Tribuna

La manipulación del mensaje

Antonio Porras Cabrera

Antonio Porras Cabrera

Esta anécdota, si no estoy mal informado, la cuenta Luis Carandell en su libro ‘El show de sus señorías’. El arzobispo de Canterbury, que como todo el mundo sabe es la primera autoridad de la Iglesia Anglicana, realizó en cierta ocasión un viaje a Nueva York.

Antes de ir, algún bienintencionado asesor, le previno acerca de los periodistas estadounidenses y sobre su particular intencionalidad a la hora de formular preguntas y su costumbre de tergiversar las respuestas.

Una vez en Nueva York el prelado se enfrentó a una rueda de prensa y fue preguntado en los siguientes términos:

- ¿Qué opina su eminencia de los burdeles del Este de Manhattan?

Se ve que el arzobispo no tomó muy en cuenta la recomendación que le formularan antes de salir y, un tanto desconcertado, solo acertó a devolver como respuesta otra pregunta:

- ¿Hay burdeles en los barrios del Este de Manhattan?

Al día siguiente, en un alarde de maestría periodística, algún periódico titulaba en portada: «Primera pregunta del arzobispo de Canterbury a su llegada a Nueva York: ¿Hay burdeles en los barrios del Este de Manhattan?».

Era verdad lo que decía la prensa, pero le daba una orientación intencional descontextualizada, induciendo a la perversión del clérigo, cuando su pregunta era de inocencia y desconocimiento de aquel hecho que le planteaban. Era verdad que lo había preguntado, no se puede recriminar al periodista, pero no como un interés por saber dónde estaban para hacer uso de ellos, sino por sentirse asombrado ante tal posibilidad, que él desaprueba.

La traigo a colación como ejemplo de la perversión del lenguaje, que no es tal, sino la que ejerce quien lo usa en base a su intencionalidad manipuladora, como solemos ver en el mundo político.

En el mundo de la política, y por ende de algunos medios, o pseudomedios, de comunicación, estamos siendo bombardeados con falsas noticias o, cuanto menos, de medias verdades intencionadas. En todo caso, bajo mi opinión, existe una guerra de intereses por cómo y quién gestiona la salida de la crisis, pues según quien lo haga, el peso de la misma recaerá más a un lado o a otro. Cuando lo ideal es que, en este momento, aparezca la política con mayúscula y ejerza la función que se le requiere, siendo esta la de consensuar y acercar posturas desde el respeto a las demás posiciones para buscar una salida equilibrada donde, sabiendo que todos vamos a perder, el coste se distribuya de una forma equitativa. Pero, como el concepto ‘equitativo’, o al menos su interpretación, es subjetivo, solo cabe la negociación y el acercamiento para que determinados principios de solidaridad y humanismo prevalezcan tal como defiende la propia Constitución.

Si los políticos, en lugar de sembrar y cultivar el consenso para facilitar la convivencia y la justicia distributiva, nos llevan a la confrontación cainita, arrojando gasolina al fuego y alentando en la ciudadanía la llama del odio y el desencuentro, deberemos plantearnos alternativas que representen mejor nuestros intereses. Lo malo es que, tal vez, sean un reflejo de la propia ciudadanía, ya que los votamos, y el asunto se complique por nuestra incapacidad para llegar el encuentro, incluso, en comunidades de vecinos o círculos allegados. El problema, al final, es educacional.

Yo, a veces, uso una técnica singular para intentar ir más lejos de lo que dice el político o el tertuliano de turno. Consiste en quitarle la voz al televisor e ir analizando la cara, sus expresiones y formas, sus posturas, miradas y todo el conjunto de elementos que conforman la comunicación no verbal, o sea aquella que no dicen las palabras pero sí los gestos, aunque pierda la entonación y cadencia como un elemento más de ese tipo de comunicación, también llamada analógica. En ocasiones lo que veo no es razón sino odio, no es intención de acercamiento sino rechazo, no es voluntad de compartir sino imponer.

Lo hago porque está evidenciado que las palabras son manipulables conscientemente, pero la comunicación no verbal escapa a esa manipulación intencional, al ser un idioma consubstancial a la comunicación emocional desde sus inicios, si bien los vendedores y aquí entran los políticos expertos en el marketing, se forman y especializan en su manejo y modulado para conseguir engatusarnos, incluso, emocionalmente (en este sentido es interesante el libro de Allan Pease, ‘El lenguaje del cuerpo’, ‘La comunicación no verbal’, de Flora Davis y otros…).

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