Opinión | La vida moderna Merma

La demagogia de El Perchel

La demagogia del perchel

La demagogia del perchel / Gonzalo León

Adelantar que este artículo es políticamente incorrecto es mentir. Como también es mentir -a uno mismo-, no querer asumir la realidad de nuestra vida diaria y jugar a salvadores del mundo en 140 caracteres o a usar los problemas, miserias y dramas de ciudadanos con el único objetivo de buscar clics en una web.

El Perchel sigue su proceso lógico. Lo bonito ya no existe. Lo bueno está casi desaparecido salvo cuatro pinceladas. Y lo que sucede es que, lo que bien pudiera haber sido un barrio añejo ocupado por familias humildes y posteriormente por otros núcleos de nivel social alto que quieren jugar a la vida bohemia a millón de euros no ha sido posible.

El Perchel no es Triana. Como tampoco es Malasaña ni el Barrio Gótico. La suerte no nos ha acompañado en ese sentido y donde antes había una preciosa edificación con pinturas murales ahora hay un hotel feo de ladrillo visto. Donde antes transcurrían procesiones añejas y una calle colmaba de gentío la puerta de San Pedro ahora no hay nada. Un secarral y una iglesia en una isla de asfalto.

Hasta los adoquines de calle Ancha han permitido que se sustituyan por un pavimento vulgar y corriente. Dos enemigos de un barrio: los que gestionan mal las cosas y el poder del dinero.

Por eso, cuando conocíamos -un secreto a voces desde hace varios años- que los bloques del entorno de Ancha y Callejones del Perchel los van a tirar para construir cosas acordes al entorno han saltado muchas alarmas. Unas falsas e hipócritas y otras que necesitan ser atendidas.

Las primeras las catalogo de esa manera tan soez porque creo con un convencimiento absoluto que es del todo ridículo rasgarse las vestiduras ante algo que es evidente que iba a suceder.

Ese terreno es muy valioso. Málaga no tiene espacio. Y precisa de viviendas. Y, además, viviendas que estén acordes con un entorno emergente en cuanto a lo urbanístico. Donde un piso de los cercanos te cuesta setecientos mil euros fácilmente.

Este asunto nos puede llevar a derivas teóricas sobre el precio de la vivienda, la desigualdad y la dificultad para acceder a un techo que la mayoría tenemos. Pero no voy a entrar en ese debate. Porque es eso. Debate. Pero en este caso la realidad es que el mercado manda. El dinero decide. Y cada uno hace lo que quiera siempre y cuando cumpla la ley.

Por eso asombra que la gente radicalice una compra venta de terrenos edificables para promover. ¿Qué hacemos? ¿Intervenimos todos? ¿A quién metemos en prisión? ¿Al vendedor o al comprador? ¿Bajo que acusación? ¿La de vender lo que es suyo o la de comprar lo que le apetezca? ¿Tú, lector, no haces lo que quieras con el poco o mucho dinero que tengas? ¿Si fueras el propietario de esos edificios no los venderías a un buen precio si así quisieras?

Ya te lo digo yo: sí.

Por tanto, poner en cuestión un sistema liberal y capitalista como éste que nos ha tocado vivir es más bien una soberana estupidez propia del combo de aburrimiento y redes sociales.

Pero es que, además, no paran de aparecer dramas literarios surrealistas en torno al urbanismo y la arquitectura. A que se pierde una parte clave del Perchel. Todo muy romántico. Todo de color de rosas. Rosas de plástico. Falsas. Como esos razonamientos. Porque solamente hay que darse un paseo por esas manzanas para ver que los edificios que se van a tirar no tienen absolutamente ningún valor. Están en un nivel de degradación muy alto. Y aunque muchos pasen por allí y digan «Uf, qué puro», deben saber ustedes que esos mismos después salen de la áspera calle Huerto de la madera y regresan a sus cómodas casas y pisos con un vecindario agradable, en un espacio relativamente limpio y saneado y con futuro.

Llorad por las cosas de valor que se pierden. Que en Málaga por desgracia ha habido y sigue habiendo muchos. Pero por unos edificios reventados no lo hagan. Porque vamos a llegar a pensar que protestan sin importarles mucho lo verdaderamente relevante y grave. Y eso sí que es motivo de drama.

Hagan la cuenta. Libre mercado. Zona muy valiosa del centro de gran ciudad. Edificios viejos con rentas antiguas y alquileres muy bajos fuera del mercado. Venden. Compran. Y construyen edificios propios del entorno. Fin de la película.

Para nosotros. Que somos meros espectadores. Pero mientras las redes sociales se llenan de jueces y salvadores de la patria perchelera, la realidad es que un numeroso grupo de personas están en una situación difícil en ese entorno. Por un lado, decenas de personas que tenían allí un lugar idóneo para vivir a muy buen precio. Desgraciadamente pasarán a la cuota de la gran mayoría de mortales que vivimos en una ciudad donde tener un techo digno a buen precio se convierte en una quimera. Mala suerte. Sí. Pero nada que sorprenda teniendo en cuenta cómo está el panorama.

Y en segundo lugar se encuentra esa gran parte que tendrá serios problemas al tener que marchar del que ha sido su hogar hasta ahora. Unos porque están en riesgo de exclusión social y en esos bloques tenían cobijo. Personas con pocos recursos, inmigrantes recién llegados o ancianos de renta antigua y con unas pensiones mínimas. Ahí hay un problema importante. Pero por suerte nuestra ciudad cuenta con un reconocido sistema de atención para este tipo de situaciones.

Y por eso, convencido estoy, se trabaja ya en dar soluciones a todos aquellos que tengan que ser reubicados y atendidos.

Es dramático si te paras a pensar en ello. Porque salir de tu casa es muy duro. Y más cuando llevas mucho más vivido que lo que aún te resta por vivir. Y por eso da pena. Doblemente. Primero por la situación. Y segundo porque, por suerte o por desgracia, es lo que hay.

Mientras esto pasa, podemos debatir de pinturas murales mientras allí habrá familias sin dormir por no saber dónde acabarán en unos meses y haciendo clic en un tuit que enlaza con una noticia sensacionalista. Así seremos más malagueños dicen.

Por cierto, el medio de turno de la noticia sensacionalista para buscar tráfico en su web a costa de un drama de «desahucios» será el mismo que ponga la mano para vender publicidad de la promotora que construya los edificios caros y nuevos.

Al tiempo.

Viva Málaga.