Opinión | Viento fresco

En abril, carrusel

Deseamos el verano, que es un estado mental. Pero no los calores infernales que trae

Deseamos el verano, que es un estado mental. Pero no los calores infernales que trae.

Deseamos el verano, que es un estado mental. Pero no los calores infernales que trae. / L. O.

Se anuncia la entrada del levante en la provincia de Málaga. Y una bajada de las temperaturas. Esto es un carrusel imprevisible y de los calores de ayer y el domingo podemos pasar a unas máximas de veinte grados con mínimas de diez el próximo fin de semana. Ya dijo Elliot que abril es el mes más cruel pero es también el más locuelo, destronando a ese «febrerillo el loco» del que hablaban nuestras abuelas. El que suscribe no tiene ninguna prisa porque llegue el calor, que se instalará con fuerza un día de estos y ya no nos abandonará hasta octubre. No hay prisa para recibir las altas temperaturas pero sí ansias de que venga el verano. Es que ya no es lo mismo. El verano es un estado mental. Otra cosa son sus temperaturas, ya en estos años con decenas de noches tropicales, o sea, aquellas en las que se superan los veintitantos grados incluso de madrugada y en las que no duerme ni Dios. Uno se acuerda de tantos veranos y vive con la esperanza aún de vivir el gran verano de su vida pero no se acuerda del calor y de los agobios. O a lo mejor es que aún no le importaba la temperatura. Nos atrevemos a esbozar una regla: cuanto mayor eres más te interesa el tiempo. Y las esquelas. Y el descafeinado y la presión arterial y el brócoli y los horarios exactos del ferrocarril y de las mercerías. Un día te levantas y sales a la calle a lo que surja y ahora coges el paraguas en el momento en el que esté mínimamente nublado. Te vuelves precavido. Recuerdo a un compañero que llegó a la redacción hace años y que dijo muy serio y solemne: aquí tengo que ser muy precavido porque sé que a todo el mundo le ponen un mote. Desde entonces se le apodó el precavido.

A lo mejor estamos escribiendo sobre el levante y el levante no llega. Es como escribir del tren de la Costa. O del saneamiento o de las obras hidráulicas, del pleno empleo o de una nueva ronda de circunvalación.

Si siempre hubiera que escribir sobre cosas que notoriamente existen, nadie escribiría sobre los ángeles, acerca de los que sin embargo se ha escrito mucho, aunque no siempre como los ángeles ni ágilmente ni con una prosa con alas. Ni angelicalmente, claro. No sé si los ángeles pasan calor o son atérmicos, si les afecta el levante o son más de poniente. El tiempo nos alcanza y nos vuelve locos. Ahora también el meteorológico.