Opinión | El ruido y la furia

Guerra

El mundo se prepara para la guerra. Sí, ya sabemos que guerras hay por todas partes (creo que son diez las que se desarrollan ahora mismo en el mundo)

Palestinos en los alrededores del Hospital de Al Shifa, el mayor de la Franja de Gaza

Palestinos en los alrededores del Hospital de Al Shifa, el mayor de la Franja de Gaza / Europa Press

Tiene uno la sensación, acaso el miedo, de que el mundo se prepara para la guerra. Sí, ya sabemos que guerras hay por todas partes (creo que son diez las que se desarrollan ahora mismo en el mundo), pero vas leyendo entre páginas en los periódicos y te das cuenta, tal vez intuyes, de que tienen una clarísima vocación de expandirse, de transformarse en un conflicto a gran escala cuyas consecuencias serían terribles, puede que definitivas.

Hay varias señales que apuntan en esa dirección, solo hay que citar un par de ejemplos, los más evidentes. Así, diríamos que es algo más que preocupante la amenaza de Irán, que anuncia represalias contra Israel por haber bombardeado su embajada en Siria, lo que daría a Netanyahu una magnífica excusa para atacar directamente a Irán y encender de forma definitiva la mecha de un conflicto de consecuencias catastróficas en Oriente Medio. Entretanto, Putin sigue siendo la gran amenaza en Europa. Cuando invadió Ucrania ya dijo Felipe González que no pararía ahí la cosa. Ahora parece que los hechos comienzan a darle tímida pero insistentemente la razón. Hace solo unos días Donald Tusk, primer ministro de Polonia, llamaba la atención de Europa (aunque se dirigía directamente a Pedro Sánchez) sobre la necesidad de rearmarse, de dedicar un mayor presupuesto a defensa, ante la cada vez más real amenaza rusa. Decía, textualmente, que «estamos en una época de preguerra y Europa tiene que estar preparada para defenderse».

¿Qué haremos? El ser humano parece incapaz de la paz, permítanme el burdo juego de palabras. Siempre confía en que la guerra solucione definitivamente los problemas, pero si de verdad fuese así con la primera guerra hubiese bastado y, sin embargo, ahí está la historia, échenle un vistazo, no hemos hecho otra cosa que matarnos entre nosotros sin conseguir más que eso, matarnos entre nosotros.

Siempre tuve este temor (que me desvela y me angustia las madrugadas) que ahora veo cada vez más cercano, el de que me pillase una guerra en la vejez, cuando ya no pudiera defenderme ni cuidar de los míos, falto ya de fuerzas y de energías para soportar sus horribles consecuencias. Es terrible esta sensación de ver crecer día a día el monstruo que te asusta sin poder hacer nada por evitarlo, excepto escribir unas cuantas palabras que sirvan de exorcismo, o de aviso, o de clamor en el desierto.

«Tristes guerras/ si no es amor la empresa./ Tristes, tristes.// Tristes armas/ si no son las palabras./ Tristes, tristes», decía Miguel Hernández en su ‘Cancionero y romancero de ausencias’. Es Miguel un poeta más citado que leído, como todos. De otra forma nos iría si leyésemos más a los poetas.