simulan ciudades o conglomerados urbanos de contornos difusos, sin rasgos arquitectónicos o elementos reconocibles, pero con un punto de concreción que aumenta o decrece según la intención del discurso plástico. Y este discurso pivota sobre un eje fundamental, el ser humano, que determina, incluso, la morfología de la obra, al servicio de historias y circunstancias, designios y presagios, hilo conductor de la exposición (sin título, al igual que las obras) que puede verse estos días en Marbella, en el Centro Cultural Cortijo Miraflores.

«Nada humano me es ajeno» (Terencio) podría ser el subtítulo de esta individual y también su principio rector: la fascinación por el individuo y su idiosincrasia; concepto que desencadena una galería iconográfica planteada en series, en las que, intuimos, se ha mantenido una estricta línea temporal, sin interrupciones, patente por la calidad y la ausencia de altibajos estilísticos. Entiende el autor, además, que la representación plástica de los valores del ser humano (también sus aporías) no deben limitarse a un lenguaje único, por lo que recurre a diferentes técnicas, como la escultura, tosca o delicada, con las Meninas como pretexto; el tapiz, con ecos de Grau Garriga; el collage sobre cartón, escenario de recuerdos y ensueños; o la viñeta gráfica, cuyos protagonistas (personas o animales) cuestionan la realidad circundante con un deje de ironía propio de Quino o Mingote.

En las series pictóricas desaparece la figura humana pero no su presencia, la huella visible, patente en paisajes de cálido cromatismo donde la Naturaleza convive (o pugna) con formaciones precubistas; o se interna en una suerte de figuración fantástica, un mundo interior de preciosa factura y deslumbrantes colores, heredero del magicismo malagueño de los años setenta (Brinkmann, Peinado, Maruna…). Pero en el último tramo de la exposición retorna el hombre, en blanco y negro, perdido y desamparado; una masa anónima cuya vida «carece de proyectos y va a la deriva» (Ortega y Gasset) o existe «como instrumento, como cosa» (Marcuse). Una muchedumbre silente que Francisco Selva dirige hacia un destino incierto, desconocido: quizá hacia aquellos cuadros de la entrada, remedos de inquietantes ciudades o conglomerados urbanos, como una expiación por sus actos o pecados. Pasados y presentes.

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