De buena tinta

Menos puede ser más

Pedro J. Marín Galiano

Pedro J. Marín Galiano

Los linderos entre el año que se cierra y el que comienza vienen a delimitar interiormente las experiencias de la vida que se gana y la vida que se pierde. Quien no hace balance de lo vivido abandona el timón de su horizonte personal y se arriesga a dejar transcurrir los minutos bajo los impulsos de la mera corriente que arrastra lo cotidiano. Por ello, siempre es posible que, al final, precisamente en ese último instante en el que comprenderemos la vida como realmente es, todos alcancemos a darnos cuenta de que, quizá, pudiéramos haber cincelado y modelado mucho más el tiempo que nos fue concebido.

Que la vida que nos ha sido dada en este mundo tiene un límite natural es un dato que no tengo que venir yo a contar para que ustedes sean conscientes de ello, pero lo cierto es que cada año que dejamos atrás se convierte en ganancia si, verdaderamente, ha sido aprovechado conforme a los parámetros personales de nuestra libertad relacional y responsable, tanto frente a nosotros mismos como frente al mundo.

Queda muy de película esa máxima desde la que se nos alienta a quemar la vida para llegar al final de los días casi derrapando y con las gomas de las ruedas gastadas por la suma de mil y una vivencias adquiridas, pero este que les escribe considera que la plenitud vital es más cuestión de calidad que de cantidad y que, por consiguiente, un alto número de experiencias sumamente estimulantes y acumuladas a lo largo y ancho de los años no tiene por qué implicar, necesariamente, el alcance de la felicidad.

A fin de cuentas, si queremos descubrir nuestro verdadero yo interior no tenemos más que imaginarnos a nosotros mismos en el instante en el que nos comunicaran que no nos queda más que un mes, por ejemplo, de vida. Ahí, es cuando, realmente, nuestro yo pone los acentos en lo que verdaderamente ama, busca y necesita, y siempre por ese orden. Todo lo demás son aderezos con los que los arañazos del pasado, las diatribas del presente y los planes futuros modulan nuestro devenir mediante apetencias que, desde los balcones de la mera comodidad y el disfrute, suelen apartarnos de lo que realmente uno es. No en vano, «si no viviera, simplemente, de un momento a otro, me sería imposible tener paciencia, pero sólo miro el presente, olvido el pasado y me cuido mucho de no anticiparme al futuro». Que no lo digo yo, así lo refería santa Teresa de Lisieux.

Así, si no somos conscientes de que hoy estamos y mañana quizás no, si siempre vivimos con la petulante sensación de que alcanzaremos, sin duda alguna, la edad a la que suele llegar la media, diremos, simplemente, «buenas noches» a nuestros seres queridos a la hora de acostarnos, mientras pensamos que el «te quiero», el «gracias» y el abrazo sincero siempre tendrán tiempo para darse, tal vez mañana, o quizá pasado mañana, o puede que el año que viene.

Es por eso que bien pudiéramos ver nuestras fisuras anticipándonos a las sensaciones que experimentaríamos si, de repente, nos dieran la noticia de que la muerte pudiera presentarse mañana ante nuestra puerta: el miedo y la tristeza pueden significar falta de esperanza; el desasosiego bien pudiera indicar ausencia de profundidad en las experiencias vividas; mientras que la serena aceptación puede ser el estandarte de una fe que nos trasciende y que vive en plenitud y estabilidad las experiencias y relaciones emocionales de nuestro entorno presente.

No hay camino más honesto que el de aquel que transita amando y expresando toda la profundidad de ese amor de manera tal que pareciera que fuera el último día de los que pisara la tierra. Si así vivimos, un año menos se convierte en un año más de ganancia, de plenitud, de hondura y de autenticidad. Agotar el mundo tan sólo porque sí, sin dar un paso de profundidad hacia el interior de aquellos que nos rodean, no es más que ansia materialista que se pierde por alcanzar todo lo cosificable, lo cual implica, en definitiva, haber superado los escalones de los años sin llegar a comprender que, curiosamente, las cosas más importantes de la vida no son cosas.

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