Opinión | El copo

Cotillón a dúo

Toda esta mandanga de tiempo que los sabios han dado en llamar año o siglo o milenio, o los tres conceptos juntos, va a doblar esta noche la misma esquina para zambullirse en un nuevo invento de temporalidad. Se nos va la vida entre uvas y cotillones. Así somos para gozo de nosotros mismos. No hay quien dé más por menos.

Hace años, demasiados, era el padre o patriarca el que, puesto en pie anunciaba a la tribu, la familia, el momento de tomar las uvas.

El transcurrir de la vida, la existencia, va enterrando a unos y dispersando a otros; estos, o sea, los otros, van formando nuevas familias. Es ley de vida, y la ley se cumple, pero en la actualidad, no es el padre el que marca el principio del nuevo año. El clan se ha dispersado, y sobreviven ellos, la pareja, el padre y la madre que miran a derecha e izquierda, y ven las campanillas del árbol de Navidad; el resto se ha dispersado.

Recomponen la mirada y se observan el uno al otro. Estudian el paso del tiempo en sus rostros, las arrugas que crecieron al unísono y, con parsimonia, sin atragantarse y tragándose alguna que otra lágrima de vida, las uvas, al compás de cualquier cadena de televisión, realizan su rítmico caminar de una en una. Y los padres, serenamente, se quieren de forma diferente, para siempre.

Es ley de vida, y la ley se cumple. Me queda, quiero creer, alguna otra fiesta de fin de año o principio de otro. Cada año, cuestión de artritis, nos costará más alzar la copa y tragar las uvas, cuestión de diabetes, pero seguiremos juntos hasta que la ley de vida, o sea, la muerte, nos separe.

Va por ti, mujer, por ti.