TRIBUNA

Nunca más es ahora

Emmanuel Macron ha denunciado que una Francia en la que sus ciudadanos judíos viven con miedo no es Francia

Emmanuel Macron, presidente de Francia

Emmanuel Macron, presidente de Francia / Hatim Kaghat/Belga/dpa

Bárbara Palmero

Una manifestación contra el antisemitismo ha sacado de nuevo a los franceses a la calle. Sacar a los franceses a la calle hace tiempo que dejó de ser noticia, esa buena gente lo hace por casi todo. No conozco un país en el que el pueblo unido se manifieste más en defensa de sus derechos. Dan ganas de nacionalizarse francés.

O portugués, allí el jefe de Gobierno dimite cuando es pillado en un renuncio.

Emmanuel Macron ha denunciado que una Francia en la que sus ciudadanos judíos viven con miedo no es Francia. Y es que, desde el pogromo de octubre, se han producido casi 1300 delitos de odio contra judíos, en el país con más población judía después de Israel y Estados Unidos.

Una manifestación de franceses ya no es noticia. Como tampoco lo es esta nueva ola de antisemitismo que recorre el viejo continente: cuna de la civilización, la democracia y la razón. La misma Europa que, tras descubrir el horror de la Solución Final y los campos de exterminio, declarara que aquella iniquidad no tendría lugar nunca más.

El antisemitismo no nace en el año 33 de nuestro calendario, ni en 1492 con la expulsión de los sefarditas de la península ibérica. España y Portugal fueron los últimos en obligarles a irse, antes lo habían hecho los otros reinos. Tampoco en 1933 con el triunfo del partido nazi. Ni tan siquiera en 1948 con la creación del Estado de Israel.

El odio al judío ha estado ahí desde siempre, es tan antiguo como el mundo.

El escritor, intelectual de izquierdas, pacifista, y Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el israelí Amos Oz, culpa al fanatismo: “El fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana. Más viejo que la religión. Más viejo que cualquier estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo”.

Me interesan sobremanera las reflexiones de Pérez-Reverte sobre el Sabbat negro. De todas las barbaridades documentadas por los yihadistas con sus cámaras, al otrora corresponsal de guerra se le quedaron grabadas en la retina dos imágenes: la mujer maniatada a la que meten en un jeep del que unos terroristas bajan para que otros suban, y el cadáver ultrajado y humillado de la mujer de la pickup.

Mis demonios personales no son los mismos que los del académico. Yo no he asistido en vivo al horror reflejado en distintos rostros y en diferentes coordenadas espacio-temporales. O igual es porque mis cromosomas XX y yo, pese a haber nacido en este pacífico mundo occidental, libre y seguro, sabemos bien lo que le espera a cualquier mujer en cualquier conflicto en cualquier parte del mundo.

Tras la razzia de Hamás, la escena que no consigo olvidar es la de una madre aterrada. Los yihadistas acaban de han asesinar a su compañero, y a ella junto con sus dos hijos, uno aún bebé, los sacan a la fuerza de su casa en el kibutz atacado y se los llevan… ¿hacia dónde? ¿Para hacerles, qué?

De ese desconocimiento procede el miedo cerval que evidencia su cara desencajada. La mirada de esa madre no es la escena de una película sobre la Shoá. Su miedo es el de todas las víctimas. Un miedo que no puede fingirse, ni ser interpretado.

Ha envuelto a los niños en una manta portabebés que mantiene atada a su cuerpo. Se abraza a ellos, sujetándolos con todas sus fuerzas. La mirada de los pequeños parece tranquila, están con mamá. La de ella desata las lágrimas...

El pasado 9 de noviembre, durante el aniversario de la noche de los cristales rotos, Olaf Scholz dejó claro que la legislación alemana ampara el derecho fundamental a la libertad y a la integridad física de los judíos, y los protege frente a la difamación racista y antisemita.

El presidente francés y el canciller alemán ratifican el firme compromiso de proteger a sus ciudadanos judíos. Mientras, una marea humana ha inundado El Capitolio de Washington DC en repudio del antisemitismo y en defensa del derecho de Israel a existir.

Los israelíes se pensaban a salvo, no lo estaban. Los judíos europeos se sentían a salvo, ya no. Nadie está a salvo, ni judíos ni gentiles. En este mundo hay sujetos sádicos y depravados, seres perversos que, drogados con captagón o no, haciendo gala de una crueldad sin límites, son capaces de cometer atrocidades inenarrables.

Nunca más el fanatismo y la violencia imploraba Elie Wiesel, escritor, superviviente de los campos de la muerte y Premio Nobel de la Paz, durante el 50 aniversario de la liberación de Auschwitz. Nunca más (el Holocausto) es el lema de las Fuerzas de Defensa de Israel que combaten a la yihad.

Nunca más es ahora. Nunca más es siempre.

Suscríbete para seguir leyendo