Opinión | Marcaje en corto

La borrasca Filomena, a nuestro pesar

Filomena suena a nombre ridículo. Eso nos enseñaron en nuestra etapa aún colegial, cuando tratábamos de analizar aquella premiada novela de Gonzalo Torrente Ballester: Filomeno, a mi pesar.

No es nombre para una borrasca. Pero puesta a hacer historia y a reivindicarse por encima de nomenclaturas antaño reservadas a tormentas y ciclones tropicales, este fenómeno ha deparado una histórica nevada en Madrid de consecuencias aún no cuantificadas.

Filomeno era gallego de madre portuguesa. Ejerció de banquero en Londres o de corresponsal de un periódico en París y, durante la Guerra Civil, residió en territorio luso. Puesto a conjugar su indeseable nombre de partida bautismal fue rotándolo con apellidos a uno y otro lado del tramo final del río Miño.

Muchos periodistas también nos hemos visto en ocasiones obligados a rotar apellidos y nombres. En etapas primigenias en las que no podías negarte a una interesante oferta de trabajo, por mucho que supusiera agotar las horas del calendario o los días de descanso, cambiabas de alcachofa radiofónica y hasta de seudónimo en lo que iba de la mañana al almuerzo, del domingo al periodo de lunes a viernes.

A algunos deportistas de elite les vendría estupendamente poder cambiar de nombre y de apellido. Borrarse de un plumazo toda su historia en Google para reinventarse y poder empezar de nuevo. Errores mayúsculos divulgados en cuestión de minutos a través de redes sociales y diarios digitales han acabado, también de un plumazo, con superlativas trayectorias.

Estos tiempos fugaces de granizadas retransmitidas en tiempo real no dejan demasiado margen al error. Pero somos especialistas en tropezar dos veces en la misma piedra. Observamos a otros sucumbir en un paseo marítimo y dejarse el alma contra las olas por subir la instantánea imposible a sus redes sociales. Y a la tormenta siguiente, incurrimos en la misma temeridad.

El cuento del futbolista que de manera imprudente coloca en la nube, al alcance de todo el globo, sus infantiles peripecias contra toda norma frente al coronavirus también nos los sabemos de memoria. Los profesionales del balompié también. Hasta que suman esa copa de más, no refiriéndome a una conquista futbolística, y pierden los papeles.

La borrasca Filomena, muy a nuestro pesar, nos ha arrebatado dos vidas en el término municipal de Mijas. La enfermedad del Covid-19 más de 800 sólo en la provincia. Muy a nuestro pesar volvemos a tirarnos a los cauces para retratar subidas históricas o a saltarnos las normas sanitarias sin importarnos, no sólo nuestra salud, sino (lo que es peor) tampoco la de nuestros mayores.

Sacrificamos en nuestro particular harakiri y de ese veloz plumazo años y años de esfuerzo. Como si de un día para otro pudiésemos cambiar de nombre, Filomeno, como si tuvieses apellidos españoles y portugueses para usarlos según convenga. Actuamos con la misma inconsciencia de un adolescente, a capricho, sin reparar en la responsabilidad de quien está vigilado bajo lupa por cientos de millones de aficionados, muchos de ellos menores de edad y en pleno desarrollo como personas.

«Cómo puedo borrar todo eso que sale de mí en Google», me preguntó en cierta ocasión un jugador. Empecé por recomendarle una limpieza más profunda, sin vocación de ejercer de maestro. Después supe que había borrado sus perfiles en redes, que había cambiado de representante y que había puesto en marcha ese proyecto empresarial tantas veces procrastinado.

Pasaron Filomena, dos oleadas pandémicas y no apunta 2021 a traernos mejores tiempos para la lírica. Si al menos aprendimos de los errores, y somos capaces de reinventarnos como Filomeno en París o Londres, nos daremos como satisfechos. Si al contrario seguimos a cabezazos contra la misma piedra es que nada valió la pena.