EL CONTRAPUNTO

El habla de los antiguos atenienses

Siempre nos sentiremos más cercanos a aquellas ciudades en las que hemos trabajado por diversos motivos que a aquellos otros lugares por los que hemos pasado con la frivolidad inevitable del turista

La superluna de Ciervo, desde Atenas

La superluna de Ciervo, desde Atenas / REUTERS

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Ya hace tiempo que observé que tiene resonancias antiguas el habla de los griegos actuales. Sobre todo cuando ésta se tensa con las protestas en las calles de sus ciudades principales. Recuerdo que nos contaba Herodoto que en verano los remeros atenienses, aquellos que hacían avanzar sus trirremes por el viejo Mar Mediterráneo, necesitaban beber agua continuamente. Se ha calculado por doctos historiadores que la tripulación de un trirreme podía beberse en los meses calurosos una media prodigiosa de agua potable por día. Con el calor del estío, el sudor de los remeros de las bancadas de la primera cubierta caía sobre los compañeros que remaban más abajo. El hedor era tan insoportable que los oficiales apenas se asomaban. Cada tres o cuatro días había que limpiarlo todo con agua del mar.

Aunque había algunos extranjeros entre ellos, la mayoría de los remeros provenían de las clases menos favorecidas de Atenas. Era bien sabido en la antigüedad que no había remeros más duros, valientes y hábiles que los atenienses. Y esa era la ventaja de la ciudad sagrada cuando se enfrentaba en la mar a otros estados más poderosos, extensos y ricos que ellos. A través de la expansión ultramarina de la metrópolis, muchos de aquellos galeotes pudieron emanciparse. Los griegos actuales no lo tienen tan fácil.

Herodoto observó que en realidad Atenas era una democracia basada económicamente en el trabajo de los esclavos. Unos cincuenta mil ciudadanos con derecho al voto eran los amos de más de cien mil esclavos. Los llamaban los “andrapoda”. Es decir, semovientes con apariencia humana, según la milagrosa capacidad descriptiva - siempre portentosa - del idioma helénico. En el escalón inmediatamente superior de la escala social ateniense estaban las mujeres. Sin derechos cívicos, ellas dependían totalmente de la protección de un hombre. El “kirios”, el señor, era el responsable de su seguridad y su bienestar. Algunas de las mujeres de las clases altas de Atenas podían ver suavizadas sus condiciones de vida. Pero a diferencia de los esclavos, ellas nunca podrían liberarse totalmente de las ligaduras de su sometimiento al macho de la especie.

Creo que conozco bastante mejor el norte de Grecia que Atenas y su área de influencia. Es obvio que siempre nos sentiremos más cercanos a aquellas ciudades en las que hemos trabajado por diversos motivos que a aquellos otros lugares por los que hemos pasado con la frivolidad inevitable del turista. Estoy orgulloso por eso de haber podido trabajar - y muy duro - en la ilustre Tesalónica, más al norte. Gracias a la benevolencia y la generosidad del Consejo de Europa participé hace unos años en unas fascinantes jornadas sobre los misterios del patrimonio natural y cultural europeo. Tuvieron éstas como marco esa ciudad - Tesalónica – a las que los turistas generalmente no consideraban especialmente atractiva... Al final eso fue una bendición. Cuando al declinar la jornada laboral me sentaba en un café, observaba fascinado el paisaje humano que me rodeaba. Tertulias intensamente inteligentes y vivaces de muchachas en flor - más trigueñas que sus hermanas atenienses del sur - las que poblaban el aire de la tarde con el humo de sus frecuentes cigarrillos. Desde luego, me agradaba oír las cadencias argénteas de unas voces femeninas que navegaban por un idioma indiscutiblemente espléndido. Los hombres en cambio eran más taciturnos y silenciosos. De todas formar yo no entendía casi nada. Mi griego clásico del Bachillerato no me servía para mucho en aquellas lides.

Afortunadamente, buscando más el milagrero talismán y sus recursos mágicos, más que una no existente erudición como aspirante a helenista, me había llevado conmigo en aquel viaje mi venerable Antología de antiguos textos de la Ilíada y la Odisea. Una emocionante reliquia del antiguo y siempre oportuno Bachillerato español. Fue aquel inolvidable volumen de textos griegos el que fue también utilizado en España en nuestro pundonoroso Preu. Sigue siendo para mi un libro hermoso, lleno de ecos y resonancias. Hasta cierto punto me recordaba el formato y las encuadernaciones de los maestros de Gallimard, la clásica editorial parisina. Nos informaba entonces su prólogo que en España “la Orden Ministerial del 8 de agosto de 1963 establece para la disciplina de Griego que durante el cuatrienio 1963-1967, la labor se centrará en el estudio, en todo o en parte, de los poemas homéricos”. Sabia medida fue aquella a la que tanto debo. Queramos o no, no en vano al final somos la feliz acumulación de todo lo que hemos podido leer a lo largo de nuestras vidas.

¡DIOS SEA LOADO!