TRIBUNA

Jesucristo, víctima del imperio español

Los españoles ya les han perdonado a los romanos la invasión de la Península, tras preguntarse, al igual que los insurgentes de «La vida de Brian», qué es lo que habían hecho los romanos por ellos

El presidente de Venezuela Nicolás Maduro (d) junto a el secretario General de las Naciones Unidas Antonio Guterres durante la Cumbre del G77 + China.

El presidente de Venezuela Nicolás Maduro (d) junto a el secretario General de las Naciones Unidas Antonio Guterres durante la Cumbre del G77 + China. / EFE

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Además de masacrar (con escaso éxito numérico) a los pueblos indígenas de Latinoamérica, el imperio español ordenó crucificar a Jesucristo. Es una aportación a los dominios de la teología y de la historia que acaba de hacer Nicolás Maduro, presidente de Venezuela o por ahí.

Salvo que se trate de un gazapo, la aportación resulta de lo más interesante. Hasta no hace mucho, la Iglesia culpaba de esa crucifixión a los judíos, pueblo deicida contra el que el cristiano Maduro quiso arremeter en su prédica. Todo indica que se hizo un lío con su aparente tirria a los hebreos y a los españoles.

Probablemente sin quererlo, el líder chavista descargó de su histórica culpa a los judíos para adjudicársela a los primeros europeos que pisaron lo que hoy es América. De poco sirvió que despojase a Cristo de su estirpe judaica al retratarlo como un «joven palestino» y antiimperialista. Al convertir a los españoles en sus ejecutores, Maduro ha resuelto de un plumazo el viejo debate entre quienes atribuían el crimen a los judíos y aquellos otros que lo consideraban obra de romanos. España es culpable.

Curiosamente fue un español –aunque ese gentilicio resultase de raro uso entonces– el primero que denunció los abusos de los conquistadores en su «Brevísima relación de la destrucción de las Indias».

Contaba ahí Fray Bartolomé de las Casas, entre otras muchas, la historia del indio cubano Hatuey. Requerido por un clérigo a convertirse al cristianismo antes de ser quemado vivo, preguntó a sus verdugos si los cristianos iban al cielo. «Sí», le contestó esperanzado el fraile conversor. «Prefiero entonces ir al infierno, siquiera sea para no estar en compañía de tan cruel gente», contestó el rebelde Hatuey.

El texto del obispo español fue reeditado durante la guerra entre España y Estados Unidos bajo el título: «Las horribles atrocidades de los españoles en Cuba», con el resultado de un notable impulso a la llamada Leyenda Negra.

Ahí podría haberse inspirado el teólogo Maduro para largar sobre los horrores de la conquista, que también tuvo –todo hay que decirlo– aspectos positivos para los conquistados.

Menos rencorosos, los españoles ya les han perdonado a los romanos la invasión de la Península, tras preguntarse, al igual que los insurgentes de «La vida de Brian», qué es lo que habían hecho los romanos por ellos. Así llegaron a la conclusión de que el derecho, la tecnología, la lengua, los acueductos, las carreteras y, por supuesto, el vino, son motivos suficientes para considerar al de Roma un imperio de clase premium. Aunque perpetrase las mismas crueldades que cualquier otra fuerza invasora.

No es el caso de Maduro, que ha llevado sus reproches a los españoles de hace quinientos años (y tal vez a los de ahora) hasta el punto de atribuirles la crucifixión de Jesucristo. Qué importará si el letrero colocado por los romanos sobre la cruz del nazareno confesaba en sus siglas INRI que el ejecutado era «Jesús de Nazareth, rey de los judíos», ahora transformado en palestino.

Tampoco hay que exigir demasiada precisión histórica a un chavista. El propio Hugo Chávez, mentor de Maduro, llegó a cifrar en «veinte o veinticinco» siglos la antigüedad de la especie humana, cálculo que refrendó sobre la marcha su entonces ministro de Cultura. Se ignora lo que habrá dicho el actual sobre lo de Cristo.

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