DE BUENA TINTA

Desayunando en Bajmut

Pedro J. Marín Galiano

Pedro J. Marín Galiano

Desayunar en soledad a primera hora de la mañana propicia que el silencio exterior se torne conversación interior que contrasta con uno mismo todo lo que por fuera acontece y nos rodea.

Gracias a la RAE, desempolvo las tildes que nunca terminé de guardar y vuelvo a desayunar café solo y sólo. Ya comeré algo más tarde, y, probablemente, en mejor compañía que la que yo mismo pueda darme.

Se hace difícil digerir el primer sorbo cuando las noticias te muestran las calles de la desolada Bajmut: allí, un ucraniano cuya edad podría rondar la de mi padre recoge restos de madera procedentes de los edificios bombardeados por las tropas rusas.

Sin duda, debe de hacer frío en Bajmut. Yo pasé frío hace varios fines de semana, en Villanueva de la Concepción. Pasé frío porque quise, no por obligación. Al salir a contemplar el cielo de la noche, tan bello y tan igualitario para todos, me di cuenta de que no ocurre lo mismo con el suelo que pisa cada cual; y, hoy por hoy, además, entiendo que el frío de aquella madrugada, por muy bajo cero que se presentara, no era el frío de Bajmut: un frío con olor a guerra, que nada sabe de la vejez ni de la infancia y que, en su silencio imperturbable, nos queda, al mismo tiempo, tan cerca y tan lejos.

Pero, en estos días insólitos en los que a la tradición y a la posverdad tanto les da por pelear que por bailar amarraditos, marzo sigue siendo marzo, y, en sus calendas, tal y como Dios manda, la Iglesia y nuestra diócesis enarbolan la bandera de una nueva Cuaresma, a la par que la ciudad comienza a beber los vientos de la joven primavera que ya se deja más que insinuar.

La primavera es la estación de la resurrección silenciosa que, frente a los ojos velados de los siempre acostumbrados y los suspiros que anuncian la inminente campaña de la renta, preña y sigue preñando los campos de nueva vida, le pese a quien le pese: unos campos que, hace tan sólo un cuarto de hora, yacían inmóviles bajo la imperturbable mortandad del invierno.

Y es que la vida, a Dios gracias, es insistente, arremete y se empeña, y la creación entera nos demuestra, una vez más, una de tantas, que la muerte, al final, podrá pecar de cansina y de dañina, pero no tiene la última palabra, y jamás la tendrá: «¡Que la alegría del Señor sea vuestra fortaleza!», dirá el profeta Isaías.

Pero, ¡ay!, en ocasiones, los sencillos milagros de la naturaleza cotidiana pueden ser tan invisibles ante las pupilas estériles de los tibios, que pareciera que, en verdad, tiene más que sentido y no es casualidad que la Cuaresma acontezca en estas fechas como nueva oportunidad para que, mucho más allá del polvo que somos y al que, sin duda alguna, volveremos, nosotros cambiemos interiormente para mejor, los ciegos vean lo que tienen que ver y los sordos escuchen lo que tienen que escuchar.

Termina también el carnaval, pero no todos los carnavales, pues parece ser que en este tramo de occidente llamado España y al que signamos como mundo civilizado, casi en la esquina de abajo, como aquel que dice, siguen aconteciendo tramas de corrupción política que recrudecen el entorno de la extorsión entre catálogos donde escoger mujeres para un rato mientras saldamos las cuentas de los tratos de favor, la cocaína y los ilícitos de esas mil y una noches en vela donde lo humano deja de serlo para convertirse en quién sabe qué otra cosa.

Noches de sórdidas y bajunas corruptelas, no precisamente «de bohemia y de ilusión», en las que Sodoma y Gomorra se quedan cortas: oscuridades vergonzantes que acontecen frente a nuestros ojos y cuyo lomo deberá de ser medido con la vara de mimbre de la Justicia; mientras que, poco más allá, insisto, a un salto de mapa y de mata, bajo el mismo cielo estrellado que embellece Villanueva de la Concepción, un señor que, como digo, bien pudiera ser mi padre, sigue ajeno al carnaval y a la Cuaresma, y, con la RAE o sin ella, sólo se dedica a recoger madera mientras camina silencioso y solo entre los escombros primaverales de la bombardeada y desolada Bajmut.

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