A RENGLÓN SEGUIDO

Política de corto alcance

El monitoreo permanente de las tendencias de voto no siempre aporta datos significativos para entender la evolución real del comportamiento electoral de los ciudadanos

España es, por su enorme riqueza cultural, un espacio privilegiado para la creación y para el arte; y cuna de una excelente oratoria y retórica, como han demostrado siempre nuestros grandes intelectuales, aquellos que al abrigo de la prensa de los siglos XIX y XX convirtieron en verdaderas tribunas políticas, de gran influencia entonces, sus columnas de opinión y sus declaraciones públicas. Tradición que, tras el franquismo, consiguió recuperar nuestra naciente democracia gracias a aquellos políticos que aún cultivaban una pulida oratoria, basada en el argumento y en una exposición brillante, y que desde la sede parlamentaria alzaban su voz en la defensa de sus ideales, pero sobre todo en defensa de aquella democracia de la que hoy disfrutamos. Pero España es también un país de excesos, hiperbólico, dual, capaz de echar por tierra aquella tradición parlamentaria y liberal bien entendu, como pone de manifiesto la actual confrontación política entre partidos, que conduce a la crispación y a comportamientos muy alejados de cualquier análisis sosegado.

La irrupción de Vox en el tablero político, qué duda cabe que ha escorado las posiciones de la derecha política española hacia posiciones más extremas, ante el temor de perder votantes en el segmento ocupado por la nueva fuerza política. Este deslizamiento ha arrastrado también a Ciudadanos, que se ha quedado sin referencias y sin relato propio, y que tiene ante sí un futuro residual en el panorama político español. Sería necesaria una refundación del centro político para que éste no se confundiera en la política de absorción que practica el PP, que aspira a convertirse en la casa común de la derecha, tratando de ocupar un espacio electoral muy amplio, compitiendo incluso con el PSOE por el espacio de centro izquierda. Pero algo también se mueve en la izquierda, entre los partidos que la componen, ya que pese a que gobiernan en coalición dan continuas muestras de sus fisuras, ofreciendo una imagen que no favorece en nada ni al propio gobierno ni a los partidos que lo integran. También en este caso por razones electoralistas. Y se observa igualmente en la incapacidad de los partidos a la izquierda del PSOE de presentar una imagen de unidad. Esta situación, sin embargo, no se puede analizar de la misma manera en el caso de los partidos nacionalistas cuya hoja de ruta es diferente. No olvidemos que los partidos nacionalistas catalanes, vascos, o gallegos son de izquierdas o de derechas, y tienen el mismo objetivo territorial, pero sus estrategias y el modelo socioeconómico que defienden son diferentes.

En España, pese al predominio actual de los dos grandes partidos mayoritarios, el panorama político muestra un carácter muy dinámico y una gran diversidad en el conjunto del territorio, que seguro que estará sujeto a futuros cambios. La sensibilidad política de la sociedad española es hoy más plural y flexible que antes, pues apenas hay electorados cautivos, ni ideologizados, y por eso la batalla política no se debate ya en el terreno de las ideas sino en el del relato que es, en definitiva, una construcción semántica interesada. Ni siquiera el pragmatismo y la eficacia en las políticas se consideran un logro que permita valorar una acción de gobierno, lo que hace muy difícil comprobar las causas directas de una determinada tendencia de voto. En este sentido, la costumbre actual de medir casi a diario esta tendencia ha acabado conduciendo a la politologización excesiva de la política y del periodismo político español. El monitoreo permanente de las tendencias de voto no siempre aporta datos significativos para entender la evolución real del comportamiento electoral de los ciudadanos más allá de la coyuntura en la que se realizan. En mi opinión, existe un cierto abuso de estas proyecciones, que nutren sin duda el debate político pero que también lo condicionan sometiéndolo a un estrés añadido. Esta politologización de la política a través de los medios se opone metodológicamente a la consideración más a largo plazo de la política, y a la visión diacrónica, multifactorial y estructural del análisis político, igualmente necesarias. Además de condicionar las respuestas de los partidos políticos y las expectativas de los ciudadanos, expuestos ambos a la espiral mediática. La politización de los medios y el tertulianismo político tampoco contribuyen a sosegar el panorama, olvidándose medios y periodistas de su función orientadora y, por tanto, nunca cómplice de la diatriba política. Antes al contrario, el periodismo -que ocupa un lugar central en la comunicación política- debe atenerse a sus reglas básicas de ética, profesionalidad y responsabilidad, y no contribuir al desarraigo de los ciudadanos con la política.

El atrincheramiento de las posiciones políticas, que se alejan cada vez más del espíritu de la transición y de las primeras décadas de la democracia, dificulta por tanto el consenso y la búsqueda de salidas compartidas a la crisis política e institucional existente. Esta política de corto alcance se recrea en sí misma y da muestras de la incapacidad de nuestros políticos, que no están a la altura de las circunstancias. Los partidos españoles siguen sin acostumbrarse a que gobiernen otros, y practican una oposición de confrontación con el objetivo de regresar de nuevo al poder, como si no supieran que la alternancia política es una realidad de nuestra democracia, y que cuando lleguen al poder tendrán que entenderse con la que sea su oposición. En este país cabemos todos, y las trincheras de la política deben regresar al debate de las ideas y de los programas, a la negociación como solución, y a la tranquilidad y al análisis sosegado como la mejor garantía para la libertad de expresión y de pensamiento. De lo contrario, solo estaremos retrocediendo en los derechos que tanto ha costado conseguir, y deteriorando nuestro espacio común de convivencia.

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