Crónicas de la ciudad
Un vestigio del Centro, anterior a su rehabilitación
En la calle Compañía, a la altura de la calle Fajardo, continúa una de las ‘incrustaciones’ comerciales que fueron el santo y seña del Centro en sus años menos respetuosos
En una ocasión, en tiempos de Pedro Aparicio, el arquitecto catalán Oriol Bohígas, que falleció hace dos años casi centenario, visitó nuestra ciudad y alabó los cierros del Centro así como las pocas calles que, en este mismo espacio, ya por entonces Málaga iba birlando al tráfico, en aras de la peatonalización.
A lo mejor se dio una vuelta por la moderna plaza de Uncibay, que quizás para compensar la barbaridad de perder el edificio del Málaga Cinema, exilió el inmenso aparcamiento que la ocupaba.
Fueron intentos tímidos entonces pero que ya apuntaban maneras. Por esos años, 1985, el Centro Histórico de Málaga fue declarado conjunto histórico artístico, cinco años más tarde llegó el Pepri, luego el plan estratégico y a partir del 95 comenzó la gran revolución gracias al plan Urban, llevado a cabo por el Ayuntamiento con la ayuda financiera de la Unión Europea.
Todos estos hitos, con la inconmensurable ayuda de la Oficina de Rehabilitación del Centro, fueron eliminando un inmenso catálogo de ‘horrores tipológicos’, superior en número a las famosas naves de la Ilíada.
Y así, los carteles comerciales que impedían admirar los edificios, las exageradas iluminaciones hollywoodienses, los grotescos recubrimientos de fachadas como el que exhibió durante tantos años el Palacio de Villalón, hoy el precioso Museo Carmen Thyssen, los módulos de las tiendas incrustados en las casas del XIX y en la misma línea de ‘ataque exterior’, tantas galerías acristaladas que deformaban los inmuebles y les privaban de casi toda su belleza.
No fue un caso exclusivo de Málaga, pues la mayoría de estos horrores estuvieron de moda en toda España, pero tantos elementos extraños convirtieron nuestro pequeño Centro en un sitio extraño y disfrazado, por eso hubo malagueños a quienes en 1985 la declaración de conjunto histórico artístico les sonó a chiste de leperos, por entonces tan en boga.
Todavía quedan vestigios de esos tiempos estéticamente bravíos, aunque afortunadamente sean ya pocos. Uno de ellos subsiste en una de las principales vías del casco antiguo, en la calle Compañía, 32 frente a la calle Fajardo.
Pese a que todo el Centro lucía así no hace tanto, hoy a muchos nos resulta extraño esa galería con tejadillo, quién sabe si de uralita, incrustada en un edificio cuyo ‘impacto’ recibido es tan grande, que es muy difícil datarlo.
Un despropósito estético, en su día de moda, cuando el Centro como conjunto cultural era un concepto marciano.
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