Opinión | BARRA LIBRE

El virus de la ignorancia

Lo que no es de recibo es que los adultos (padres y madres) transmitan todos esos prejuicios distópicos, insanos, narcisistas, egoístas y, en definitiva, inquisitoriales a su prole

El pasaporte covid entró ayer en vigor en la hostelería malagueña

El pasaporte covid entró ayer en vigor en la hostelería malagueña / Álex Zea

Casi nadie cuestiona el beneficio que aportan las vacunas, y que han aportado, desde que se probó la primera vacuna en 1796, cuando Jenner creó la inmunidad contra la viruela. Después podemos mencionar, como un hito sin parangón, el genial experimento de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna hacia el Nuevo Mundo, bajo la supervisión de Balmis. Luego llegó el gran Pasteur y sus avances sobre la microbiología que desarrollarían avanzados métodos de vacunas e inoculaciones: cólera, tuberculosis, sarampión, polio, hepatitis, gripe, meningitis… y tantas otras que todos podemos recordar. Ahora nos encontramos ante una nueva pandemia, algunos todavía no son conscientes. La medicina y la ciencia están actuando de la misma guisa que históricamente se ha hecho, es decir, salvando vidas y evitando nuevos contagios.

Sin embargo, existe un amplio número de ciudadanos que niegan no solo que nos hallemos ante una pandemia sino el propio beneficio que aporta la vacunación y las medidas sanitarias de protección, ignorando lo que la propia historia ha demostrado y las nociones más elementales de la ciencia o la medicina. Dicha ignorancia no sé en qué radica exactamente, podría ser subversión, radicalismo ideológico, cuestionamiento sistemático, posicionamiento típico del antisistema o sencillamente analfabetismo puro y duro.

Lo que no es de recibo es que los adultos (padres y madres) transmitan todos esos prejuicios distópicos, insanos, narcisistas, egoístas y, en definitiva, inquisitoriales a su prole. Por lo que todos los conocimientos transmitidos en la escuela, basados en la ilustración, la ciencia y la objetividad, se van al garete por culpa de determinados torquermadas y quemabrujas.

Muchos docentes tienen que luchar contra las tinieblas de la barbarie, ya que son cuestionados y atacados, en determinados casos, por esos negacionistas arribados desde el planeta de la ignorancia. Discuten y cuestionan que sus hijos tengan que permanecer en clase con la mascarilla puesta, ya que eso perjudica seriamente su aparato respiratorio. Ya se han producido algunos encontronazos en escuelas e institutos por este motivo. Como siempre, los docentes seguimos estando desprotegidos por el Gobierno y el Estado.

A la labor múltiple y polifacética tarea de transmisores de conocimientos, administrativos, guardias de seguridad, sanitarios, educadores, padres, madres y hermanos mayores, se le ha unido la labor de Vigilantes-Covid. A esto, obviamente, tampoco estamos preparados del todo, pero se delega nuevamente una nueva labor y lo que venga, ya no nos importa porque para eso estamos –seguimos asumiendo dócilmente las multitareas- y aprendemos sobre la marcha; sin embargo lo que tenemos que denunciar es el desamparo al que tradicionalmente nos someten desde las altas instancias, delegaciones o ministerios.

Desde el Ministerio de Educación y del Gobierno en general deberían seguir difundiendo campañas de prevención en todos los medios de comunicación. Solo al principio de la Pandemia lo hicieron realmente. Nos advierten de que las cifras de contagios siguen subiendo, pero no informan para disipar la ignorancia que va carcomiendo las neuronas de los incautos, ni toman medidas coercitivas para disuadir a los antisistema o radicales. Ni sancionan a todos aquellos que atentan contra la salud pública. Delegan y delegan, mientras la ola se extiende como una vorágine caótica.

Entre fórmulas matemáticas y análisis sintácticos, nos encontramos difundiendo normas de urbanidad: no grites; no te levantes sin permiso; no molestes al compañero; atiende a la explicación; realiza los ejercicios; no tires papeles al suelo; no podéis ir sin permiso al servicio; cada uno debe usar sus lápices y bolígrafos; no masques chicle en clase ni comas chuches; no insultes; pide las cosas por favor y da las gracias. Hay días que son realmente agotadores. A todo lo anterior se le podría añadir el top-one de la urbanidad y la solidaridad: súbete la mascarilla. Resulta que si esta llamada de atención es diaria, constante y permanente, el alumno-a puede ser sancionado.

Rogamos al Ministerio con sus Delegaciones, Gabinetes, Secretarías, Consejos y sus múltiples e inservibles ramificaciones que nos apoyen en esta lucha y que no nos dejen abandonados ante esta lucha que debe ser de todos-as. Y a los progenitores, que no desean colaborar en la educación y prevención del contagio, que al menos nos faciliten la tarea sin molestar, incordiar, ni mucho menos insultar. Ya se están produciendo demasiados casos al respecto.

Quizás sea mucho más peligroso en esta lid el virus de la ignorancia.