AL AZAR

El móvil no solo daña a los niños

Frente a la dictadura de la contemplación infinita del móvil, surgen focos disidentes que la policía tecnológica debe sofocar sin dilación

Matías Vallés

Matías Vallés

Uno de los misterios insondables de la era digital consiste en que el papanatismo tecnológico impuesto por la fuerza de la economía no conlleve la contemplación extática del frigorífico, para quedar fascinado delante de un ciclo termodinámico que invierte el funcionamiento habitual de la naturaleza. Tampoco se exige de momento a la población que coloque un sofá ante el tambor de la lavadora, para maravillarse con la experiencia de la fuerza centrífuga. Se reserva esta admiración boquiabierta al móvil y a las tabletas, que son teléfonos que no permiten hacer llamadas, cómo no se nos había ocurrido antes.

Frente a la dictadura de la contemplación infinita del móvil, surgen focos disidentes que la policía tecnológica debe sofocar sin dilación. Francia decretó en 2018 la expulsión de los móviles de las aulas, una medida alcanzada por unanimidad y que demuestra el proverbial atraso galo. En Eton, se retiraron los aparatos milagrosos a los alumnos durante el horario nocturno, qué puede esperarse de una institución antediluviana datada en 1440. Ahora mismo, la cuna holandesa del librepensamiento erasmista también prohíbe los teléfonos escolares. Es innecesario añadir que en la libertaria España del trabuco cada profesor decide según su particular criterio.

Primera evidencia, el móvil daña a los niños, tal vez con lesiones más graves que la observación mística de un frigorífico o una lavadora. Así lo demuestra el énfasis de los magnates de Silicon Valley en ahuyentar a sus hijos de sus diabólicas creaciones, hasta el punto de obligar a las cuidadoras a firmar acuerdos de que no utilizarán los engendros que diseñan los propios billonarios. Por tanto, y aquí viene la segunda evidencia, el móvil no solo daña a los niños. Aunque todavía no se ha divulgado, la civilización desapareció el mismo día en que cada transeúnte empezó a hablar solo por la calle, en un indicio claro de locura colectiva. Mirar hoy a las personas que se cruzan en tu camino, un residuo de la convivencia ciudadana, se considera un gesto amenazante. Prohibido y prohibitivo.

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