En campaña

Todos al sálvame

Begoña Villacís concurre en Madrid con el eslogan de La Villa, La Villa esto, La Villa lo otro, en juego de palabras con su apellido y Madrid. Su futuro es una incógnita: o concejalía desequilibrante entre izquierda y derechas o cero patatero y fin para Ciudadanos. Pronto saldremos de dudas.

Begoña Villacís concurre en Madrid con el eslogan de La Villa, La Villa esto, La Villa lo otro, en juego de palabras con su apellido y Madrid. Su futuro es una incógnita: o concejalía desequilibrante entre izquierda y derechas o cero patatero y fin para Ciudadanos. Pronto saldremos de dudas. / EFE

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Ahora que el Sálvame encara su recta final y se ha puesto humorístico y estoico, deberían llevar a los líderes políticos al plató a debatir y merendar, zaherirse y exponerse al pueblo televisivo. Sánchez fue el pionero, llamó una vez al programa en directo, tal vez idea de Iván Redondo, que fuera su gurú hasta que el presidente se hartó de oirlo. Ahora es periodista, una forma discutible para ganarse la vida. Rufián en Sálvame, en plan buen chico de Santa Coloma, bendito mestizaje del área metropolitana de Barcelona, Feijóo en Sálvame entendiéndose con Kiko Matamoros, Abascal hablando de toros con Belén Esteban, la Patiño Poniendo ojitos e Irene Montero con Belarra en un rincón sin hablar con nadie diciendo solo sí es sí. Yolanda Díaz repartiendo pastelitos y poniendo paz, no Paz Padilla, que a lo mejor busca un candidato andalucista. Jorge Javier es un obispo televisivo que guía a su parroquia, un icono de la cultura popular, dicen. Lo dicen sobre todo los que se resiten a hablar de cultura sin apellidos.                                 

Vázquez es un gran prescriptor, un rojeras sin complejo, un líder de masas que la izquierda pierde para la precampaña de las generales, que más bien está siendo ya. Jorge Javier es una magnífico prosista, dicho sea sin ninguna ironía. La afirmación es constatable leyendo la colaboración semanal en el Lecturas, donde ora comenta la actualidad, ora hace un ejercicio memorialístico y a veces de autofustigamiento.                                                  

Quizás escriba mejor que Iván Redondo. Imagino a Kiko Hernández preguntando a Ortega Smith si tiene muchas novietas y a Ayuso inquiriendo acerca de que por qué han dejado entrar a Bolaños, que tiene cara de niño bueno que mira de soslayo un muslamen de alguna colaboradora. Almeida iría para contar que no liga, cuento que lleva contando desde que comenzó en la alcaldía. Es su vía para hacerse cercano; Almeida es el único español que no va de pichabrava y empieza a ganarse fama de salidorro.                           

España es Sálvame: chisme, algarabía, cachondeo e ideología. Banalidad aparente y mucha filosofía. España es Feijóo diciendo en Badajoz que está muy contento de estar en Andalucía. Algún que otro candidato a alcaldía puede estrellarse y pedir trabajo en Sálvame, pero sería un trabajo efímero, hasta final de julio. Otros podrían enrolarse en la tertulia de Ana Rosa, que dentro de unos años bien podría ser candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. No por un partido de izquierdas, claro. Todos los que no han visto nunca el Sálvame, ahora dicen que lo veían. Los que lo veían no están del todo orgullosos de proclamarlo.                                    

El Sálvame eran los primos ruidosos que llegaban a casa de la abuela solitaria en el confinamiento. El nido de venenosos del que hay que ponerse a salvo, el ruido de fondo mientras se escribe una novela, el canal comunicativo apto para enterarte de quién se da al fornicio con quién. Pero también una obra de teatro con sus personajes bien delimitados. Cada uno de ellos es la fusión perfecta del tertuliano, el cotilla, el showman y el famoso. Famosos por que sí, no por brillar en una actividad. Tal vez como no pocos políticos. 

Tecleando estas líneas se cuela el Sálvame de fondo. Somos muchos los que, ahora sí, todos los días lo sintonizamos un poco. Por el morbo. Por ver en directo la agonía de un moribundo. Conectamos cada día un ratín como el que conecta cada jornada con la campaña electoral, para cerciorarse de que sigue ahí. De que marcha a su ritmo. La campaña, como el Sálvame, es una burbuja que se ensimisma ajena al mundo exterior. Los demás somos espectadores. Dicen que somos los que mandamos. Pero yo no veo mucho que cuenten con nosotros.

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