Opinión | Notas de domingo

Inmunizado casi

Preparación de una vacuna

Preparación de una vacuna / L. O.

Lunes. Tengo tantas cosas que hacer que salgo a comprarme unas gafas. Paradoja: unas gafas que te cuesten un ojo de la cara. Ya estoy dentro del grande de los grandes almacenes que tiene el aire acondicionado como a mí me gusta: a tope. Así se puede estar con manga larga y fresquito. Me pruebo algunas gafas. Me apetece algo colorido, aunque tengo el defecto de que casi todo me parece hortera. En general, en la vida. Una vez escribí una columna sobre gafas y un óptico colgó el recorte en su establecimiento. Pero la mayoría de la gente no va a las ópticas a leer y sí a preguntar qué gafas puede ponerse para leer. El artículo se quedó inédito. Creo que me voy a llevar una de esas como de aviador. Y ya puestos salgo volando para la sección de libros donde le echo un ojo (sin gafas) al nuevo libro de Marius Carol, «El camarote del capitán» (Destino). Versa sobre su etapa como director de La Vanguardia, 2013-2020. Va habiendo ya un género, director de periódicos que cuenta sus batallas, ajusta cuentas, analiza el momento político y mediático, etc. Jordi Amat y John Carlin han escrito maravillas de esta obra. Literatura de solapa, pero sincera. Lo primero que leo yo en este libro es sobre un almuerzo en Bilbao en la sede del PNV propiciado por Santiago Segurola, que colaboraba gracias a Carol en el rotativo barcelonés. Estaba Ortuzar y otros dirigentes del partido. El exdirector de La Vanguardia rememora que entre conversación y conversación sobre el problema catalán, Puigdemont recién fugado, «no paraban de sacar entrantes hasta que vino una merluza memorable». El libro se abre con una cita/admonición de Cebrián: «El capitán siempre come solo». No recuerdo si añade: en su camarote. Veo yo un poco insociable esa proclama. Se habla mucho de la soledad del poder, pero yo creo que al poder siempre se le arriman muchas compañías. Salgo de los almacenes y ya no hace sol. Gafado.

Martes. Viene a buscarme a la redacción Juan Ignacio Díaz Leiva, al que admiro desde hace años, abogado, al que conocí cuando era asesor político. Él. Nada menos que Calambur le ha publicado ‘Alambres y tulipanes’. Sentados en el Aranda, me alegra sobremanera oír la felicidad que disparan sus palabras; la pasión que destila por la literatura, la poesía, el lenguaje y la lectura. Hay mucha sensibilidad en ese libro y un prólogo estupendo de Rafael Narbona (en el que salen Chaves Nogales, Muñoz Roja, jilgueros y Ángel González): «Agradezco la nitidez que no transige con la banalidad». Te has sacado con nota el carné de poeta, le digo. Sonríe. «Te vi de espaldas, / después me fijé en tu pelo. /Antes de alcanzarte/ ya existía el poema»...

Miércoles. Nunca, nunca, nunca he abierto con éxito un paquete de café molido.

Jueves. Pérez Ariza llega feliz y con pajarita después de un almuerzo en el Mesón Santiago con Mariano Vergara. Presentamos en la sala Joaquín Marín de la Asociación de la Prensa su libro de periodismo y columnas ‘La prensa mancha / Letras urgentes». Charlo con el exsenador Joaquín Ramírez. Con Luis Guerrero, en la tertulia posterior, en una terraza del Centro donde tienen mucha prisa por que la gente consuma y desocupe las mesas, comemos jamón y bebemos como caballeros, sin olvidar que un día fuimos cosacos.

Viernes. Me citaron a las 11.39 y a las 11.39 lo hicieron. «Caballero, ahora se sienta usted allí quince minutos. Quince». Me brinca el corazón. Pero si lo dejo brincar mucho no llego a tiempo a Canal Sur. Aún no he escrito esto y no sé si tengo ganas de ese almuerzo. Voy al coche. Lo abro. Meto el móvil en la guantera. Cierro. Me voy a caminar por un cercano sendero arbolado. A disfrutar. A veces, también, querría ser inmune a ciertos imperativos o ansiedades. Eso sería haber aprendido.