Opinión | La Bodeguilla

Números y letras en la política marzal

Hoy es 11M. Al recordarlo, se hace el silencio. Aún hay ecos de dolor seco y violencia. En definitiva, impotencia. No existen palabras que se acerquen a explicarlo

Viajeros junto a la madrileña estación de Atocha.

Viajeros junto a la madrileña estación de Atocha. / EFE

Andaba ‘El tabernero’ buscando género para subir como cada lunes la persiana de La Bodeguilla y lo primero que se le ocurre es pedirle a la RAE, vía ‘San Google’, una palabra que signifique ‘relativo al mes de marzo’. Aparece, entonces, ‘marzal’. Y el resultado no sólo no lo deja indiferente (disculpen la redundancia negativa) sino que le encanta. Le recuerda que la poesía lo persigue hasta cuando él huye de ella. Y que, quizás, la poesía sea lo único que nos salva, tal y como proclamaba el poeta malagueño de la Generación del 27 y la Revista Litoral Emilio Prados Such (1899-1962), que encima nació un 4 de marzo de hace ya un siglo y cuarto. Otro hallazgo coincidente: efemérides. Pero, como toca ser concretos, el arrebato lírico lo ha provocado, precisamente, un tal Marzal, que así es como se apellida uno de los grandes poetas vivos que le quedan a este país desde que se marchó otro valenciano llamado Paco Brines. Marzal, en cambio, es Carlos y -aunque él no lo sepa- tiene en común con ‘El tabernero’ un tesoro: la amistad del escritor, antólogo de la noche, profesor y articulista de esta casa José Luis González Vera.

Puestos a seguir hurgando en la guantera del diccionario, resulta que también se conoce como marzal a un tipo de trigo. A aquel que ha sido sembrado durante este mes, como el pacto de la amnistía que floreció a nivel informativo, casi con nocturnidad, el miércoles pasado. Un 6 de marzo al que no vamos a referirnos como el 6M porque en la ‘primera parte’ de esta tercera hoja del almanaque existen números y letras más contundentes.

Sin ir más lejos, hoy es 11M. Al recordarlo, se hace el silencio. Aún hay ecos de dolor seco y violencia. En definitiva, impotencia. No existen palabras que se acerquen a explicarlo. Hoy, a través de la memoria muchos nos bajaremos -como la canción de Joaquín Sabina- en Atocha. Jugaremos a preguntarnos dónde andábamos aquella mañana insoportable, cómo recibimos la noticia.

Aquel que ocupa el otro lado de la barra imaginaria de La Bodeguilla, estaba hace 20 años en Sevilla. En la redacción de ‘El Correo de Andalucía’. Y le ha bastado con rememorarlo para que entre tanta tristeza irrumpa una sonrisa, si atiende a otro guiño casual del presente. Ese periódico, imprescindible Ave Fénix de la prensa que nació un mes antes que Emilio Prados, acaba de resurgir con una fuerza y unos atractivos que invitan a surcar sus contenidos. De vez en cuando, el periodismo también nos salva. La política, no tanto. Prácticamente, nunca. Da pena comprobar, mientras se invoca este vigésimo aniversario, toda la política que se hizo -y se sigue haciendo- alrededor de la sangre derramada por los atentados islamistas del 11M.

Por desgracia, la política marzal existe. Y no sólo por la tinta generada por José Luis Ábalos. A los tenaces ‘reskoldos’ de la actualidad se han asomado, de forma paralela, incendios que han usado como evitables escenarios los frondosos y necesarios bosques del 8M. O sea, otro número abrazado a la misma letra sin el que no terminarían de salir las cuentas, en relación a esos brotes oportunistas de política que atraviesan marzo.