Opinión | EL CONTRAPUNTO

Vicente Granados, el genio que nunca cesaba

Vicente Granados.

Vicente Granados.

Cuando me llegó la noticia de su reciente fallecimiento – la que por esperada no fue menos dolorosa – pensé en aquel heroico maestro incansable. Con admiración y un inmenso respeto. A Vicente Granados lo recordaré siempre trabajando. O leyendo.

Fue un prodigioso y amable genio, polifacético, que alternaba sus enseñanzas en la Universidad con tantos otros foros, en España y en otros lugares. Lo recordaré en el timón de sus fecundas Secretarías Generales andaluzas. Y siempre evocaré como un tesoro sus lecciones magistrales sobre Urbanismo y Turismo.

Alternaba todos los conceptos: la economía, la pasión por el medio ambiente, el buen urbanismo, la arquitectura con corazón y el turismo con inteligencia. Era un placer el divisar las cosas a través de la luz de su sabiduría. Por supuesto, sus armas secretas estaban en esa luz, en su honestidad intelectual, su eticidad y su sentido del deber. Me asombró su prodigiosa capacidad de poder conjugar todas las facetas de su pensamiento, uniéndolas en un todo. Conjugación que cada día practicaba, con la modestia de los grandes maestros. Como se decía en aquel proverbio del Tao: “Las torres más altas hay que levantarlas desde la humildad de la tierra y del polvo del camino”.

En estos días también he oído y leído no pocas palabras, agradecidas y emocionadas, dedicadas a Vicente Granados. También a Rosa, su esposa. A Vicente, en agradecimiento por su labor en favor de esa cofradía heroica, en la que él fue siempre un glorioso militante. La hermandad de los trasplantados y la de sus benefactores, los donantes de órganos. Vicente fue el alma de los Juegos Mundiales para Deportistas Trasplantados. Gracias a él, Málaga y Andalucía conocieron momentos de gloria. Que Dios se lo pague. En su honor he vuelto a leer esta mañana los “Recuerdos de mi trasplante”. De mi otro maestro y amigo providencial, Félix Bayón. Él también nos dejó. Sagra, su viuda, también ahora conserva las esencias sagradas.

En el año 2000 coincidí con Vicente Granados en la nunca lejana isla de Cuba. Me alojaba con un grupo de profesionales españoles, maestros del turismo, entre los que estaba Vicente Granados. En Santa Lucía, en las playas del legendario Camagüey. A esa hermosa provincia en los tiempos de la colonia la llamaban Puerto Príncipe. Estaba situada entre las aguas del Caribe y el Canal Viejo de Bahama. En los comienzos de este siglo, un servidor de ustedes desempeñaba el puesto de director técnico del Convenio Internacional de Colaboración entre la Junta de Andalucía y el Sistema Profesional para el Turismo de la República de Cuba (Formatur).

En mis ratos libres, me refugiaba con un libro en un rincón tranquilo de aquel hermoso jardín junto al mar caribeño. Vi que otro de los doctos expedicionarios, el prestigioso y ya legendario don Vicente Granados, había tenido la misma idea. Incluso creí que estábamos leyendo el mismo libro: “La Fiesta del Chivo”, del maestro Mario Vargas Llosa. Efectivamente, era el mismo: con sus 518 páginas, la misma portada con temas algo luciferinos y la misma e ilustre editorial. Alfaguara. Me sentí muy, muy honrado.