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Ortodoxia y heterodoxia

No es lo mismo comprender las próximas movilizaciones de los sindicatos contra la CEOE por las subidas salariales que apoyarlas explícitamente. La misión de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, debe llevar a efecto todo lo posible para mejorar la situación laboral y social de las personas como intenta hacer, pero no contribuir a enturbiar las relaciones entre el Ministerio y los empresarios, que ya se enturbian de por sí con el típico talante de la patronal con Garamendi al frente, que aspira a su reelección como tipo duro y no está ahora para negociar nada. Si hay poca empatía hacia las empresas, menos empatía hay de muchas empresas hacia los valores democráticos y los trabajadores. ¿Arrogancia de Díaz, o de los que rigen los destinos de la CEOE, que celebra elecciones a presidente en noviembre?

¿Hablar es ceder ambas partes? Sí, pero ¿quién ha cedido mucho más tradicionalmente? Se desmarca y sale al paso la portavoz socialista y ministra de Educación, Pilar Alegría, que reconoce el esfuerzo empresarial con los acuerdos durante la pandemia y la contribución a la reforma laboral. Vale. Pero tampoco se puede presentar como ángel de la guarda al que no lo es. Evidentemente, todas las declaraciones de los políticos están siempre dentro de una campaña electoral interminable, de igual forma que todo lo que dice y pretende hacer (o no hacer) la patronal es parte de un conservador ideario comprometido principalmente con sus beneficios y determinados intereses políticos.

¿Le importa el poder adquisitivo de los demás o que la negociación colectiva no prospere adecuadamente? Falta consenso entre unos y otros, sí. Porque los sindicatos piden cláusulas salariales ligadas a la inflación que la patronal no acepta. ¿Tanto es que el salario mínimo pueda ser de poco más de mil euros? ¿No es una propuesta moderada? Ni digiere la subida del impuesto de sociedades a las energéticas.

No es cuestión de castigar a las empresas y de que exista menos inversión, menos empleo y menos riqueza para repartir. Ni el asunto puede consistir en que los trabajadores salgan perdiendo casi siempre y de que de ello se beneficien algunos ampliamente. O que la ralentización de la economía perjudique solo a los habituales del barrio. ¿Cuál es la brillante alternativa de la patronal? Muy sencillo. La del PP y la de lo que queda de Ciudadanos. Deflactar la tarifa del IRPF y bajar la cotización a la Seguridad Social que pagan los asalariados.

Es decir, menos recaudación tributaria e inferiores ingresos en claro perjuicio de los servicios públicos y de sus beneficiarios o de una sanidad que tiene sus goteras. Colapsada en Galicia por obra y gracia del legado de Feijóo. ¿De qué sirve aliviar el bolsillo del personal en esas circunstancias? Y es cierto que quizás no todas las empresas pueden subir salarios, ya que eso retroalimentaría la inflación.

Decíamos anteriormente lo de una campaña electoral interminable… Así es. Más ahora y hasta que se celebren las distintas elecciones. Sánchez va a tener actos en sesión continua, donde explicará las acciones del Ejecutivo y lo que piensa efectuar, relacionándose más directamente con la ciudadanía. Revertir las encuestas, que dan la victoria a un PP que solo lanza petardos con su irrelevancia política, es una de las intenciones con el lema «El Gobierno de la gente», en el ámbito de una legislatura que sigue siendo una carrera de obstáculos con una oposición descaradamente nula.

Feijóo no ha apoyado ni una sola medida anticrisis desde que aterrizó en Génova. Ayudas económicas de diverso tipo, rebaja del IVA de la luz, aumento de becas complementarias, medidas de apoyo a los distintos sectores, suspensión de desahucios en hogares vulnerables, limitación de subida de alquileres o plan de ahorro energético y climatización. El Gobierno suma 161 victorias en el Congreso y el líder popular saca un cero. Este es su balance acompañado de una algarabía permanente.

Un marco de actuación en el que el Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales inciden en el giro hacia la ortodoxia monetaria. Los señores del dinero mandan y el sistema democrático queda más devaluado aún con medidas agresivas, aunque eso represente el enfriamiento de la economía y mayor desempleo, especialmente en momentos de alta inflación con origen en la energía por la invasión de Rusia a Ucrania. La clásica receta consiste en encarecer los préstamos y las hipotecas para dejar de nutrir las subidas de precios. Una política patrocinada por cortesía de la eurozona y la Reserva Federal de Estados Unidos, que persigue frenar la actividad económica y el gasto público en busca de un crecimiento económico sostenido, pese a poder acelerar una caída en recesión. Impagos, desahucios…

Las guerras contra algo, en este caso contra la inflación, suelen ser el pretexto a fin de que la ortodoxia se sitúe por encima de la heterodoxia y paguen la factura las familias y las empresas. Cuando hay estímulos y recuperación, llega otra tempestad con la misma (y discutible) receta. Apretarse el cinturón. ¡Los más pobres! Ahora bien, las voces críticas piden un replanteamiento de la estrategia. Dos ópticas. Una subida de los tipos de interés no resuelve el problema geopolítico del conflicto ucraniano. Actuar sobre la demanda no significa que se actúe sobre la oferta de materias primas industriales.

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