Cuentan los mayores una anécdota referida a la Málaga de los años 40, cuando hacerse una fotografía, normalmente un retrato, era un hecho excepcional. Había un estudio fotográfico en el centro cuyo dueño tenía fama de buen profesional, a la par que de mal genio y poca sutileza en el trato. Fueron al estudio dos amigas, una de ellas, según sus propias palabras, no muy agraciada físicamente. Al recoger el resultado del retrato la joven mostró su disconformidad con el resultado; no le gustaba la visión de sí misma que le devolvió la imagen, e interpeló al fotógrafo en este sentido. El fotógrafo, resolutivo, le espetó a la joven la que parece ser era su frase habitual en estos casos: «Señorita, a mí no me pida cuentas: yo, mono que veo, mono que retrato». Tiempos difíciles aquellos para el retoque, el filtrado, o cualquier forma de disimulo, tiempos en los que, a lo más que podía aspirar la persona era a que le pintaran en el papel las pestañas alargadas, y un reflejo blanco y luminoso en la perla del zarcillo. Lo demás era realidad, cruda a veces y difícil de asumir, pero real.

Y esto parece ocurrirle a la imagen del rascacielos del puerto, que se esfuerza, sin descanso, en mostrar una versión cada vez más retocada de sí misma. Siempre en el esfuerzo. Lástima que este esfuerzo no se hubiera volcado en someter el diseño a un concurso público de ideas, en el que el proyecto hubiera podido medirse con el de otros profesionales, pero esto ya tiene poco remedio. En la nueva presentación del rascacielos, esta vez a través de un vídeo que sobrevuela el edificio en magnificentes y forzadas perspectivas, e instantáneas tipo Street View, la empresa promotora hace gala de una amplia y diversa batería de efectos ópticos, estrategias variadas para el realce de virtudes y el disimulo de defectos.

Observarán ustedes cómo nunca el edificio es enfocado a ras de suelo, ni desde ninguna posición desde la que pueda situarse un espectador, a no ser que éste tenga la capacidad de volar, con el objeto, evidente, disimular su altura. En términos reales, la altura del edificio desde el proyecto inicial a esta segunda versión sólo ha cambiado en unos 20 metros, con lo que el rascacielos seguiría midiendo más de 1,5 veces la altura de la torre de la Catedral, 2 veces y media la del edificio más alto de la Malagueta y prácticamente la misma altura que el monte Gibralfaro; en definitiva, sigue siendo lo que era, un mamotreto.

Otra treta para reducir la percepción de la altura y sus impactos sobre la ciudad: rodear el edificio de los cruceros más grandes del mundo, o de altas palmeras en un primer plano muy próximo, de modo que le sirvan de pantalla. Otra más: en las tomas cercanas, enfocar el edificio desde tierra (más bien desde el aire, si somos precisos), y no desde el mar, y así no se percibe como el edificio se interpone e irrumpe de forma masiva en la visión de la ciudad. Otro truco más: colorear el edificio de un tono celeste grisáceo, para que se diluya en el idéntico color del cielo que lo circunda, y prácticamente, desaparezca de nuestra vista. ¡Cómo si no fuera eso lo que todos quisiéramos!

Veamos el truco más contundente: utilizar para realizar la imagen promocional del edificio un objetivo super gran angular, al estilo de las imágenes de Google Street View. Como es conocido, este es un objetivo que, obviamente, nada tiene que ver con el ángulo de visión humana, ya que su cámara esférica (360º) ensancha la visión lateral y achata perceptivamente la altura de los objetos lejanos. Utilizar este angular para realizar una simulación, si se pretende que sea realista, obviamente no es riguroso desde el punto de vista científico. El ángulo de visión humana central binocular se estima en torno a unos 30º en el eje horizontal. Todo lo que no sea estrictamente esto, no es una simulación realista, no representa, ni se aproxima siquiera, a como se vería el edificio en su entorno. Sin embargo, cara al público en general, que no tiene por qué entender del tema, el decir que las imágenes se han creado con técnicas parecidas a las de Google Street View, y el que se haya acudido a una empresa especializada y foránea, vende el producto. Le otorga al video promocional una pátina de pretendido rigor técnico, de supuesto realismo.

30 años dedicados a la investigación universitaria en geo-tecnologías y levantamientos tridimensionales aplicadas a estos y otros temas avalan al equipo universitario para poder ser considerados, al menos, tan especialistas como los magníficos profesionales que han desarrollado las nuevas imágenes del rascacielos. Y a poder afirmar, sin equivocarnos, que, tanto por la técnica utilizada como por las estrategias de disimulo de las dimensiones en relación al paisaje de su entorno, el rascacielos se representa en su video promocional de forma rotundamente irreal, además de idealizada.

Para nuestro mal, la imagen que veríamos los malagueños si el rascacielos se construyera sería la de las simulaciones realizadas en la Universidad de Málaga mediante parámetros realistas y técnicas de fotogrametría escrupulosas, y no la presentada en la promoción. Dos versiones diametralmente distintas, sin duda, del asunto. Una realista, otra retocada. En una se usa la técnica para simular la realidad, en la otra, para disimularla. Una se realiza desde la Universidad de la ciudad afectada, nace en un contexto académico, y el resultado se pone en conocimiento y al servicio de los ciudadanos de forma absolutamente altruista. La otra es un encargo directo, y, lógicamente, pagado, de los promotores del edificio. Ustedes dirán. Sin trucos. Sin tratos. Sin dinero de por medio. Mono que veo, mono que retrato.

Son los nuestros los tiempos del retrato efímero e hiper-retocado, del vender mensajes huecos y fake news. No importa el contenido real del mensaje, sino su apariencia. Tiempos de aprovecharse de la ignorancia y la candidez de los ciudadanos. Y esta parece ser la tónica del discurso en torno al rascacielos, tanto por parte de los promotores como por la de los políticos que los promocionan. Pero ya cansa, aburre, la banalidad de los argumentos que tenemos que escuchar los malagueños sobre el tema.

Cuando se pone sobre la mesa el evidente rechazo ciudadano al proyecto, ya audible incluso a nivel nacional, y el irreparable impacto que produciría sobre la imagen, los recursos, la economía, la identidad de los malagueños, se escucha como una cantinela simplona y populista siempre el mismo mensaje «si, impactar es obvio que impacta, pero es que es bueno para Málaga». Y cabe preguntarse ¿para Málaga? ¿qué significa para Málaga? ¿para quién en Málaga?

Tras leer informes económicos rigurosos y serios, como los de Esteve Secall, que demuestran de forma palmaria la inviabilidad económica del proyecto hotelero y los graves prejuicios del proyecto para distintos sectores económicos, uno se pregunta: ¿es que no son malagueños los comerciantes y restauradores que, en caso de renovarse el turismo de cruceros, vieran que nuestra ciudad deja de ser destino de atraque de un puerto en obras durante los varios años que duraría la construcción del mamotreto? ¿no importa la opinión de los expertos en turismo que aluden al peligro de la burbuja hotelera y a la necesidad de plantear un modelo distinto al que ya se ha mostrado fallido en nuestra propia Costa del Sol? ¿No forman parte de Málaga, acaso, los propios sindicatos que no apoyan el proyecto, por más que se les quiera vender el humo de los puestos de trabajo? ¿No están velando por la seguridad de Málaga las alegaciones que advierten sobre la temeridad de declarar urbanizable el maltrecho Dique de Levante, de por sí un lugar de riesgo manifiesto y creciente ante un escenario de cambio climático? ¿no participan de Málaga los arquitectos, representados por su propio Colegio profesional, que critican la actuación? ¿es que no importan los habitantes y visitantes de toda Málaga que tendrían que soportar la congestión del tráfico en un enclave en el que las comunicaciones están de por sí saturadas? ¿no son malagueños los que avisan sobre las pésimas repercusiones que tendría esta actuación sobre la imagen de Málaga como ciudad de la cultura, imagen que tanto ha costado fraguar? ¿No representan a Málaga instituciones como la Academia de Bellas Artes de San Telmo o los muchos artistas y embajadores de la cultura malagueña que han respaldado el Manifiesto? ¿no tienen nada que aportar al futuro de la ciudad la opinión de los numerosos periodistas, de los catedráticos y profesores de nuestra Universidad, o los miembros de la Academia Malagueña de Ciencias? ¿Tampoco son malagueñas las Asociaciones de Vecinos, que han manifestado su oposición al proyecto? ¿no representan a Málaga los ciudadanos que se duelen de pensar que cuando se asomen desde cualquier punto de su bahía a mirar su mar, a su ciudad enmarcada por la sierra de Mijas, Gibralfaro o San Antón, puedan encontrarse con esta alteración flagrante del paisaje malagueño? ¿No les conmueve Málaga a las más de 300 personalidades de máximo renombre a nivel nacional e internacional del mundo de la cultura y la ciencia que han firmado el manifiesto en contra del rascacielos? ¿No le hace reflexionar a nadie que coincidan en una opinión de rechazo unánime personas provenientes de espectros políticos y sociales tan diversos y opuestos? ¡A ver si va a resultar que los únicos malagueños son los inversores qataríes!

Si, todos ellos representan a Málaga, claro está. Forman parte del gran grupo de malagueños, naturales y adoptivos, que no van a ganar nada con la construcción del rascacielos, y, sin embargo, tendrían mucho que perder con él. Son los tiempos del retoque, la apariencia, lo ficticio, los mensajes huecos. Valen menos los argumentos rigurosos que las frases vacías. No es raro que todo lo que rodee al proyecto del rascacielos tenga este tono superficial, de fraude, de venta engañosa. Un proyecto cuyo reflexionado programa iconográfico ha pasado, sin pestañear, de ser «un nuevo faro para Málaga» (faro, con r), a ser «la falda de la gitana de Málaga». Hace unas semanas, la Real Academia de la Lengua admitió como aceptado el término «berlanguiano», y qué falta nos hacía. Si no fuera por este término, nos sería difícil evocar estos modelos sociales en los que, en una actuación coral, se entremezclan adalides de la modernidad de sofás de escay, políticos en permanente campaña interesados en la frase que más venda, inversores exóticos que al final de la película resultaban ser insolventes, y, ya puestos, personajes del mundo del futbol, del toreo, la folclórica. No sería de extrañar que, en este contexto, fuera la Pantoja la musa inspiradora de la «falda de la gitana"» Leemos en este mismo medio que Ramón Calderón dijo que el rascacielos es como Jesucristo, que al principio nadie lo quería, y el tiempo demostró que era bueno. ¡Que buen retratista Berlanga! Mono que veo, mono que retrato.

*María Jesús Perles Roselló es profesora Titular de Universidad de Málaga. Geografía y Gestión del Territorio y Miguel Ángel Medina Torres es catedrático de Bio-química de la Universidad de Málaga