Memorias de Málaga

El grito de «¡Ya somos catetos!»

La famosa exclamación se coreó el 27 de septiembre de 1988, cuando Torremolinos volvió a ser municipio. Hoy cuenta con vecinos de más de 120 nacionalidades, una tendencia creciente en esta Málaga en venta -para algunos-.

Torremolinos en otoño de 1959, cuando era un barrio de Málaga.

Torremolinos en otoño de 1959, cuando era un barrio de Málaga. / Archivo fotográfico de la UMA

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

La exclamación de «¡Ya somos catetos!» se hizo eco en Torremolinos el 27 de septiembre de 1988 cuando recuperó su condición de pueblo o municipio tras un largo periodo de 62 años de ser barriada de Málaga.

No es que Málaga absorbiera Torremolinos por las buenas; es que el pueblo de Torremolinos, en 1924, ante la falta de medios para hacer frente a sus necesidades, con un saldo en caja de unas cuantas pesetas, pidió o solicitó integrarse en la capital de la provincia.

Hoy, Torremolinos tiene 68.262 habitantes, en verano la presencia de turistas se dispara hasta 200.000 personas y en el censo figuran personas de 120 nacionalidades.

No pretendo contar la historia de Torremolinos ni de ningún otro pueblo o ciudad de la provincia de Málaga; el capítulo de hoy se resume en muy pocas palabras: Málaga está en venta.

No sé cómo se escribe, si con ene o con eme; me refiero a una forma familiar de concretar una venta al contado de un coche, un piso o un apartamento: lo ha pagado al pun pun o al pum pum. Lo normal es despachar la compra con «lo ha pagado al contado», «en mano», «tocateja»… Este sistema de pago, en los tiempos que corren, no es habitual entre los españoles, que recurren a las hipotecas… que les ‘hipotecan’ y que sus descendientes acabarán pagando, si pueden.

Los extranjeros que deciden vivir en Málaga (capital y provincia) recurren al pago en mano o tocateja y, más modernamente, adelantan el pago de la futura vivienda sobre plano, o sea, cuando teóricamente solo existe el plano.

Los daneses, los suecos, los alemanes, los holandeses, los norteamericanos y otros foráneos que venden sus propiedades para instalarse definitivamente en nuestra tierra, invierten su dinero en la compra de una vivienda, chalé, apartamento… para pasar el resto de sus días en un rincón de la Costa del Sol o en un pueblo perdido en la Serranía de Ronda, Cómpeta o en Málaga capital. Como tienen dinero fresco, el de sus ahorros o el de la venta de sus bienes en los países de origen, pagan al pum pum, fiándose de la seriedad de la promotora, aunque se dan casos de estafas.

En esta avalancha de extranjeros de todas las latitudes, con sus dólares, coronas y extrañas monedas, parte de nuestra tierra ya no es nuestra, porque la estamos vendiendo al mejor postor; y el mejor postor es de fuera, quienes no solo se quedan con lo mejor sino que dejan ‘en la calle’ a los antiguos propietarios, a los españolitos de ingresos insuficientes para competir con los venidos de por ahí, porque, como he anotado en el primer párrafo de este capítulo de las Memorias de Málaga, en Torremolinos hay censadas personas de 120 países.

En Mijas hay más extranjeros que españoles. En pueblos de la Axarquía los nuevos pobladores se permiten el lujo de diseñar sus viviendas de madera como las de sus países de origen rompiendo la armonía de las casitas blancas.

Desconozco si existe alguna ley que limite la compra de viviendas a extranjeros; tampoco sé si en otros países existe alguna ley que lo regule. Pero en Málaga y otros lugares (Islas Baleares, Canarias, Alicante…) las colonias de residentes extranjeros superan a los de estos lugares. Poco a poco, o a toda pastilla, con la compra de terrenos y viviendas por parte de los extranjeros pudientes, España va cambiando de dueños.

El grito de «¡Ya somos catetos!»

Un edificio en construcción, en Málaga capital. / Álex Zea

Herederos

Por ley de vida, muchas parejas de extranjeros que ‘quemaron sus naves’ para vivir y morir en España han fallecido o morirán en los próximos años; muchos de los que se establecieron aquí para siempre adquirieron al mismo tiempo que el apartamento un nicho en el cementerio de Benalmádena.

El fallecimiento de estas parejas dará lugar a complicados trámites; unos tendrán herederos directos; en otros casos, los herederos serán sobrinos o primos de uno de los dos cónyuges.

Como normalmente son conscientes de su situación, los que no tienen herederos dejan sus bienes a alguna institución humanitaria, cultural, investigadora, de asistencia a enfermos, niños abandonados… y tratándose de inglesas, no me extrañaría que alguna dejara sus bienes a su gato o perro, y no es un chiste porque de vez en cuando en los periódicos se recogen casos como el de dejar la herencia a su gatito de angora.

No me sorprendería que una dama inglesa, residente en Mijas o Marbella, haya redactado testamento en favor de su perrito…

Torremolinos en otoño de 1959, cuando era un barrio de Málaga.  | ARCHIVO FOTOGRÁFICO UMA

Una imagen de Torremolinos. / L. O.

Volviendo a los catetos

Volviendo al jubiloso grito «¡Ya somos catetos!» de septiembre de 1988 para festejar la recuperación de su autonomía después de muchos años de ‘soportar’ ser barriada de Málaga, ser torremolinense de nacimiento es un orgullo que muy pocos podían disfrutar, aunque quedaban algunos que no emigraron a otras tierras cuando en la barriada pasaban sus vacaciones unos pocos malagueños adinerados, porque lo elegante era pasar el verano en Santander y San Sebastián. Catetos torremolinenses quedaban pocos.

Ahí está el reto para los historiadores: localizarlos, hablar con ellos, que cuenten el pasado... y cuando, después de ser catetos, se convirtieron en propietarios de apartamentos, comerciantes, empresarios, hoteleros, constructores. Título: ‘Cuando dejé de ser cateto’. Y con todos mis respetos a los así tildados por el mero hecho de no haber nacido en una gran ciudad.

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