Crónicas de la ciudad

Dos años de la promesa catarí de las rebajas

En diciembre de 2020 los promotores cataríes anunciaron rebajar la polémica Torre del Puerto, promesa que aún no recogen los documentos oficiales

Simulación de un rascacielos de 150 metros y su efecto sobre la Farola desde el Palmeral de las Sorpresas.

Simulación de un rascacielos de 150 metros y su efecto sobre la Farola desde el Palmeral de las Sorpresas. / Matía Mérida/Google Earth

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

En Catar (la RAE recomienda escribir el país con C y no con Q) la vida te puede ir muy bien siempre que tengas la nacionalidad catarí, seas hombre, te gusten las mujeres y no demasiado las cañas ni la Democracia. El firmante ignora si en esa próspera monarquía absoluta, en la que varones del Medievo costean los edificios más modernos y compran clubes de fútbol, ha calado lo suficiente el Derecho Romano que obliga a cumplir lo pactado.

Más que nada porque este mes se cumplen dos años desde que el fondo catarí que promueve la Torre del Puerto en el Dique de Levante anunció que reduciría la altura del artefacto de 135 a 116,6 metros. Pese a esta promesa pública, dos años después el expediente en tramitación en la Gerencia de Urbanismo sigue proclamando que el hotel rascacielos tiene autorización para estirarse hasta un máximo de 150 metros.

Cuestión aparte es la crítica lanzada tras el anuncio por el catedrático de Análisis Geográfico Regional de la UMA, Matías Mérida, que señaló que a los 116, 6 metros le faltarían los 12 del basamento del edificio, lo que ‘elevaría’ la reducción hasta los 128,6 metros. Si esto fuera cierto, bravo por la picaresca sin fronteras.

En cualquier caso, y al menos en este rincón del mundo, lo que va a misa es lo que señalan los documentos oficiales, de ahí que el lunes pasado, este periódico diera a conocer el informe del propio Matías Mérida sobre el impacto visual del hotel rascacielos si midiera lo que anuncia el expediente: 150 metros. El resultado, sin efectos infográficos ‘espaciales’ pero apoyado en cálculos reales, es tremebundo; recuerda, casi calcado, al impacto de la Torre de Valencia sobre la Puerta de Alcalá y evidencia el gran error de emplazar un bicho de estas características a espaldas de la Farola, como mediocre (y privada) puerta de entrada a la ciudad los próximos siglos, por mucho que el Puerto de Málaga lo califique sin sonrojo, y obviando minucias como la Catedral o la Alcazaba, de «el referente arquitectónico de la ciudad».

La buena noticia es que el rechazo al rascacielos en el Dique de Levante es un movimiento ciudadano tan imparable y creciente, que dos partidos ya han cambiado su postura inicial y se oponen al disparate de prolongar La Malagueta.

Sólo el PP y el poco edificante Juan Cassá defienden aún el mayor atentado paisajístico de este siglo contra Málaga y si los concejales populares pudieran votar en conciencia, libres de la disciplina del partido, nuestro alcalde se llevaría alguna sorpresa.

Lástima que en esto de la participación, aquí nos vaya como en Catar -con C de ‘consulta ciudadana’-.

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