Arte-Fastos

Noche de San Juan

'Marina', de Manuel Pineda Barroso.

'Marina', de Manuel Pineda Barroso. / L. O.

José Manuel Sanjuán

José Manuel Sanjuán

El próximo viernes, 23 de junio, se repetirá la escena, como de costumbre: a la caída de la tarde, un gentío animoso y bullanguero se encaminará hacia las playas de nuestro litoral (los ríos, en el interior) con provisión suficiente, y a veces opípara, de viandas y bebidas, para que la celebración resulte un éxito. Los menos previsores -o más comodones o sibaritas- llenarán merenderos y chiringuitos para degustar menús especiales al son de ritmos exóticos; y los más jóvenes se reunirán en corros sentados en la arena, esperando con impaciencia que llegue la medianoche, cuando al fin se quemen los júas (u otros armazones más o menos elaborados) y comience la noche más corta y mágica del año, cargada de mitos y leyendas, símbolos e historias, para que el ritual del fuego aleje quebrantos y calamidades y prevenga malos augurios.

Pero toda esa multitud, fascinada por la acción purificadora de las hogueras, compartirá la velada con otro protagonista de excepción, oscuro y silencioso, pero imprescindible en la noche de San Juan: el mar. Siempre misterioso e insondable, representa como ningún otro lugar el vacío y la inmensidad, los ciclos de la Naturaleza, la precariedad de las fronteras terrestres y, sobre todo, la finitud e insignificancia humanas ante tan grandioso paisaje, como acertara a plasmar en sus cuadros el romántico alemán Caspar David Friedrich. Un escenario, por cierto, necesariamente sublimado por la nocturnidad, que convierte al mar en una lámina negra, impenetrable, cuyo rumor sordo oímos desde la seguridad de la orilla, donde los reflejos de las llamas y de la luna nos alertan de su poderosa presencia. Aunque no siempre es así. Algunos pintores han optado por la visión de un mar salvaje y bravío, donde las olas rompen con furia en las rocas del rebalaje, mientras el sol desaparece en lontananza con los últimos resplandores, luminosidad que se refleja en la orilla plácida y quieta, en primer plano, ajena al combate de elementos que sucede a poca distancia. Una variante del esquema clásico, pero siempre efectista, de la pintura de marinas puras, y que el malagueño Pineda Barroso (1949-2011) capta con su habitual maestría en un óleo sobre tabla que encontramos en una colección particular de Marbella. En esta obra prevalece, no obstante, cierto aire poético sobre la intención naturalista, actitud que condiciona el colorido, con suaves acordes tonales, y la pincelada, fluida y envolvente. Una poesía apropiada para una fiesta pagana y singular, donde lo cotidiano y lo sobrenatural viajan con las pavesas y la brisa, las alegrías y las esperanzas, los miedos y las angustias… Pero no nos anticipemos: habrá que esperar hasta medianoche. Como de costumbre.