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Orlando o el hallazgo del género fluido

En el 140 aniversario del nacimiento de Virginia Woolf la invención del andrógino protagonista está de actualidad como una mágica anunciación del presente

Virginia Woolf.

Virginia Woolf. / Francis Mármol

Francis Mármol

En estos días en los que la cuestión de género abarca horas y horas de tertulias en los medios de comunicación, y en las paradas de autobús, habría que reconocerle a la escritora inglesa Virginia Woolf el hallazgo intuido de una transgresión hace casi cien años; la posibilidad del género fluido.

La reedición de ‘Orlando’ es un acierto por parte de la editorial Alianza en el 140 aniversario de su nacimiento, no solo por su valor estilístico de vanguardia, en esa suerte de biografía de un mismo protagonista a lo largo de cinco siglos, sino por el testimonio de una mujer adelantada, Virginia Woolf, a todos estos movimientos sociales de hoy y que entonces, por su parte, usó la literatura como un grito con el que vencer a sus fantasmas.

Woolf es la autora que habría de sufrir la muerte prematura de sus progenitores, abusos sexuales, amores dolorosos y que finalmente terminó suicidándose de una manera tan dramáticamente literaria como lanzarse a un río con los bolsillos llenos de piedras. Una atormentada visionaria en el hecho de construir un personaje que cambiaba de género a través de los siglos sin la menor perturbación, adelantando entre líneas que el futuro no estaría definido por dos sexos sino por un elemento líquido de sentirse hombre, mujer, o cualquier otra cosa en una misma vida y a veces simultáneamente. Lo que viene a ser estar de rabiosa actualidad con su argumento, que diría un cursi.

Aunque todavía a alguno le pueda parecer esto un hecho anecdótico, la biografía de su autora confirma que era una mujer encarcelada en un cuerpo irremediablemente libre que no conoció las fronteras de la moralidad y que trató de saltarlas cuando pudo. Sabido es que esta novela es un homenaje indisimulado al que fue el gran amor de su vida, Vita Sackville-West, cuya sangre estaba preñada de cosmopolitismo a la vez que de una acendrada estirpe aristocrática. Ella es Orlando, la nieta de una archifamosa malagueña en realidad.

Y es que por ella son las aventuras más trepidantes y cabe rastrear su pasado folclórico en ese tiempo que pasa entre gitanos y que de alguna forma, aunque no sea en España, nos sitúa a todos en cualquier rincón perchelero o trinitario en el que se formó la abuela de la famosa escritora y que se dedicó a bailar el protoflamenco de la época y formar el taco gordo en los grandes teatros de la Europa más finolis hasta tal punto de cazar en nupcias una de las mayores fortunas de la Pérfida Albión.

Al mismo tiempo, ‘Orlando’ merece el adjetivo de monumental porque tiene el halo de las grandes novelas al construir a un personaje poliédrico que en este caso tiene muchos matices y coquetea con la frivolidad, la vanidad y la hipocresía de mano de otro narrador muy sui géneris pues hace las veces de biógrafo con mucho de irónico y sarcástico al pasar en muchos pasajes de reírse de él mismo.

Como ya saben, el libro es la biografía de un personaje nobiliario, atractivo, pretencioso, mujeriego y amante de las letras lo que da un juego tremendo para conocer los castillos, los burdeles, la bohemia y también las penalidades y efluvios de grandeza de los escritores del tiempo de Shakespeare en adelante, que lo/la rodearán. La gran historia de Inglaterra asoma desde la intrahistoria. Las aventuras tendrán toda clase de detalles fidedignos, con un verbo ágil, con una acción trepidante.

Parte del atractivo también reside en manejarse en unas claves poco convencionales de una forma natural, pues el protagonista cambia de sexo tras un largo sueño, como también pasaba de la locura a la cordura aquel viejo hidalgo Quijote de La Mancha. Es decir, el elemento mágico, fantástico de esa transmutación de hombre a mujer se hace en un guiño simbólico a través de una especie de sueño alentado por unas musas llamadas Señora de la Castidad, de la Modestia y de la Pureza. ¿Sarcasmo?

Siendo fantástica la biografía no dejan de aportarse detalles basados en la más pura realidad histórica pues si bien al principio conocemos el carácter íntimo de Isabel I, luego viajamos a la corte de Jacobo I y se nos invita a colarnos en otra cohorte de gitanos andarríos, que viven de unas cabras, en la Turquía de interior. Se nos presenta el machismo que no venció la Ilustración o también los problemas que una mujer sin marido tenía en esa antigüedad reciente para heredar, por ejemplo, que trasluce, a fin de cuentas, en la historia de Orlando la enorme hacienda perdida realmente por Sackville-West. Así hasta llegar como una extraña Benjamin Button hasta el siglo anterior y dejar siempre una mirada melancólica en el paso del tiempo, porque cualquier tiempo pasado fue mejor.

“Ha sido adjudicado el premio de novela instituido por el semanario ‘Destino’, en memoria del que fue su secretario de redacción, el escritor Eugenio Nadal. Entre los 28 concurrentes al mismo, el jurado calificador ha elegido por tres sufragios contra dos, la novela ‘Nada’, de la señorita Carmen Laforet de Canarias”. Con este sencillo breve, ‘La Vanguardia’ anunciaba el 9 de enero de 1945 lo que fue un inesperado terremoto que inició el lento cambio de la literatura española –como española era entonces ‘La Vanguardia’, por imperativo de un franquismo que quizá nunca supo qué hacer con aquella señorita Carmen Laforet de Canarias-. Incluso hoy, en plena celebración del centenario de Carmen Laforet (1921-2004) quizá aún no sepamos muy bien quién fue aquella joven que puso patas arriba el plácido status quo de los escritores que ganaron la guerra. Porque Laforet fue una explosión, y hoy casi nos parece una leyenda, pero quizá solo era una escritora que solo quiso escribir, como una necesidad vital, y vivir su vida a su manera.

Virginia Woolf. | LA OPINIÓN

Virginia Woolf. | LA OPINIÓN / Francis Mármol

“Hemos hecho una guerra para acabar con la democracia y ahora la democracia se proclama desde un pequeño premio literario”, exclamó con enfado y rabia César González-Ruano en la Noche de Reyes de 1945 al saber que una muchacha desconocida le había arrebatado ese pequeño premio literario al que él también se había presentado. Carmen Laforet comenzó con mucho ruido una carrera literaria que hoy nos parece que nunca quiso. Su primer gran mérito fue molestar a la vieja guardia del nuevo régimen, y hacerlo además con una novela que no entendieron y que además supo encontrar un público que también necesitaba algo diferente.

‘Nada’ fue un enorme éxito popular surgido de ningún sitio, en menos de un año agotó tres ediciones, y pronto llegó al cine de la mano del prestigioso Edgar Neville. Fue su protagonista, una inquieta Conchita Montes, la que decidió llevarla a la gran pantalla, e incluso ella misma fue quien escribió el guión -Neville jamás mostró mucho interés en el proyecto-. Aquí quizá hay una clave para entender la trascendencia del relato íntimo y existencialista que es la novela de Laforet: habla de cerca a sus lectores contando la vida diaria de una muchacha, trasunto de sí misma, y logrando en el proceso una identificación y conexión casi magnética con ellas pese a ser una obra personalísima.

“Me preocupo por aquello para lo que me creo dotada: la observación, la creación de la vida. Me preocupa el vigor de los personajes y la manera de exponer los hechos para que resulten claros a la luz mía, individual y me preocupa el que estos hechos queden objetivamente expuestos para que el lector pueda juzgarlos por sí mismo e interesarse por ellos, aceptarlos o rechazarlos a su gusto. No sé si, en verdad, he logrado todo esto en el trabajo realizado desde 1944 a 1955”, explicaba en 1956 –esos fueron sus años más activos, truncados por la dedicación a su matrimonio con el crítico literario Manuel Cerezales-. Porque ‘Nada es su cumbre, y su estrella, pero Laforet nunca dejó de escribir, aunque sí espació la publicación de sus novelas, relatos y correspondencia.

¿Acaso es tan terrible ser recordado por una sola obra? “El libro de la Laforet tenía tanto encanto y era tan representativo que efectivamente no iba a ser fácil superarlo. Digamos que respiraba la temperatura gozosa de la obra única y privilegiada. Luego, ya, sólo queda el oficio”, escribió Francisco Umbral sobre la autora de ‘Nada’ a propósito de su muerte en 2004 Y no pueden ser escritores más distintos. Pero ni él pudo dejar de reconocer algunos de sus méritos: “El libro iniciaba una nueva literatura española y en cierto modo jubilaba a los autores de antes de la guerra”, aunque él también quiso ver en Laforet a una escritora paralizada que “había inaugurado demasiadas cosas, había encendido demasiadas farolas y no se sentía capaz de mantener un mito que era ya ella misma”. Ya, pero ella escribió ‘Nada’ y con ella comenzó a cambiar un país.

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