Entrevista | Juan Gabriel Vásquez Escritor

«La ficción que se escribe ahora se mide por el patrón de lo que se llama autenticidad»

El autor colombiano uno de los grandes nombres del inminente festival literario Escribidores. Lo abrirá mañana, precisamente, con un diálogo con el novelista estadounidense Richard Ford y también conversará al día siguiente con Chloe Aridjis en la Biblioteca Municipal de Alhaurín de la Torre

Su nuevo libro, 'La traducción del mundo', representa un grito de júbilo retrospectivo al arte que ha marcado sus años: el de la ficción

El autor colombiano, en una imagen de archivo

El autor colombiano, en una imagen de archivo / Carlos Pardellas

Juan Cruz

Juan Cruz

Dice que su más reciente libro, 'La traducción del mundo', es «un elogio de la ficción»...  

Sí, y de la actividad de leer ficción. Y es también un testimonio de inquietud por lo que se supone que es la ficción en la sociedad de hoy, en la que ocurre esa apropiación cultural que le prohibió a una traductora holandesa y blanca traducir un poema de una mujer norteamericana y negra, o que le prohíbe a un escritor hombre escribir desde el punto de vista de una mujer. Esta que vivimos es una nueva conversación cultural que te pone a pensar en la salud de las ficciones. Nuestra sociedad podría estar apartándose de lo que hemos buscando durante siglos en las historias inventadas. Esas historias son importantes, han llevado a grandes descubrimientos que han hecho posibles enormes conquistas sociales. Me preocupa que esa larga conversación se rompa por prejuicios de esta época.

¿Qué consecuencias está teniendo ahora este fenómeno en los escritores de su generación o más jóvenes?

Creo que hay un cierto temor a adentrarse en terrenos que no son los nuestros. Parece que la ficción que se escribe ahora se mide por el patrón de lo que se llama autenticidad. Y eso, claro, está muy bien sobre el papel, pero no es lícito que nos cierre posibilidades, que nos corte la sed de aventuras, de ir a lugares que no conoces e investigar en ellos para traer las noticias de lo que pasa allí donde es imposible llegar, que es lo que para mí siempre ha hecho posible la mejor ficción. No aventurarnos en lo que no sabemos, como si para esa aventura necesitáramos un carnet, sino en aquello de lo que podemos dar fe que sabemos, como si se necesitara una validación para lanzarse a escribir.

Con la ficción llegamos a los secretos humanos que no deberíamos conocer nunca»

Ésa es una reflexión de la que parte el libro. Usted ha estudiado muy a fondo el asunto porque de la ficción depende su vida…

Viene sobre todo de unos años, los de la pandemia, en las que conversé mucho en Estados Unidos con el mundo académico, mientras daba unas conferencias en la Universidad de Columbia. Ahí me di cuenta de que la escritura corría el riesgo de sufrir la censura previa. Había alguien que se moría de miedo ante la necesidad que abrigaba de escribir una novela sobre una escritora gay. También conocí a una fotógrafa con una preciosa colección de retratos que no sabía si sería capaz de retratar a hombres y mujeres negras que habían sufrido agresiones de la policía, porque podrían acusarla de estarse apropiando del dolor de los otros para su propio beneficio... La ficción es la esencia de lo que hago, es un acto de imaginación moral, no es un acto de curiosidad por el sufrimiento de los otros, es un intento por habitar la vida de los otros y entender mejor, no completamente, pero entender mejor… La conversación cultural rechaza actualmente esa posibilidad: ser libres imaginando, haciendo ficción, y no solo ficción.

Eso, sin duda, está afectando a la calidad de la escritura, y de la lectura…

No lo sé. Creo que le pone cortapisas a la imaginación. Eso puede redundar, es cierto, en una baja calidad de lo que se escribe a partir de la imaginación, porque nuestra experiencia como seres humanos es terriblemente limitada. Y, además, la experiencia de los escritores tiende a ser frecuentemente muy aburrida. Entonces, si solo te limitas a contar lo que sabes, si no puedes ir hacia el otro e investigar en el otro, entonces muchas veces produces las cosas que son de menor interés. La razón por la que empecé a escribir fue esa: descubrir que mi propia vida no basta. Que no es suficiente con tener una vida. ¿Quieres vivir más vidas? ¿Quieres entender más cosas? ¿Quieres saber qué se siente al matar a un hombre sin tener que matarlo? Entonces, haz o lee ficción. Lee, por ejemplo, 'Crimen y castigo', de Fiódor Dostoyevski.

Cuando leí a los 17 años 'Cien años de soledad' me dije:La ficción es el mundo en el que yo quiero vivir»

De esa convicción nace este libro, pues.

De esa convicción nacen las conferencias que di en Oxford, y de ahí viene este libro. Son preguntas a la literatura. Qué ofrece la ficción que no podamos encontrar en ninguna otra parte. Qué nos da la ficción que no nos da nadie más... Claro que esas son preguntas angustiadas porque salen de un cuestionamiento de la ficción. Y este libro es una defensa tácita de la ficción: si ustedes están atacando esta actividad rara que desarrollamos los seres humanos, que es la de interesarnos en la vida de gente que no existe, pues yo voy a tratar de buscar cosas que perderíamos si la ficción desapareciera. Por eso en el libro hablo especialmente de una cierta manera de entrar en el pasado para comprenderlo, que es también una cierta forma de indagar en la vida secreta de los otros, que sólo está en la ficción a la que nos hemos acostumbrado. Con la ficción llegamos a los secretos humanos que no deberíamos conocer nunca, y eso que es peligroso resulta que es la parte esencial de la literatura y, para mí, del conocimiento del pasado de los otros. Para el libro yo busqué en esa esencia de la ficción.

En su caso, esta 'Traducción del mundo' tiene que ver con la madurez de leer…

Así es. Los libros cambian mientras vas madurando. Me ha pasado con 'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad. Y con 'Rojo y negro', de Stendhal. En este caso, esa novela la leí con 20 años y la diferencia con ambas épocas es, como lector, monumental. El libro es otro libro y además el libro sabe que he cambiado, así que me devuelve transformados los descubrimientos que yo había hecho entonces. Los libros te explican tu evolución, en cuanto al amor, a la amistad, a la religión o a la política. Los libros te dicen todo el tiempo cuánto has cambiado, y a mí eso me parece que es uno de los grandes placeres de las relecturas.

La verdad de las mentiras, pues. ¿Qué mentira le sedujo más de todas las que ha leído?

Yo creo que fue precisamente cuando tenía 17 años y leí 'Cien años de soledad'. En ese momento me pasó a mí lo que García Márquez dice que le sucedió con 'La metamorfosis', de Franz Kafka. Pensé: «Caramba, si la ficción es capaz de esto…, la ficción es un mundo en el que yo quiero vivir». Entonces ya era capaz de creerme todo aquello que me contaran, y en estos casos que me lo contaran de una manera tan seductora. Era como un sueño que te borraba los contornos del mundo y te metía del todo en la ficción.