EL OJO CRÍTICO

Nunca seré imprescindible

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Uno de los pocos programas que se emiten en la actualidad por el que merece la pena encender la televisión es Imprescindibles, que puede verse, todos los domingos por la noche, en la segunda cadena de TVE. De este programa me gusta todo. Su formato, la exquisitez de sus guiones y la música que acompaña a unas imágenes que son lo más parecido a poemas visuales. Como quizá sabrá el lector, cada semana, en Imprescindibles, se analiza la obra y la vida de un representante de la cultura, el arte, la literatura, la poesía o la arquitectura de nuestro pasado o de nuestro presente. Jamás he visto una de esas series de las que tanto se habla en periódicos y en radios. Alguien me convenció, hace bastantes años, para que viera el primer episodio de una serie que se llamaba Mad Men. Lo hice de mala gana. Aguanté quince minutos. Qué tostón. No tengo Netflix ni lo voy a tener. La vida es corta y me queda mucho por leer. Quizá por escribir.

Hace unos días se emitió el programa dedicado al poeta José Hierro. El resultado fue como siempre abrumador pero sobre todo fue una magnífica oportunidad para conocer la personalidad de José Hierro gracias al testimonio de amigos y familiares. Pocas veces una obra poética ha estado tan unida a la forma de ser de su autor. Ya conocía la vida de Hierro, su condición de represaliado por la dictadura franquista después de la guerra civil, su estancia en la cárcel y sus dificultades para salir adelante con su mujer e hijos en la España color ala de mosca de la inmediata posguerra. Sin embargo, los detalles de su vida, aquellos que siempre son los más difíciles de conocer de una persona y que al mismo tiempo más la definen, terminaron para mí por engrandecer la poesía y la honestidad de José Hierro. Hombre de una extensa cultura, cuyos ensayos sobre escultura y pintura son tan didácticos y al mismo tiempo son tan exactos en sus descripciones que echan por tierra a todos esos aburridos supuestos expertos en estas materias que mortifican al oyente incauto a la menor ocasión. Era Hierro de esas personas que tratan de la misma manera, con la misma educación, al camarero que le servía su copa de chinchón en el bar donde solía escribir con el sonido de fondo de la máquina tragaperras que al Rey cuando le concedieron el Premio Cervantes.

La Generación de los 50, la que perteneció José Hierro, tuvo que saber extraer poesía y literatura de la podredumbre que les rodeaba, del desastre moral que la dictadura había impuesto basada en el ultra catolicismo, en la venganza sobre los vencidos en la guerra civil (a los que robaron todos sus bienes) y al hecho de que el país fuera dirigido por inútiles e ignorantes en cuyos currículums lo único que se encontraba era haber formado parte de la represión en cada pueblo conquistado y agachar el espinazo cuando el régimen lo pedía. Lo que hace a Hierro un gran poeta es que sus poemas escritos hace 70 años pueden leerse hoy día sin perder ni un ápice de su significado quizá porque, como dijo el propio Hierro, «a un poema no se le puede quitar misterio, ni tampoco añadir oscuridad».

El año pasado, con ocasión del centenario de su nacimiento, la editorial Nórdica publicó un precioso libro en tapa dura con título Vida. Biografía y antología de José Hierro (2022) en el que se lleva a cabo un viaje a través de la vida y obra de Hierro del que el lector no saldrá indemne: pertenecerá para siempre al mundo de Hierro, ese en el que los olvidados cobran voz con la dignidad que sus vidas merecen y en el que la tristeza y la miseria que la dictadura impuso a los españoles nunca logró conseguir que la risa y la felicidad claudicara frente a la oscuridad.

Tuve la ocasión de asistir a una lectura de poemas de José Hierro poco tiempo antes de su muerte, que se produjo en diciembre de 2002. Incluso hoy día, más de veinte años después, cada vez que leo uno de sus poemas lo hago con la entonación y el énfasis con las que escuché a Hierro leer sus poemas aquel día. En 1998 había publicado su conocido y éxito de ventas Cuaderno de Nueva York que recoge uno de esos poemas que marcarán un antes y un después. Me refiero a Lear King de los claustros, que resume su manera de hacer poesía y su firme compromiso con la verdad allá donde se encuentre, con tratar de encontrar la belleza incluso en los lugares donde la tristeza se ha hecho fuerte. Apoyaba su mano derecha en la frente y su cráneo afirmaba la rotundidad de sus poemas, creando un vínculo entre su palabras y su físico, un vínculo forjado frente al olvido. Algunas personas forman parte de ese mundo imprescindible en el que que los demás sólo somos aves de paso.

Licenciado en Derecho

Suscríbete para seguir leyendo