El parnaso

Juan Ramón Santos: memoria e identidad

Juan Ramón Santos.

Juan Ramón Santos. / L. O.

José Antonio Santano

L a poesía o la literatura española actual, en buena parte, adolece de un mal endémico: la mediocridad. Contribuyen a ello los grupos de poder mediático, hasta el punto de influenciar en los jóvenes de tal manera que sólo hallamos inconsciencia y postureo, superficialidad y vehemencia por conquistar una fama que, a todas luces, es efímera. El problema es que no se reflexiona, que se escribe mal y lo primero que se le ocurre al autor como si nada sobrara, como si no hubiera que podar después de la siembra. El verdadero escritor y poeta está en el conocimiento de la mejor tradición y en la hondura de pensamiento. Mi dilecto amigo y catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería, Manuel Peñalver Castillo, escribe con acierto: «La música lenta y misteriosa de la literatura siempre se oye mejor en las esquinas secretas de la vida». Y es que literatura y vida es la misma cosa, no puede desligarse la una de la otra. Se agradece, y mucho, en estos tiempos tan confusos que nos ha tocado vivir, hallar una voz singular que ensamble memoria e identidad, conocimiento y emoción como elementos esenciales en la construcción de una verdad literaria y nos haga partícipes de esa «música lenta y misteriosa» que es la literatura, la poesía.

En esta ocasión esa voz tan particular y abarcadora de universos nos llega de tierras extremeñas, la de Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975), lugar de mestizajes, también de amplia tradición poética (Aldana, Meléndez Valdés, Carolina Coronado, Espronceda o Gabriel y Galán; y entre los más recientes, Ángel Campos Pámpano, Félix Grande, Pureza Canelo, Álvaro Valverde, Basilio Sánchez, García Alonso, Efi Cubero o José Luis García Martín). Sin embargo, Juan Ramón Santos, justo es afirmarlo, ha escrito un libro poco común para los tiempos actuales, muy a pesar de algunos, al mantener todo el acervo cultural recibido de sus ancestros, de haberlo alimentado y digerido desde la profunda meditación y observación del mundo que le rodea, y es esa introspección en el pasado, la clave primera y única que lleva a su autor a haber escrito un magnífico libro, justo y medido: ‘Vida salvaje’, que ha sido merecedor del Premio Valencia de poesía en castellano, que otorga la Institució Alfons El Magnànim y publicado por la editorial Hiperión.

Juan Ramón Santos Memoria e identidad

Portada de 'Vida salvaje'. / José Antonio Santano

A Juan Ramón Santos le precede una trayectoria literaria encomiable. Autor de los libros de relatos como ‘El círculo de Viena’ o ‘Palabras menores’; novelas como Biblia apócrifa de Aracia’, ‘El tesoro de la Isla’, ‘El verano del Endocrino’ (finalista del Premio Nadal en 2018, presentada bajo el título Fuera de órbita) o ‘El síndrome de Diógenes’ (Premio Felipe Trigo en la modalidad de novela corta en 2019) y dos libros de poemas, ‘Cicerone’ y ‘Aire de familia’. Ha sido XXIX Premio Edebé de Literatura Infantil con el libro ‘El Club de las Cuatro Emes’ y como traductor del portugués al español ‘Lo invisible, de Rui Lage’, ‘Las primeras cosas’, de Bruno Vieira Amaral, y la obra de teatro ‘El testimonio de Alabad’, de Nuno Pino Custódio.

Reconozco que acercarme a la poesía de Juan Ramón Santos ha sido una de las experiencias lectoras más reconfortantes de los últimos días. La poesía hay que beberla a tragos cortos, y por ello, desde el principio uno asiste impávido a la llamarada del lenguaje, intuyendo que lo que ocurrirá durante y hasta el final del trayecto será como una cegadora luz, como un silencio impenetrable, si acaso sólo por la precisa palabra y su incandescente rumor en las auroras. Compruebo que la poética de Juan Ramón Santos se distancia años luz de serlo superficial, anodina o frívola, todo lo contrario, se adentra hasta los más recónditos lugares de la condición humana, más allá incluso del alma y sus silencios, para mostrarnos un mundo en el cual la memoria y la identidad se sustancian en la búsqueda de una razón para existir y seguir creando otra realidad más pura y verdadera, su verdad incontestable: «Mi memoria es muy frágil y es difícil / que logre retener tantos detalles / como los que conservo todavía / de una sorda carrera contra el tiempo…». Y lo hace con un lenguaje sencillo y trascendente a la vez, sumergiéndose hasta el fondo de un mar de cuya plenitud lingüística bebe incansablemente. Ya desde el mismo título, ‘Vida salvaje’, se advierte un horizonte fascinante, donde la pureza expresiva es un elemento primordial y sugerente, que perturba al lector invitándole a abismarse en sus páginas de manera serena y sin descanso.

Vida salvaje

  • Juan Ramón Santos
  • Editorial: Hiperión
  • Precio: 11,54 euros. 80 pp.

Consta ‘Vida salvaje’ de tres apartados o secciones bien diferenciadas: ‘Día de campo’, ‘El emboscado’ y ‘Aprendizaje’. Regresar a lo vivido y despertar, llegado el día, para sentirse vivo, como en aquellos «días azules de la infancia», que diría Machado. ‘Día de campo’, representa precisamente la memoria de aquel tiempo que, junto a la búsqueda de la identidad, renace en cada poema, en cada verso: «Ya va llegando el tiempo / de echarme allí debajo y descubrir / que la vida, después de tanto afán, / en realidad es poco más que eso: / una siesta, las hojas de una hiedra, / un remanso de verde y de frescura, / el placer de sentir que respiramos». Así la poesía de Santos cala hasta la médula. Asentada sobre un verso mayoritariamente endecasílabo, el poeta nos invita a huir de la ciudad, a viajar al corazón de la Naturaleza, a fundirnos en su paisaje, avivando los sentidos («Me acuerdo claramente / del olor de la tierra, del sonido / viscoso de mis pasos sobre el barro, / de los campos vacíos…». Nos apremia a vivir, sin más. En la segunda parte, ‘El emboscado’, se hace más liviano el verso, estructura de haiku (5-7-5), profundamente reflexivo y de magistral ejecución: «Suena la lluvia / y un silencio de siglos / inunda el bosque». ‘Aprendizaje’ conforma la última parte del libro. En ella, Juan Ramón Santos nos habla de ausencias y pérdidas, del dolor y de la muerte, es decir, vivir la muerte para celebrar la vida, que no es sino el más elemental de los aprendizajes: «Que la muerte requiere aprendizaje / de todos es sabido y por entonces / yo acababa de entrar en parvulario». ‘Vida salvaje’, de Juan Ramón Santos es, sin duda alguna, un texto que destila pura poesía.

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